Yo publicaba un artículo (en Paula) que hoy sería estúpido. Por ejemplo, una entrevista a una mujer infiel. ¡Y quedaba la escoba!”.

El inesperado cierre de

revista Paula (que pasó a

fusionarse, conservando el nombre, con el suplemento Mujer de La Tercera) no dejó

a nadie indiferente. Menos a Isabel Allende, quien trabajó en sus páginas en los años 60. “Fue la época más entretenida de mi vida”, dice la escritora.

Allí escribió artículos sobre prostitución, mujeres infieles y madres solteras, que remecían al Chile conservador de la época. Además, fue con sus irónicas columnas de humor “Los impertinentes” y “Civilice a su troglodita” donde mostró su faceta más ácida.

Nacida en 1942 en Lima, desde 1988 reside en EE.UU.; tal es el estatus del que goza en ese país, que pasó a integrar la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras en 2004. Seis años más tarde recibió en Chile el Premio Nacional de Literatura. Su primera novela, “La casa de los espíritus”, se transformó en un best seller mundial, y dio inicio a una carrera que la ubica entre las autoras más exitosas del mundo, con 65 millones de libros vendidos, traducidos a 35 idiomas.

Aunque la marca Paula sigue vigente, muchas de sus ex directoras y periodistas más emblemáticas lamentaron el fin de una etapa de esta publicación icónica, que desafió a Chile con un insurgente feminismo. Sobre todo porque justo ocurrió en medio de una nueva ola por los derechos de la mujer, que mantiene tomados varios colegios y universidades, además de multitudinarias manifestaciones por una educación no sexista. Temas que Isabel Allende observa con interés.

—¿Cómo era el ambiente dentro de la revista Paula?

—Fue la época más entretenida de mi vida. Yo era joven, éramos todas muy jóvenes. Éramos desafiantes, atrevidas, insolentes curiosas. No teníamos miedo de nada. Recibíamos mucha agresión, muchas cosas en contra y no nos importaba nada. Además, una sensación de que éramos dueñas de Chile, una sensación de pertenecer. De representar algo, de ser una voz para las mujeres. Algo que sacudía a la sociedad también. La revista estaba a cargo de la Delia Vergara, que era una maravillosa directora.

—¿Cómo se organizaban?

—Teníamos la reunión de pauta cada semana y nos repartíamos el trabajo. Ya se sabía más o menos quién iba a hacer qué, porque había ciertos temas que le tocaban casi siempre a la Amanda Puz, otros que le tocaban casi siempre a la Malú Sierra. A mí me tocaba lo que nadie más quería o nadie más se atrevía, eso me tocaba a mí (se ríe). El humor me tocaba a mí también y las cosas de casa, todo lo que fuera doméstico, también era mío. Y la Constanza Vergara que le tocaba la moda. ¡Ella se llevaba lo mejor!

—Pero todas lo pasaban bien.

—Era muy entretenido. Además, había que leer muchísimo. Leíamos mucho de feminismo, pero también había que estar al día con lo que estaba pasando en el mundo. Esto era mucho antes de internet, así es que la forma en la que uno se enteraba de las noticias internacionales era por otras revistas, por publicaciones, por libros. Chile estaba muy aislado.

—¿Qué fue lo más entretenido que le tocó hacer en Paula?

—Me tocaron muchas cosas, cosas con fantasmas… con toda clase de leseras. Con drogas. Mira, era todo entretenido. Porque era todo nuevo, cada semana era algo nuevo. No había manera de aburrirse con un tema.

—Una vez se tuvo que disfrazar de vedete.

—Pusieron un aviso en El Mercurio que decía: “¿Quiere ser vedete? Iníciese en el Bim Bam Bum. 1,70 m, empleada particular, buen sueldo”. Eso era el aviso, lo tengo memorizado. Estábamos en reunión de pauta y la Delia dice: “Miren, que alguien se presente a este aviso. A ver, Isabel, preséntate tú”. “No, pero si yo soy la única que no mide el metro setenta aquí”, le dije. “Pero tú eres la única que se atreve”. Entonces yo llamé a la Margara Ureta, que era una amiga con la que yo hacía un programa de televisión. Le dije: “Margara, vamos. Yo voy a ir como tu ayudante o tu empleada o algo. Pero a ti te lo van a dar, a mí jamás me van a aceptar”.

—¿Con qué se encontró ahí?

