“A uno le toca muchas veces ser chileno de muestra, en los eventos más variados, y no hay cómo escabullirse. A mí me toca hablar desde una tribuna sobre un tema de exámenes escolares: la relación entre el vino y la poesía”

Jorge Edwards

Dios me libre de fundaciones y de academias, dijo Rubén Darío en alguna oportunidad, ya no sé si en el Santiago de Chile de la época del Presidente Balmaceda, en vísperas revolucionarias, o en el Valparaíso de mis bisabuelos, el de “Azul” y el del certamen Varela, punto de partida del modernismo literario, que cambió el tono y hasta el aire de la vieja poesía de España: “Era un aire suave de pausados giros”. Nadie había escrito así en lengua española me dijo una vez en París, en un fin de semana de breve exilio suyo, José Bergamín. Inolvidable exilio en el que André Malraux, ministro de Cultura del general De Gaulle, le dio refugio a Bergamín en el estupendo Hotel de los Embajadores de Holanda, y en el que Bergamín, arruinado, carente de toda forma de liquidez económica, se alimentó de baguettes con jamón y mantequilla, “tartines” dicen los franceses, y de copas de vino tinto de las casas en las que le tocaba estar. Para mí, los jardines andaluces descritos por Bergamín son lo mejor de la literatura española del siglo XX.

A propósito de vinos, a uno le toca muchas veces ser chileno de muestra, en los eventos más variados, y no hay manera de escabullirse. Miguel Torres, que ha conseguido producir vinos tintos de buena calidad en Curicó, cerca de las viñas que en mi infancia se llamaban de Sagrada Familia, deposita en las bóvedas del Instituto Cervantes de Madrid el manuscrito en su letra verde invasora de una “Oda al vino” de Pablo Neruda. Todos aplauden y se sacan fotografías. A mí, el chileno obligatorio, me toca hablar desde una tribuna sobre un tema de exámenes escolares: la relación entre el vino y la poesía. No sé si los discursos pueden pasar los exámenes más elementales y la verdad es que me quedo pensativo. El “Estatuto del vino”, uno de los “Tres Cantos Materiales” de la juventud de Pablo Neruda, está lleno de alas moradas que vuelan por el paisaje, de cantos de borrachos. Otro formidable escritor del vino es el monje del interior posrenacentista de Francia François Rabelais. Neruda decía con frecuencia que amaba su lenguaje excesivo, torrencial, que escapaba del verso bien educado, cortesano, escrupulosamente medido, de Ronsard, autor de sonetos impecables que estudiábamos en años escolares.

Entre los poetas que sabían demasiado figuraba Horacio, un latino, que en una de sus odas escribió el verso siguiente: “No sobrevivirán los versos de los poetas que beben agua”. ¿Qué Horacio, se preguntarán los inevitables funcionarios chilenos, alérgicos a la gran literatura, que asisten a la ceremonia? ¿Horacio Fabres, don Horacio Walker, Horacio Valdebenito, que era “practicante” y ponía las inyecciones en los antiguos veraneos de Zapallar y de lugares parecidos? Las historias clásicas dicen que Horacio bebía vino en las tardes latinas, sin necesidad de acompañarlo de otras pequeñeces. Podemos brindar, entonces, en memoria de Neruda, de Rabelais, de Edgar Allan Poe, que fue el más extraviado de todos, y de Charles Baudelaire, cuyos vinos crepusculares, son tristes sombríos, comparables a los de algunos de los grandes poetas de nuestra lengua, y ahora pienso en varios y termino por no dar el nombre de nadie.

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Danae Mlynarz Puig Proyecto Institucionalidad de Diálogo Territorial

Participación necesaria pero insuficiente

El Ejecutivo anunció un proyecto para modificar el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, y según la ministra de Medio Ambiente, éste incluirá la obligatoriedad de una participación ciudadana temprana para los proyectos que requieren Estudios de Impacto Ambiental. A todas luces es un buen anuncio —la participación temprana es necesaria—, pero al mismo tiempo insuficiente.

