“En lo que pecó el presidente del PS es en no haber precisado la naturaleza plural de las izquierdas”.

Alfredo Joignant

Una extraña aunque entendible controversia se ha formado entre socialistas debido a una idea formulada por el presidente del PS, Alvaro Elizalde, en un reportaje de La Segunda sobre la reciente Conferencia de Programa y Organización Salvador Allende. El timonel socialista esbozó una buena idea, pero que a falta de desarrollarla generó confusión: el PS se sitúa en “el centro de la izquierda”.

Convengamos que este lío “espacial” es para iniciados en una polémica en la que confluyen categorías políticas impregnadas de ideología, en la medida en que alimentan concepciones de la vida buena, algo muy propio de las izquierdas, sobre todo en tiempos de crisis. La confusión —y para algunos, desconcierto— se explica por la naturaleza polisémica de dos categorías que, juntas, pueden provocar estragos en el PS. Pero, sobre todo, debe ser entendida a la luz de la historia política del PS entre 1990 y 2010: en el apogeo de la Concertación, el PS se situó objetivamente en el centro político de la coalición, “a pura práctica”, sin justificaciones teóricas ni intelectuales relevantes (salvo la crítica al centrismo socialista ensayada por Antonio Cortes Terzi, a quien mucho se echa de menos), lo que implicaba el abandono de la izquierda (social, electoral e intelectual) cuando se era gobierno. Tanto es así que la disputa entre autoflagelantes y autocomplacientes, hacia finales de los noventa, se tradujo en posicionamientos transversales de dirigentes socialistas en ambos polos de la controversia. Resultado: en el mejor de los casos, el PS acabó posicionándose en la centroizquierda de una coalición del mismo nombre (es decir, en un lugar indiferenciado, sin identidad), y en el peor, en el centro de una coalición que carecía de izquierda. Es esta memoria de la indiferenciación la que se reactiva al momento de evocar, a mi modo de ver correctamente, a un PS que se sitúa en el “centro de la izquierda”.

Qué duda cabe: no es lo mismo definirse como partido de centroizquierda (lo que el PS no puede ni debe hacer) que posicionarse en el centro de la izquierda. En realidad, en lo que pecó el presidente del PS es en no haber precisado la naturaleza plural de las izquierdas, en donde el socialismo pretende situarse en el centro de un archipiélago variopinto. Si se trata de localizarse en el centro de “las” izquierdas, la pregunta es: ¿qué se quiere decir con esto? Algo tan retóricamente simple, pero al mismo tiempo tan complejo, como que el PS aspira a transformarse en aglutinador de todas las fuerzas de izquierdas. Ello supone una capacidad de discernimiento de las diferencias y de construcción de síntesis que, a decir verdad, no veo posible en el corto plazo. Para lograrlo es necesario asumir la historia centrista del PS durante 20 años, así como sus costos (mucho tiene que ver con la irrupción del Frente Amplio), y entender la heterogeneidad de las izquierdas cuyo centro (¿ideológico, espacial, político?) es una incógnita.

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María Mercedes Yeomans Facultad de Educación U. de Las Américas

Del sexismo en el español

Probablemente hay buena intención al reemplazar vocales por arrobas y equis. Pero llamar “inclusivo” a este lenguaje indicaría que el español no tiene esa característica.

Respecto a la particularidad del español de que los colectivos sean en su mayoría de género masculino, el género de la palabra difiere de la sexualidad de la palabra. El género es una categoría gramatical que puede o no tener relación con el sexo del sustantivo. Un ejemplo de esto son las palabras “criaturas” y “personas”, donde ambos sustantivos, de género femenino, no tienen sexualidad definida.

En su artículo “¿Es sexista la Lengua española?”, García Meseguer indica que el sexismo lingüístico contempla tres agentes responsables: el hablante y su contexto mental, el oyente y su contexto mental y la lengua como sistema. A diferencia de éste, en el sexismo social no hay responsabilidad del sistema lingüístico, sino solamente de los interlocutores. Cuando hay sexismo del hablante (en su intención) o del oyente (en su interpretación) es por el uso del sistema lingüístico y no por el sistema propiamente tal.

