A sus 84 años, Julia Toro está siendo recuperada como una de las fotógrafas chilenas más potentes. A a sus 40, junto con el golpe militar, hizo un giro en su vida, agarró una cámara análoga y nunca más la pudo soltar. Desde entonces, sus fotografías han capturado el alma de un Chile que ha visto cambiar. Ahora, acaba de inaugurar una muestra en el Festival de Landskrona, Suecia.

"Su fotografía nunca es cruel, porque siempre está enamorada de lo que fotografía (…) no se burla nunca de nadie, no expone, no delata, no se aprovecha, no es nunca desconsiderada con nadie (…) Me gusta porque no es fundamentalista ni para arriba ni para abajo, ni para la izquierda ni para la derecha".

Así habló el poeta Claudio Bertoni acerca de las imágenes de Julia Toro. La conoció cuando era una mujer cercana a los 40 años, proveniente de la burguesía, recién separada y con varios hijos. Había abandonado una vida acomodada para perseguir ciegamente al fotógrafo y poeta Jaime Goycolea, con quien tuvo un hijo justo al día siguiente del golpe militar. Con él conoció la pobreza, pero también los bares y a poetas como Tellier, de quien hizo un retrato memorable. Otros que después pasarían por su femenina cámara son los escritores Rodrigo Lira, Pedro Lemebel, Diamela Eltit y Raúl Zurita, entre muchos.

En ese trance amoroso Julia se adueñó de sí misma, comenzó a hacer fotos y, desde entonces, nunca más dejó de encuadrar y editar todo aquello que le conmovía. La primera foto que hizo fue de su hija adolescente embarazada, con una tremenda panza, sacándose la polera. Cuando vio la escena le pidió al marido fotógrafo que la capturara, pero éste le pasó su cámara a ella. Y disparó. La imagen es profunda e intensa y, a la vez, relajada y natural como toda su obra.

Pero con Goycolea también lo pasó mal, porque era un conquistador compulsivo – “divertido, inteligente, guapo”, asegura Julia- así es que los celos y el sufrimiento fueron pan de cada día. Hasta que, ya en los 90, se separó por segunda vez. “Se paga muy alto el precio de enamorarse”, dice ahora. “Para mí ya pasó la edad. Los hombres se me fueron desvaneciendo de a poco. Todo ese romanticismo ridículo se me pasó: dejé de sufrir. Sufrir es como una adicción, es lo más fácil quedarse pegado ahí”.

Pero de la fotografía no se divorció. Durante ya más de 40 años, Julia Toro nunca ha dejado de andar con la cámara colgada: la hizo parte de su cuerpo. Tan suya se volvió, que la gente no se daba cuenta y eso se ve en sus fotos, que reflejan una relación muy fluida, como si no existiera distancia entre quien mira y quien es mirado. Hoy, observadas en su conjunto, sus fotografías hablan de las transformaciones de Chile, pasadas por el cedazo de su mirada, su cuerpo y su emoción. Sean tomadas en la calle o en el cuarto de una casa, siempre son poéticas y eróticas. A veces surgen de un solo disparo, otras veces de una historia en la que sumerge a los modelos que se entregan a la ficción visual y narrativa. Pueden ser sofisticadas, llenas de contenidos, muy compuestas, pero jamás son forzadas, siempre son genuinas.

Aunque desde que comenzó ha hecho varias exhibiciones, su obra recién se ha inscrito con fuerza en la cultura artística. En 2010 sacó el libro "Amor por Chile", que reune gran parte de su trabajo y en el que hay textos notables de Bertoni, Willy Thayer y Juan Dávila, entre otros. Luego, en 2016, tuvo una gran muestra en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC), donde se rescataron miles de negativos que tenía por ahí guardados, muchos que ni siquiera ella recordaba. La impresionante exhibición --la mayoría de imágenes análogas, en blanco y negro- la instaló de lleno como una fotógrafa con una sensibilidad personal, tierna y audaz al mismo tiempo, pero sobre todo señaló el valor de una actitud creativa que obedece a la urgencia del deseo, mucho más que al afán de carrera. Desde entonces su trabajo se ha difundido también internacionalmente, en muestras en Europa y Latinoamérica. Ahora, es una de las seis representantes chilenas que exhiben en el prestigioso festival de fotografía de Landskrona, en Suecia.

“No mientan”

—Oye, ahora todos te pescan, a tus 84 te volviste un hit.