Lo positivo. El diálogo temprano permite que las partes avancen en construir confianza, que la comunidad contribuya con información valiosa, facilitando la identificación de impactos, elaborando medidas de mitigación y compensación, al mismo tiempo que la comunidad incida, y permite generar estrategia de inversión social validada por los representantes locales, y sobre todo en el caso de haber conflicto, avanzar en la transformación de éste, ganando confianza de largo alcance.

Sin embargo, debido a la desigualdad de los actores en el territorio, los diálogos tempranos se darían en condiciones que no aseguran un desarrollo simétrico. Es necesario que el diálogo sea acompañado de mecanismos de habilitación para todos; que el Estado tenga un rol multigarante; y que exista un proceso temprano para acordar participativamente en qué condiciones el nuevo proyecto de inversión sería compatible con el territorio.

La propuesta de crear una institucionalidad es un cambio de paradigma sobre cómo entendemos la participación ciudadana, valoramos el diálogo y aseguramos que el desarrollo se quede en los territorios. Establece que el sistema de diálogo debe ser permanente, no sólo en forma temprana, sino que durante todo el ciclo de vida del proyecto. La institucionalidad de diálogo propone un sistema de resolución de controversias a través de la mediación permite procesar conflictos. Se crea un fondo ciego de financiamiento del proceso de habilitación y diálogo, un sistema de certificación de competencias y un índice de calidad del diálogo.

Si queremos que la reforma al sistema sea legitimada debemos dar un rol central a la participación ciudadana durante todo el ciclo del proyecto. Por eso, es necesario crear una Institucionalidad de Diálogo Territorial que dé garantías a todos los actores para avanzar hacia un desarrollo inclusivo y sustentable.

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“La conciencia

de la importancia de la denuncia avanza, pero

aún falta”.

Denuncias por acoso sexual y abuso de poder han puesto el foco en un tema silenciado por años en la sociedad chilena. La encuesta nacional de la Corporación Humanas sobre “Percepciones de las mujeres sobre su situación y condiciones de vida en Chile 2017” ya daba luces sobre la materia: el 88,9% considera que “la mayoría de las mujeres es acosada sexualmente alguna vez en su vida” y el 87%, que las mujeres son discriminadas.

Cuando vemos dónde se presenta esa discriminación, el trabajo es el más referido (88,2%). Así, se evidencia el paisaje laboral en que nos desempeñamos.

La OIT y el PNUD postulan que las mujeres son las más afectadas por la precarización laboral y que, a menores niveles socioeconómicos y de escolaridad, las jóvenes tienden a ver replicada la discriminación en el trabajo.

“Si no haces lo que te digo, te irá muy mal” o “si haces lo que te digo, a todos nos irá muy bien” son frases amenazantes que se naturalizan, provocando temor a ser despedido, a no encontrar trabajo en el rubro o a denunciar, porque nunca hay una penalización real y la víctima siempre sale mermada.

En Chile, el acoso laboral no está regulado como tal. Existe un proyecto de ley, pero aún no es realidad y esto evidentemente complejiza los procesos de denuncia. Pese a ello, las denuncias de acoso sexual laboral se triplicaron en 2017, según la Dirección del Trabajo. La conciencia de la importancia de la denuncia y la comprensión de la falta avanza, pero aún falta.

Empresas construyen oficinas con vidrios, colegios ponen ventanas en sus salas de clases y se arman reuniones a puertas abiertas; acciones muy importantes para evitar el acoso, pero insuficientes: permitir la visibilidad no asegura que las personas se ocupen de esta temática y que, siendo testigos, confronten y denuncien.

Debemos asegurar el resguardo de testigos, fomentar el aprendizaje organizacional de situaciones pasadas y registrar para evitar acciones similares a futuro. Esto se logra con valentía de las organizaciones y sus directivos, desafiando el miedo por los despidos para abrir conversaciones complejas.

Movimientos como #MeToo o #NiUnaMenos nos interpelan a que actos violentos, abuso de poder y abuso sexual dejen de ser patrones normalizados de comportamiento. Ahora, la denuncia, la concientización y la visibilización deben ser la pauta.

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