—Era invierno. Fuimos al Bim Bam Bum, subimos una escalera vetusta, llegamos a una guardilla en un segundo piso, polvorienta, donde colgaban los vestidos de las vedetes, como pájaros emplumados, de unas bolsas plásticas del techo. Y había una señora mayor que parecía una tía de provincia que tenía un gato. Yo andaba con mi perro. Yo tenía un perro chico y no sé por qué pensé que una vedete tenía que llegar con perro. ¡Mira qué estupidez! Llegamos allá y la señora ni siquiera nos miró. “¿Ustedes vienen por el aviso? Bueno, desvístanse”. Lo único que yo no había pensado era que había que desvestirse. Yo estaba con cistitis, entonces andaba con calzones de lana. ¡Imagínate! (Risas). “Ya, pónganse esos zapatos y caminen para allá y para acá”. La Margara, que era flaca y regia, se puso los zapatos y caminó en pelota y no le importó nada. Pero yo, en calzones de lana, con unos zapatos que me quedaban enormes y con el perro en brazos, porque no lo podía soltar por el gato… Bueno, y nos contrataron a las dos. Cómo estarían de necesitados.

—¿Y cómo fue trabajar de vedete en el Bim Bam Bum?

—La Margara no lo pudo hacer, pero yo lo hice, porque tenía que escribir el artículo. Tuve que ir al día siguiente y el coreógrafo me dijo: “Como usté es chica, tiene que ir adelante”. Resulta que la vedete del momento se llamaba Rosita Salaverry. Y ella era bajita también. Entonces me pusieron unas plumas en el rabo y otras plumas en la cabeza para que me viera un poquito más alta, y tenía que bajar por una escalera entre dos pilas de gladiadores, que eran unos mapuches, oye, pintados de dorado. ¡Era una cosa pavorosa! (Se ríe). Todo esto salió en la revista y salió después en la televisión. Eso pertenecía al pasado y ya estaba olvidado. Pero resulta que hay un pedazo de ese video que existe y que lo pasaron por televisión. Y empezó a llamarme la gente. ¡Qué horror! Me acuerdo cuando salió en televisión, mis suegros no me hablaron como en seis meses. ¡Estaban absolutamente espantados! Imagínate la nuera a poto pelado. Porque esa es la verdad. Con plumas en el trasero. ¡Qué atroz!

—¿Qué sintió cuando se enteró del cierre de la revista?

—Tristeza. Porque la revista era un ícono. —Ahora lleva un par de ediciones la nueva revista Paula. ¿La vio?

—No, no. Pero mira, cuando vino el Golpe Militar echaron a todo el mundo en la Paula y fue igual de feo. La gente que había formado la revista, que habíamos trabajado ahí por años, que habíamos hecho un cambio cultural en Chile… la echaron. A todo el mundo.

—¿Piensa que pueda volver a ser lo que fue?

—¿La revista? (Piensa) No sé.

“El feminismo es mucho más fuerte ahora”

—¿Cómo fue ser lola en los 60 en un Chile tan cartucho?

—¡Ay, era atroz! No te puedes imaginar lo que era. ¡Era atroz! (Se ríe). Las que estábamos en la revista Paula estábamos en la vanguardia. A nosotras nos costaba menos, porque éramos muy desafiantes y nos atrevíamos a todo. Ya no nos importaba que nos pelaran. Pero la mayor parte de las mujeres estaban fritas.

—¿Qué era lo que en esa época no se podía hacer?

—¡Muchas cosas! Yo publicaba un artículo que hoy en día sería estúpido. Por ejemplo, una entrevista a una mujer infiel. ¡Y quedaba la escoba! Llegaban cientos de cartas, se metía la Iglesia, se metían los senadores conservadores… Se metía el papá de la Delia Vergara, que era un viejo conservador (se ríe). ¡En serio! Y me caían palos por todos lados por una cosa como esa, imagínate. Entonces nosotros estábamos hablando por primera vez en público de temas como la violencia doméstica, las drogas, la virginidad, la prostitución, el tráfico humano. Todas esas cosas que nunca se habían mencionado en Chile. Entonces, claro, recibíamos muchos palos. Pero eran buenos palos, porque por cada palo que recibíamos, dábamos dos.

—¿Y era muy diferente el feminismo de los 60 al de esta nueva ola que se ve hoy?

—Eran los comienzos. Nosotros en esa época estábamos recibiendo en Chile, un poco tarde, la ola de feminismo que venía de Europa y de los Estados Unidos. Entonces cuando empezó la revista Paula nosotras empezamos a leer los libros de las feministas norteamericanas y europeas y creamos un lenguaje nacional, chileno, para expresar lo que ya estaban diciendo en otros lados. Y en aquella época el feminismo estaba empezando. Entonces era una denuncia de todo. Era una especie de lucha, un poco confusa, porque no sabíamos contra qué diablos estábamos peleando ni cómo. Ahora con la información que hay, con la internet, estamos enterados de todo lo que pasa en el mundo y hay un resurgimiento de un movimiento feminista que incluye a los gays, a los transgender, a la gente que antes estaba excluida. Yo creo que es un movimiento mucho más fuerte ahora.

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