Nos preparamos para la negociación colectiva, el sindicato 2 para la huelga”.

Carlos García

Dimos nuestro brazo a torcer porque la gente lleva 15 días sin sueldo”, Alejandro Villatoro

fotos: cesar silva

Era motivo de orgullo: la única planta de contenedores refrigerados de Maersk fuera de China fue instalada en el Parque Industrial de San Antonio, de propiedad de Manuel Ariztía.

“Surgió como idea en 2007. La consolidación del proyecto fue en 2011. Los daneses tenían una fábrica de estos containers en China y querían aumentar la producción. Evaluaron países del hemisferio sur como Brasil, Vietnam y Sudáfrica. Eligieron Chile por la estabilidad económica, menor corrupción y carga de exportación”, recuerda Francis Mc Cawley, ex marino y primer gerente general de Maersk Container Industry (MCI) en Chile.

La fábrica comenzó a producir en 2015, con varias malas noticias: las plantas de sus proveedores de aluminio (Indalum, filial de Madeco, del grupo Luksic) y de acero (la de productos planos laminados de la Cap) cerraron en 2013. “Ya habíamos mandado a hacer las máquinas y teníamos invertido, por lo menos, US$80 millones”, afirma el ex mandamás chileno para explicar por qué siguieron adelante.

“En vez de costar US$170 millones, la planta costó US$250 millones y en vez de dos años, la construcción demoró tres. Y sacaron a mi jefe Peter Nymad (CEO mundial de MCI). Por eso, salí”, dice Mc Cawley, quien ocupó el cargo entre 2011 y 2014. Después de él vinieron un danés, un inglés y el actual, Ronnie Jensen, también danés, inubicable en la planta de San Antonio, donde nadie atiende el teléfono ni se puede entrar. En la oficina de la naviera en Santiago dijeron no conocerlo.

Con una capacidad de producción de 40 mil contenedores, se fabricaron 2 mil en 2015, 6.500 en 2016 y 8.500 en 2017 frente a la meta de 14 mil, según Mc Cawley, el único ejecutivo que accedió a hablar.

En ese período se abrieron tres plantas de contenedores refrigerados en China, ninguna de Maersk, totalizando siete. “Hay demasiada oferta y las navieras no están renovando los contendedores, cuyos precios deben haber caído un 20 o 30%”, dice el ex ejecutivo. Y no olvida el factor laboral: “Cómo se llega a que un sindicato con trabajadores que antes no tenían trabajo, aparezca con un petitorio desmedido”.

Dos mujeres, un destino

Blanca Rubio (57) estaba cesante y deprimida. Había dejado la concesión del casino del Instituto del Puerto y un sueldo de $600 mil mensuales. Supo de los cursos de capacitación que impartía la Fundación Cades y durante dos años —de ocho de la mañana a una de la tarde— estudió pintura industrial. El 24 de junio de 2015 entró a Maersk. María Elena Fuentes (42) recién separada y con su hija mayor con problemas psicológicos, decidió cambiar: dejó su labor de operaria en la compañía de sacos Coresa, le pagaron 11 de los 13 años trabajados y postuló por internet a Maersk. Un día la llamaron de Cades a una reunión, donde escuchó que estaba todo listo para la llegada de la empresa de contenedores y que se necesitaba mucha mano de obra. Cuatro meses después comenzó el curso de soldadura en Cades durante nueve meses.

“Un bus me pasaba a buscar a las 7:15 a mi casa, en el centro. Llegaba a las 8. El robot pintaba y yo pincelaba el marco de la puerta en aquellas partes donde el robot no llegaba”, cuenta Blanca.

Trabajaba en una cabina cerrada, de pie, pero debía agacharse cuando aparecía la pieza para retocar. “Pedí una silla, pero vino el manager y me la hizo sacar. De tanto reclamar me pusieron a otra persona”. A la 13 paraba media hora para almorzar y salía, como todos, a las 7:30. Ganaba $427 mil líquidos.

A los dos años pasó a “logos”: debía sacar el papel y pegar las letras de Maersk o Hapag Lloyd, que compraba contenedores a la firma danesa.

María Elena entró en enero de 2015. Soldaba la base del contenedor de rodillas. “Cada 15 minutos pasaba una pieza. Era cansador, pero me gustaba, porque mi soldadura iba afuera, se veía”, recuerda María Elena. A raíz de un lumbago mal cuidado tuvo una licencia de 15 días del IST por “esfuerzo en la instalación de trabajo”.

“Un compañero que entró conmigo —continúa— tiró licencia por seis meses y mandaba fotos en la playa. Un día alguien lo vio manejando un colectivo. Volvió y a los dos días lo despidieron”.

Blanca nunca se enfermó. “Pero cuando mi padre agonizaba estuve dos meses fuera, hasta que falleció. Veía jóvenes que tiraban licencia o faltaban uno o dos días. Eran los más irresponsables”.

“Yo me proyecté, pedí un crédito a ocho años y compré mi casa. Pensé que iba a terminar de pagarle la universidad a mi hija. Le quedan dos años. Y la de Elías, que tiene 6. Y de la noche a la mañana me quedé sin nada. Creo que hay una beca en la municipalidad para gastos de librería”, cuenta María Elena, quien trabajaba los sábados la jornada normal, de 8 a 17:30, para aumentar su sueldo de $500 mil líquidos. “Yo me hice una pieza y una entrada para el auto de mi hijo con techito. Todavía no lo puedo asimilar. Tengo 57 años y no voy a encontrar pega”, acota Blanca.

Dos sindicatos, dos estilos

Vía Twitter, el ex diputado José Tomás Jocelyn Holt sugirió la influencia que habría tenido el PC y el impacto de los 5 días de huelga de octubre de 2017 en el devenir de la compañía.

La empresa contaba con dos sindicatos de trabajadores. “Nosotros preparamos para la negociación colectiva, el sindicato 2 para la huelga”, afirma Carlos García (57), presidente del sindicato 1, con 550 socios, cuyo petitorio a fines del año pasado fue un reajuste de 4% real, bono de producción y aumento de los bonos de los bonos cuatrimestrales. Mientras, Alejandro Villatoro (44), presidente del sindicato 2, con 570 afiliados, afirma que “el bono de producción gatilló el problema” ya que, a su juicio, las metas de producción no eran alcanzables. Orgulloso comunista desde los 15 años, el pliego del sindicato que representa incluía un bono de producción por contenedor fabricado, un seguro dental que se sumara al complementario, becas de estudio para hijos y trabajadores que estudiaran, bono de vacaciones, Navidad, durante el mes de marzo y Fiestas Patrias, de $100 mil cada uno.

“Durante la huelga nos sentamos tres veces con la empresa y dimos nuestro brazo a torcer porque la gente llevaba 15 días sin sueldo”, dice Villatoro. Tras la negociación, se pactó el monto del reajuste, diversos bonos y un nuevo incentivo por productividad. Este último volvió a gatillar diferencias entre los sindicatos y la administración, “Hubo un problema de interpretación. Ibamos a interponer una demanda por incumplimiento de contrato colectivo”, agrega el líder del sindicato 2.

Hoy Villatoro y García con suerte se saludan. Ni siquiera coinciden en el sueldo promedio de los trabajadores de Maersk: mientras el primero dice $600 mil; el segundo, asegura que eran $400 mil.

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