—Sí, estoy de moda. A mí me tocó al revés. Primero estuve casada, luego romances, hijos, me tocó sufrir la dictadura, la vida. Entre el año 73 y el 89 fue un bloque, difícil, pasando pellejerías, pero siempre haciendo fotos. La pasión fotográfica fue algo muy fuerte, era lo que me salvaba, salir a la calle con mi cámara, mirar hacia afuera, encuadrar, no sucumbir.

—¿Hacías fotos por hacerlas, por necesidad, no pensando mucho en el resultado?

—Es cierto. Ahora todos buscan resultados rápidos. Lo mío fue una cosa lenta, lenta. La fotografía análoga era lenta, uno sacaba cada foto, la revelaba. Esta búsqueda de lo instantáneo, de lo rápido y del éxito tiene que ver también con lo digital y es algo irreversible. Ya no tiene vuelta atrás.

—Sería bueno que el reconocimiento se tradujera en plata, ¿no?

—Toda la razón. No me he ganado premios y vivo al justo. Una vez me iban a dar el premio Antonio Quintana, cuando hice la muestra en el MAC, pero no me lo gané. Y ahí dije: "Puta la wea".

—¿Cuál es la diferencia, por ejemplo, entre tú y Paz Errázuriz, en término de actitud?

—Yo la encuentro una fotógrafa excelente, que tiene muy merecido el Premio Nacional de Arte. Pero yo soy una persona muy distinta; no planifico, no pienso en una carrera ni en temáticas. Para mí la fotografía es una enfermedad. Yo adquirí esa enfermedad. No sabía lo que era la foto y de repente me pescó y ahí quedé. Creo que es el amor más grande que he tenido en mi vida.

—Tu libro se llama Amor por Chile. ¿Qué significa eso en tu fotografía?

—Encuentro que es potente. En mis fotos hay amor por Chile. Más que mostrar el país es mostrar cómo yo me siento, es desde dónde miro. Yo me ubico ahí, como chilena, con todas las contradicciones que eso tiene, porque amo y odio Chile, como sucede con todo gran amor. Siento una vergüenza tremenda del chileno contemporáneo. Me ha tocado últimamente en la calle ver una violencia muy brutal, muy fea. El otro día estaba esperando micro en el paradero, un domingo a las 2 de la tarde. Y miraba, haciendo hora. Y de repente pasa un hombre, lo miro y se da vuelta y me grita "¡Qué mirai vieja concha de tu madre!". Fue como si me hubieran dado un puñete.

—¿Quedaste muy mal?

—No. De inmediato recurrí a mis técnicas. Ejercicios de respiración, para poder salir de esa violencia, que llegue altiro la paz. Porque andar de otra manera es muy desagradable y riesgoso.

—¿Sientes que esa es la tónica?

—En realidad yo estoy bastante retirada. Estoy en mi onda, hago mis fotos, pinto, leo, estoy exhibiendo, me quieren comprar fotos. Evito todo lo que sea violencia, porque ya estoy en los descuentos. Lo único que tengo claro es que me voy a morir, entonces para qué sumarme problemas. Además, me pasa que, por otro lado, tengo buenas experiencias. Por ejemplo, me atiendo en un hospital público y es sencillo pero nuevo, perfecto, limpio; la gente que atiende es preciosa. A mí me pasa que me enamoro de la gente, también de los gatos.

—¿Qué les dirías a los jóvenes fotógrafos?

—Que no mientan. Que tomen fotos porque no pueden dejar de hacerlo. Que no copien fotos de gente que admiran, que hagan lo propio, que no traten de ser modernos, ni choros ni audaces. Hay un exceso de fotografía que se repite hasta el infinito.

—Pero siempre va a haber algo que fotografiar.

—Yo fotografío mi cama desordenada, por ejemplo. Pero también cosas de mi barrio: la vendedora de tienda, la peluquería. Ando con mi celular recuperando esa estética de mi barrio, en Irarrázabal. Los pedacitos de provincia que siguen existiendo en Santiago.

—¿Hay ahí un viejo Chile, que vuelves a encontrar?

—A esta edad lo que me mueve es la necesidad de dejar constancia de algo que tú sabes que en 10 años más no va a existir, es como rescatar los vestigios de algo más ingenuo, tierno y cálido.

—¿Chile ha perdido la ternura?

—Ya no hay niñas vestidas de primera comunión. Antes de la dictadura habían. Después del 73 todo cambió, todo se endureció, fue muy radical. Algo pasó, pero no sé cómo explicarlo. Quizás en mi próxima encarnación lo entienda.

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