Juan Pablo Schwencke Aninat Schwencke & Cía.

Estamos lejos, estamos bien

¿Qué habrá sucedido que a pesar de las raíces comunes con la región, nuestra realidad sea tan distinta? Nuestro carácter cuasi insular, nuestro pasado de Capitanía General, nuestros recursos escasos y de difícil acceso, lo pequeña y concentrada de nuestra población. Todo esto ha contribuido a forjar nuestro carácter. En ocasiones nuestra realidad parece tener más similitudes con Nueva Zelandia, Islandia o Canadá, entre otras sociedades endémicamente alejadas. Aunque parezca extraño, tenemos poco que ver con las aguas turbulentas en lo económico y social que azotan a Argentina, Brasil o México. Estamos lejos de eso.

Tampoco es que estemos necesariamente mejor. Cada vez que esos países corrigen un poco el rumbo, producen tanto vértigo que tienen a todos los inversores detrás. Esa escala enorme, la cercanía o el «allure» hacen la diferencia para que logren captar la atención de Wall Street y la City de Londres en poco rato, mejoren sus condiciones crediticias, las líneas áreas retomen vuelos y los flujos de capital humano de excelencia y de dinero vuelvan por montones. Y volverán a sufrir «defaults», y volverán gobiernos populistas, y habrá más presidentes que caigan. Son sociedades y economías tan complejas, tan contradictorias, tan difíciles de entender, que sólo cabe observar y moverse con delicadeza. El “peso de la noche” de la cuenca del río de la Plata, Brasil o México, no es asimilable a nuestra realidad. Nuestras aguas son poco profundas y bastante menos tormentosas. Si tenemos un problema, está al alcance y se soluciona. La escala pequeña y el involucramiento de todos los estamentos nos ayuda. Nosotros tenemos “familias fundadoras” que participaron de los inicios de la República y que «mutatis mutandi» siguen presentes. Esos grupos, por interés (bueno y malo), nunca han descuidado el espacio público local. Han tenido que ceder, han entrado en compromisos con la mesocracia, con inmigrantes, con movimientos sociales; han tenido que permearse. Privilegian su país, veranean por acá, son insulares y hasta provincianos para estándares de los privilegiados de nuestros vecinos. Pero están acá. Como una comunidad pequeña e insular que somos, debemos tomar conciencia de nuestra realidad y observar con cuidado los deberes y responsabilidades que tenemos para forjar unidos un país próspero para todos.

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Tener juicio propio es lo único que puede librarnos de la arbitrariedad de los gobernantes y de la irracionalidad de los gobernados”.

Felipe Edwards Del Río

Para analizar la política de Estados Unidos sirve tener un poco de distancia. La polarización ha llegado al punto en que las opciones ante políticas públicas ya no se discuten por sus méritos relativos, sino que se convierten en una prueba de lealtad tribal: los que están a favor o los que están en contra del Presidente Donald Trump. Tal vez, el punto de vista de un extranjero puede agregar algo de ecuanimidad y perspectiva.

En 1835, Alexis de Tocqueville publicó el primer tomo de “La democracia en América”, una de las exposiciones más claras sobre el funcionamiento político de la entonces joven república. En ese momento Estados Unidos, como ahora, se encontraba en medio de una transformación económica (por el inicio de su industrialización), con dramáticos cambios en su estructura social (producto de su expansión a los territorios del oeste), y una evolución en su ordenamiento político (debido a la expansión del electorado y la presidencia del demócrata populista Andrew Jackson).

Aunque los tiempos y la situación no son equivalentes, la oportunidad de dictar un curso titulado “Problemas de la democracia contemporánea”, en la Universidad de Georgetown el año pasado, puede haber otorgado al filósofo político y social vasco Daniel Innerarity una mejor oportunidad para interpretar de primera mano los vaivenes de la vida política de Washington. La clase del autor de “Política para perplejos” se enfocó en la sociedad española tras el movimiento 15-M de los “indignados”, pero los desafíos que representan el cuestionamiento de los partidos tradicionales y el auge del populismo en España están presentes en muchas otras naciones desarrolladas, y tal vez en forma más crítica en EE.UU.

Como ha observado Thomas Friedman, el columnista de The New York Times, “el Partido Republicano ha estallado y le queda sólo su nombre, transformándose de un partido internacionalista, libremercadista y antidéficit fiscal a uno proteccionista, antiinmigración y tolerante de déficits, sólo para acomodarse a los instintos de Donald Trump y de su base electoral”. Por diversos motivos, un fenómeno similar ha ocurrido con partidos gobernantes en España, Italia, Francia, Holanda, así como con la Democracia Cristiana en nuestro país.

Friedman pregunta qué partido tradicional puede representar al empleado sindicalizado de una fábrica que también trabaja como chofer de Uber los fines de semana y arrienda una pieza en AirBnB: ¿los que defienden a los empresarios o a los empleados? ¿Los que quieren más regulación de los mercados o menos? La respuesta debe ser ninguno de los anteriores.

Innerarity atribuye el triunfo de Trump a tres cambios sociales de fondo: el desencanto con un sistema político visto como distante y elitista; la inseguridad y malestar que generan la globalización económica y financiera, y lo que llama “el desgaste del modelo multicultural”. El discurso simplista y contradictorio de Trump responde a esas inquietudes, pero no las resuelve. Sostiene que la atracción del populismo nace precisamente de sus respuestas sencillas para problemas complejos, con el resultado de que, en su ansiedad e indignación, mucha gente “prefiere votar a quienes le gestionan su rabia que a quienes pueden solucionarles los problemas que motivan esa rabia”.

La respuesta no puede emerger de cerrarse al mundo exterior, pero sí de una política que pueda proteger la identidad y el trabajo de los que se sienten amenazados. El problema se complica aún más si se toma en cuenta que en EE.UU. la mayoría de las pérdidas de empleos manufactureros no se debe al traslado de fábricas a México o China, sino al creciente uso de robots y a la mecanización de tareas que antes fueron realizadas exclusivamente por seres humanos.

Parte de la frustración proviene de cómo se plantean los problemas. Mensajes simplistas y mentiras disfrazadas como “posverdad” o “hechos alternativos” hacen más difícil desarrollar preferencias en temas que por su naturaleza son complejos, y no se prestan para posturas sin matices. Además, la racionalidad, la comprensión de otros puntos de vista se hace menos accesible en la medida en que nos informamos principalmente por redes sociales, las que en muchos casos tienden a confirmar nuestros propios prejuicios.

En este contexto, el buen periodismo, el que presenta al mundo con todas sus tonalidades e incertidumbres, el que ofrece apreciaciones fundadas y fuentes identificadas, se hace más necesario para ayudarnos a formar nuestras opiniones. Innerarity afirma que “tener juicio propio es lo único que puede librarnos de la arbitrariedad de los gobernantes y de la irracionalidad de los gobernados”.

Según Joshua Kaplan, director de estudios de pregrado de la Universidad de Notre Dame, uno de los objetivos de De Tocqueville fue ayudar los franceses a navegar en la confusión política que provocó el ocaso del mundo aristocrático en medio de una democracia emergente. Innerarity podría ofrecer un servicio similar a los estadounidenses confundidos por el estado de su sistema político y por la escasa información que reciben por Facebook y Fox News.

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