Mi papá murió hace 20 años.

Él me exigía que los proyectos, aparte de ser correctos, fueran conmovedores y tuvieran alma”.

Para este arquitecto de la Universidad de Chile, galardonado con el Premio Promoción Joven (2014) por el Colegio de Arquitectos —que también han recibido Smiljan Radic y Alejandro Aravena—, su oficina ubicada en un quinto piso en calle Chile España en Ñuñoa es como una cancha de fútbol. “Aquí es donde mejor lo paso. Es un lugar donde me la he jugado por mi trabajo”, dice mientras toma un café.

Su carrera la ha enfocado en proyectos a los que postula a través de concursos —ha ganado más de 50— y que han dado un sello a su carrera con el diseño de espacios públicos. Sólo en 2017, junto a Nicolás Norero (40) y Leonardo Quinteros (26), se adjudicó el nuevo edificio municipal de Providencia y el Teatro de las Artes de Panguipulli. “Para mí son como haberme ganado el Mundial”, comenta con orgullo.

Entre sus proyectos que aún están en obras destacan el edificio del Ministerio de Obras Públicas en Valparaíso (2011, con Patricio Correa), la remodelación del Museo Histórico y el Eje Bulnes (2012), además del Colegio Antofagasta British (2016).

Hoy también es parte de la obra “Stadium” en el Pabellón de Chile en la 16a Bienal de Venecia, que encabeza la arquitecta Alejandra Celedón y que se exhibe desde mayo a noviembre.

—¿Hay algún arquitecto chileno con el que te gustaría trabajar?

—Me habría encantado hacerlo con mi viejo. Murió hace 20 años, de un infarto a los 56. Él me exigía que los proyectos, aparte de ser correctos, fueran conmovedores y tuvieran alma. Ese ingrediente que hace que las obras te produzcan una sensación de gratitud que algunos edificios tienen y otros no. Sé que eso es muy difícil de medir y no sé si lo estoy logrando, pero por lo menos aprendí de él lo que eso significa.

—¿Fuiste arquitecto pensando en seguirlo a él?

—Estudié en el Instituto Nacional y siempre me incliné por el área de las matemáticas. Pensé en ser ingeniero, pero mi historia me marcó. Mi papá era un arquitecto a la antigua, profesor de la Universidad de Chile. Al final fue crucial para que prefiriera los planos y maquetas. En tercero y cuarto medio fui el dibujante de sus proyectos, porque antes era todo a mano.

—¿Él marcó tu opción por el trabajo con los espacios públicos?

—Cuando él murió yo llevaba tres años estudiando Arquitectura y había ganado tres años consecutivos la beca al mejor alumno. Pero entonces me fui a un hoyo, casi morí yo. Deambulaba por la universidad con el pelo largo y con barba, como un fantasma. Pero un día, Leopoldo Prat, decano de la Facultad, me devolvió la inspiración. Me dijo: “Estás deprimido, pero esta iniciativa te motivará”. Me propuso un concurso de nuevos espacios educativos patrocinado por la Unesco y el Ministerio de Educación. Obtuve el segundo lugar con Patricio Correa. Desde ahí supe que podía ganar más concursos.

Lo primero que ganó Villalón fue el concurso CAP (2003) para estudiantes de Arquitectura (junto a Correa, Lagos, Bochetti y Torruella). Ese año, con Nicolás Norero y Abel Erazo también se adjudicaron la instalación del mural “El Verbo América” de Roberto Matta en el aeropuerto de Santiago.

Y a días de haber egresado, en 2007, lo llamó el arquitecto Guillermo Hevia para concursar por un edificio de oficinas de una planta de Nestlé en Graneros y lo ganaron. “Con él aprendí a siempre defender la arquitectura de los proyectos”.

—¿Lo tuyo son exclusivamente edificios en espacio público?

—Sí. Han sido la forma de hacerme camino. Soy un tipo sin ningún apellido que pese en la arquitectura chilena. Para mí, la única forma de hacer proyectos con impacto en la ciudad ha sido entrar con esta modalidad. Aunque también hice casas por encargo, recién salido.

—Apostar debe ser bien estresante.

—Justamente, lo de los concursos va asociado a que perdemos mucho también. Y he aprendido cuando pierdo. No me asustan las expectativas. La mejor presión viene de uno. Me he equivocado mucho; y cuando miro las entregas encuentro todo malo, pero con el tiempo les veo valor. Pero no se me va la vida en eso, porque también hago clases e investigación.

“La arquitectura es inmedible”

—La arquitectura siempre está medida por la estética, algo subjetivo. ¿La estructura te da más seguridad?

—La arquitectura, como es visual, siempre está en tela de juicio, porque es inmedible. Pero si la belleza proviene de una certeza más medible, como su estructura y su sistema constructivo, puedo comprobarla. No soy quién para decir que tu casa es fea por su diseño, no tengo cómo comprobarlo.

—Mi casa es de ladrillos con sus estructuras escondidas, quizás por eso no te gustará.

—Si se muestra tal cual es, la encontraré bella; como una buena canción, una buena jugada de fútbol, un buen plato de comida.

—¿Hay algún edificio que encuentres “poco agraciado”?

—Muchos, pero sobre todo más que lindos o feos, encuentro muchos incorrectos. El mall de Castro: su tamaño es incorrecto. Eso lo hace un mal edificio. Así de simple.

—El edificio Costanera Center tiene muchos detractores ¿qué te parece?

—No tengo drama con una densificación regulada en alturas prudentes. El tema viene cuando se producen problemas de conexión con el suelo, porque desde ahí los edificios se vinculan con la ciudad, y eso en Chile no se anticipa. Lo terrible es que la llegada al suelo del Costanera es caótica, y sobre todo la articulación que propone con sus bordes. Hubiera sido muy distinto imaginar ese macizo con galerías públicas en sus bordes, tomando como referencia las galerías del centro de Santiago, que son magníficas.

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