En relación con el idioma en sí y la integración y vigencia de las palabras, éstas nacen desde la oralidad y luego se representan gráficamente en la escritura por el pleno académico de la RAE. El diccionario no se impone a la gente, sino que la refleja. Mientras las personas otorguen connotación machista, racista o xenofóbica a palabras que originalmente tienen otro significado, el diccionario debe explicar ese uso. Si estos usos no se dieran, en la práctica desaparecerían del diccionario.

Respecto a los arrobas y equis, la RAE indica que se estaría creando una representación gráfica de una palabra que no existe, en contra de los protocolos establecidos. También indica que “arroba” no es un signo lingüístico y que su uso en estos casos es inadmisible.

Cuando desde lo técnico se establece que nuestro sistema idiomático es inclusivo, y descartamos un sexismo lingüístico, atribuyendo la responsabilidad a los usuarios, es importante enfocar nuestra atención a la problemática social. Desviar las energías hacia la creación de palabras nos hace creer que la cuestión social está siendo abordada, cuando en realidad es necesario trabajar directamente en el contexto mental del hablante y el contexto mental del oyente, los que se ven afectados por aspectos que van mucho más allá de las arrobas y equis.

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“Es necesario que las personas se sientan reconocidas, tratadas con dignidad y atendidas con eficiencia”.

El Gobierno ha presentado a su comisión asesora para la modernización del Estado, con un plazo de cien días para evacuar su informe. Los integrantes son investigadores reconocidos en materias de probidad y transparencia, así como en procedimientos de agilización y eficiencia de las instituciones públicas. Cuatro mujeres de diverso origen cultural podrán aportar a la relación entre buena gestión y mejor democracia en el funcionamiento del Estado.

El ex contralor Ramiro Mendoza, a cargo del comité, ha sido un exponente calificado y generoso en la expresión de la necesidad de abrir el Estado al escrutinio público y a la participación. Un Estado moderno no se limita a la velocidad de conexión de sus redes, sino, al revés, aumenta su rapidez en función de la demanda por velocidad y amplitud de la exigencia de acogida y de responsabilidad que emana de la ciudadanía.

Se puede suponer que este comité tomará en consideración los avances de las comisiones programáticas de la campaña del Presidente Piñera y también algunas de las reformas al Estado propuestas durante la administración anterior. Pero existe el riesgo de que el arco de problemas que asuma sean demasiado acotados al Estado digital y que se pierda la oportunidad de avanzar en un mejoramiento de la atención personalizada que la ciudadanía y sobre todo la tercera edad necesitan. Existe también, en esa línea, el riesgo de limitarse a expandir las comunicaciones institucionales, pero mantener restringidas y formateadas las posibilidades de acceso del público y de respuesta a su peticiones.

Esta puede ser una posibilidad para abordar las debilidades del Estado y complementar las opciones por el orden público con compromisos de acceso público a las instituciones. Se puede sugerir también al comité que aborde un detalle generalmente descuidado. El Estado y la empresa privada deben mantener simetrías tecnológicas y culturales básicas, sin las cuales toda reforma del Estado puede naufragar en la intraducibilidad de los respectivos lenguajes y en cooptaciones indeseables. Sin simetría en las exigencias de respuesta a la ciudadanía, las empresas no tendrán interés en avanzar y quedarán desfasadas del proceso político, como ha sucedido con los casos de atentados a la libre competencia, abuso contra los consumidores y financiamiento indebido a la política.

El Estado necesario no se reduce a un electrodoméstico. Es necesario que las personas se sientan reconocidas, tratadas con dignidad y atendidas con eficiencia. La tentación del automatismo como sumum de la eficiencia debe ser puesta en esta perspectiva. Devolver el Estado a la ciudadanía, como pide el senador Kast, supone la decisión de poner a las personas en la base, en la hoja de ruta y en la especificación de objetivos para el Estado.

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