El gobierno de Eduardo Frei Montalva dio inicio a una nueva etapa de la educación chilena. Si desde la década de 1930 las políticas habían impulsado experimentos parciales, discontinuos y con acotados efectos en la modernización de la enseñanza, en la década de 1960 se buscó aplicar una reforma global al sistema.

Este tipo de cambios no se veía desde el primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, y sólo el gobierno de Jorge Alessandri, treinta años después, estableció las bases para un “planeamiento integral” de la educación. Estas ideas fueron tomadas por la administración democratacristiana para impulsar una reforma educacional cuyos esfuerzos se concentraron, principalmente, en la masificación de la enseñanza.

El equipo que llevaría adelante la reforma estaba encabezado por el ministro Juan Gómez Millas, el subsecretario Patricio Rojas, Ernesto Schiefelbein, a cargo del planeamiento; René Viñas en la Dirección de Educación Primaria y Normal, y Alfonso Bravo en la Dirección de Educación Secundaria; en 1968 asumiría Mario Leyton como subsecretario. Marcando un contrapunto con los esfuerzos anteriores de reforma, Osvaldo Garay, superintendente de Educación, expresaba:

“Cabían dos formas de proceder: experimentar la reforma en un grupo de escuelas y evaluarla a través de una promoción escolar, con el riesgo de que cuando se disponga de la evaluación ésta no sea aplicable por haber perdido actualidad las circunstancias dentro de las cuales se concibió, o poner en práctica las medidas adoptadas como buenas y perfeccionarlas en la forma que su aplicación lo aconseje. Optamos por esta última alternativa, conscientes de que implica riesgos, pero a conciencia de que siempre serán menos graves que los derivados de mantener por algunos años más a todos los niños de Chile en la situación en que los encontramos”.

Tras asumir el mando, el Ministerio de Educación se abocó a la tarea de implementar una reforma que, junto con impulsar la ampliación de la matrícula primaria, produjera un cambio en la estructura del sistema y aplicara nuevos métodos de enseñanza. Como recuerda Patricio Rojas, se trataba de “la primera de las grandes reformas del gobierno en iniciar sus trabajos”.

El 18 de noviembre de 1964, el Presidente Eduardo Frei anunció la implementación del Plan Extraordinario de Educación, que sería la primera etapa de la reforma concebida para ampliar rápidamente la capacidad de la enseñanza primaria, aumentando tanto la cantidad de profesores como de establecimientos disponibles, con el objetivo de cubrir la matrícula escolar primaria de quienes no asistían a las escuelas.

La idea era “no dejar a ningún niño sin escuela en marzo siguiente”. El plan tenía como meta “construir 2.000 nuevas salas de clases y formar 1.600 nuevos profesores primarios” en poco más de tres meses.

En la ceremonia de firma del decreto, Eduardo Frei explicó que “el programa tiene como objetivo absorber en el año 1965… la demanda real de matrícula de nivel primario”. El Presidente estimaba que el déficit educacional primario llegaba a las 248.460 personas.

La construcción acelerada de escuelas se realizó con la colaboración de la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales, complementada con el apoyo de estudiantes universitarios, de las Fuerzas Armadas y de organizaciones sociales dedicadas a tareas de autoconstrucción.

La Democracia Cristiana aprovechó su presencia en el mundo universitario para movilizar a jóvenes que dedicaban parte de sus vacaciones de verano a levantar escuelas de material ligero en diferentes lugares de Chile.

El diario La Nación comentaba que los “alumnos de la Universidad Católica han centrado sus actividades en las provincias de Cautín y Arauco. Por su parte, los de la Universidad Técnica del Estado dieron comienzo a sus tareas en la provincia de Valdivia”, mientras que “la Federación de Estudiantes de Chile avanza en su trabajo en la provincia de Llanquihue”. Patricio Rojas comenta:

“A comienzos del verano de 1965, el país registró el espectáculo de caravanas de estudiantes universitarios organizados a través de sus federaciones marchando a los lugares más apartados a cumplir con su meta de autoconstrucción escolar. Esta impresionante movilización levantó casi dos mil nuevas salas de clases y más de cien nuevas escuelas que crearon la capacidad necesaria para atender el nuevo contingente de alumnos en marzo de 1965”.

Tras esta primera oleada de construcciones escolares, se levantaron 3.539 nuevas salas de clases entre diciembre de 1964 y marzo de 1965. Con esto fue posible disponer de matrícula para 186.105 estudiantes. Más tarde, en 1967, el gobierno anunciaba que se habían abierto más de 500.000 nuevas matrículas que permitían incorporar a nuevos alumnos al sistema.

A la rápida construcción de salas de clases se sumó la formación acelerada de profesores. Los estudiantes del Curso de Formación Especial de Profesores Primarios asistieron a cuatro ciclos de estudios intensivos de pedagogía, los que se efectuaron en el verano e invierno de 1965 y 1966. Quienes estudiaban en el verano de 1965, con tres meses de formación, eran habilitados para trabajar como maestros iniciales ese mismo año.

En abril de 1965 ya había 2.668 nuevos profesores. Según recuerda Patricio Rojas, aludiendo a su rápida formación, “se bautizó a estos maestros como los ‘profesores Marmicoc', por las ollas de cocción a presión de esa marca”.

El gobierno buscó complementar la rápida y a veces superficial formación docente con la creación del Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas (CPEIP) —conocido como Centro de Perfeccionamiento del Magisterio—, que hacia 1969 había ofrecido cursos y seminarios al 70% de los profesores en servicio, cifra que correspondía a 50.000 aproximadamente. Hacia 1970, estos cursos habían atendido a 50.575 docentes.

Como el propio Frei reconocía, el foco de su política educacional estuvo puesto en el plano cuantitativo. Bajo la consigna “educación para todos los chilenos”, el Presidente señaló en 1966:

“Conscientes de la responsabilidad educacional, hemos dedicado nuestra preferente atención a la expansión de los servicios. En sólo doce meses, 200 mil nuevos alumnos han podido ingresar al sistema escolar; ha sido necesario salvar la escasez de personal docente mediante la formación acelerada de miles de maestros primarios; el déficit de construcciones escolares ha disminuido con la construcción de 1.500 nuevas escuelas, de las cuales casi un millar son rurales”.

La educación de adultos era otro de los aspectos prioritarios para el gobierno, puesto que ayudaba a disminuir el analfabetismo y era un medio de formación técnica complementaria para quienes ya no estaban en edad escolar. Frei promovió la idea de “educación como proceso de toda la vida” en su plan educacional: en su mensaje al Congreso en 1965 señaló que la “exigencia de educación permanente y de recalificación de los adultos es un imperativo inmediato.

Por otra parte, el derecho a la educación de quienes han debido desertar de los estudios regulares no puede declararse caducado”. A estos esfuerzos se sumaban las tareas educativas asumidas en el Plan de Promoción Popular, que contaban con la activa colaboración del ideólogo brasileño Paulo Freire y su “pedagogía para la liberación”. Freire, exiliado en Chile desde 1964, era asesor de Indap y del Ministerio de Educación.

En su quinto mensaje al Congreso, en 1969, el Presidente daba cuenta de algunas cifras: el Programa de Educación Básica de Adultos había atendido a 283.000 personas entre 1965 y 1968, lo que había permitido bajar la tasa de analfabetismo de 16,4% a 12% en el período. Mientras tanto, la Educación Media para adultos había atendido a 104.400 alumnos. A estos esfuerzos se sumó la creación del Instituto Nacional de Capacitación Profesional (Inacap) en 1967, que serviría a la formación técnica y especialización de los trabajadores.

Además del aumento de la cobertura, la reforma educacional de Frei incluyó un segundo cambio estructural en el sistema, ya planteado en el diagnóstico educacional realizado por el gobierno de Jorge Alessandri, que consistía en una reorganización de los ciclos de enseñanza.

La educación primaria se amplió de seis a ocho años, atendiendo a los niños entre 7 y 15 años de edad, para lo cual se incorporó el séptimo básico en 1966 y el octavo básico en 1967, que reemplazaban al primer y al segundo año de humanidades. Incluso se exploró la posibilidad de extender la educación primaria a 9 años, pero ello finalmente no prosperó.

Por su parte, una enseñanza media de cuatro años reemplazó a las humanidades de seis, con lo cual los años de escolaridad quedaban de la siguiente manera definitiva: ocho años de Enseñanza Básica y cuatro años de Educación Media. Si bien se mantuvieron los doce años de escolaridad total del sistema primario y secundario, se

“ampliaba y profundizaba la formación inicial de los niños de seis a quince años de edad, más allá de los seis años iniciales de la Escuela Primaria, que alcanzaba en promedio sólo al grupo de seis a doce años de edad”.

Quienes terminaban la enseñanza básica podían optar por establecimientos de tipo científico-humanista o técnico-profesional. Los primeros buscaban preparar “a los alumnos que deseen ingresar a estudios de Nivel Superior.

Sin perjuicio de lo anterior, ofrecerá cursos electivos relacionados con las actividades de la producción o de los servicios como un complemento de la formación Humanístico-Científica”. Por su parte, la educación técnico-profesional buscaba “capacitar al alumno para que se desempeñe en los distintos oficios y funciones técnicas que requiere el desarrollo económico, social y cultural del país, y prepararlo para la continuación de estudios superiores”.

Este cambio se materializó a través de la promulgación de los decretos N° 27.952 y N° 27.953 en diciembre de 1965, los que además establecían que la educación chilena se organizaría en cuatro niveles: Educación Parvularia, Educación Básica, Educación Media —que puede ser humanístico-científica o técnico-profesional— y Educación Superior. Se esperaba que la educación básica fuera capaz de “proporcionar a toda la población un ciclo de educación general común, obligatoria y gratuita”.

Como explicaba el subsecretario Rojas, el cambio estructural en el ciclo básico

“apuntaba a aspectos cualitativos y consideraciones fundamentales del desarrollo psicológico juvenil, que señalaba que la formación de hábitos y valores y los aspectos vocacionales no se decantaban a los doce años, sino que demoraban dos a tres años más en madurar o alcanzarse”.

Desde la Superintendencia de Educación se señalaba que

“la Enseñanza Media está recibiendo un alumno que no sólo no tiene la formación básica necesaria para iniciar estudios de nivel medio, sino que, además, carece de las condiciones elementales de desarrollo físico y psicológico para enfrentar las decisiones vocacionales que todo alumno egresado de primaria se ve obligado a tomar”.

Por su parte, el ministro Juan Gómez Millas señalaba que, “en general, el niño es incapaz de tomar una resolución vocacional-profesional bien fundada antes de los 15 años”. Para ello había que establecer

“un ciclo básico de formación general exploratorio de capacidades e intereses de los educandos que les permita… obtener una orientación en cada caso y que los conduzca y capacite… para tomar decisiones respecto de su formación en el nivel educacional siguiente”.

Para esto, se creó la asignatura de Orientación, con el fin de que los alumnos descubrieran si su vocación se relacionaba más con la formación científico-humanista y posteriores estudios superiores, o con la técnico-profesional en institutos comerciales y escuelas industriales o técnicas. También se dispuso que los primeros cuatro años de educación básica estuvieran orientados a una “enseñanza globalizada”, mientras que en los cuatro siguientes “se dará especial énfasis a la exploración vocacional”.

La extensión de la Educación Básica tuvo el efecto de mantener por mayor tiempo a los estudiantes en su formación obligatoria, retardando la temprana deserción que sufría el antiguo sistema al pasar los alumnos de la primaria a la secundaria. Estos cambios fueron acompañados de transformaciones tanto en los objetivos como en los contenidos de los nuevos planes y programas.

Entre los objetivos de la Enseñanza General Básica estaba el “propender al desarrollo integral de la personalidad del alumno, capacitarlo para una adaptación activa a la sociedad democrática y para promover los cambios inherentes a ella”, muy en línea con lo planteado por los teóricos de la educación de entonces, como Paulo Freire. Además, se esperaba que esta educación proporcionara al estudiante la “orientación necesaria para que pueda decidirse entre la incorporación inmediata a la vida laboral o la continuación de estudios de nivel medio”.

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