En 2010 teníamos $1.200

millones de presupuesto, hoy es de 3 mil millones”.

Con una sonrisa aparece en el hall de entrada de las oficinas de la Fundación Luksic. A los pocos minutos, Montserrat Baranda (50), directora ejecutiva del organismo que nació hace 20 años, propone un recorrido por el tercer piso de 350 metros cuadrados que la organización ocupa en Alcántara 44.

En el camino se detiene en la oficina de Paola Luksic, presidenta de la fundación. “Ella no está en terreno como nosotros, pero una vez al año visita un proyecto y nos pide: «Quiero ir a sentarme a conversar con la comunidad escolar, no quiero cortar cintas», y se instala cinco días escuchando inquietudes y comiendo sopaipillas con ellos”, cuenta.

Actualmente —añade—, Luksic “participa de un proyecto piloto del Hogar de Cristo para transformar residencias del Sename. Está en una etapa inicial, contempla mejoras en infraestructura y se hace bajo estándares internacionales”. Se trata de la remodelación de dos residencias. Una para hombres (en Ñuñoa) y otra para mujeres (en Viña del Mar) que atienden diez adolescentes con necesidades complejas cada una.

Luksic llegó al proyecto luego que Pablo Egenau —director social del Hogar de Cristo— conversó con Esperanza Cueto para pedirle apoyo financiero y ella tomó contacto con las fundaciones de Paola Luksic, Carolina del Río (Fundación Ilumina) y Marion von Appen (Fundación Choshuenco). Cada una de ellas aportó $200 millones.

De las Ursulinas a Cerro Navia

En una repisa de la oficina de Baranda —profesora de Lenguaje de la UC, con un magíster en Sociología de la Educación de la Universidad de Notre Dame, Indiana— lucen coloridas artesanías hechas por estudiantes del centenar de liceos que la fundación Luksic apoya en ocho regiones de Chile. “Estamos enfocados en proyectos que fortalecen la educación media técnico-profesional; trabajamos con colegios con un 88% de índices de vulnerabilidad escolar”, dice.

Y agrega: “Hace ocho años la fundación contaba con un presupuesto de $1.200 millones. Hoy es de tres mil millones anuales. Como fundación no tenemos vínculo con ninguna empresa Luksic, no somos una plataforma para que usen la exención tributaria”.

Baranda llegó a la fundación Luksic hace ocho años como coordinadora de proyectos, estuvo cuatro años a cargo de la línea educativa del MIM (Museo Interactivo Mirador) y fue coordinadora de proyectos del SIES (Sistema de Ingreso a la Educación Superior).

Tercera generación en la mira

Ex alumna del colegio Santa Úrsula de Vitacura (egresó en 1986), es la novena de diez hermanos y, sin duda, su vocación social estuvo influenciada por la labor de sus hermanos, Benito (59); Sofía (56), religiosa de la Congregación del Sagrado Corazón, y Guillermo (60), sacerdote jesuita. “Saliendo de la universidad viví varios meses en Cerro Navia. Me marcó convivir con sectores vulnerables”, cuenta.

El terremoto de 2010 la pilló como directora del Centro de Docencia de la U. del Desarrollo. Con su hermano Benito partieron en una camioneta del Hogar de Cristo a ayudar en Curanilahue. “Se me volvió a encender la llama de lo social, y justo apareció la Fundación Luksic”, dice.

Con la muerte de Andrónico Luksic Abaroa (2005), empresario minero y una de las fortunas más grandes de Chile, su hija Paola —la mayor de las mujeres— asumió hace 13 años el liderazgo de esta fundación educacional creada en 1997.

—Ningún integrante de la tercera generación de la familia Luksic está en la fundación. ¿Se piensa revertir eso?

—Paola está entusiasmando a la tercera generación para que se sumen a esta fundación o a las otras organizaciones sociales de la familia. Hace dos años la familia Luksic tuvo una reunión donde fui invitada y conté lo que hacíamos. Todos me hicieron muchas preguntas, e Isabella, hija de Jean Paul, hizo una excelente propuesta para la página web de la fundación que se implementó.

—Según el reciente reporte global de filantropía de la U. de Harvard, Chile es el país que menos gasta en este tema. ¿Cómo se revierte esta situación?

—Es un desafío como país. Desde que estoy en la fundación noté que la filantropía estaba poco profesionalizada, con muchos aportes sin formalizarse. Pero esto cambió, y la filantropía en Chile se ha ordenado. Como instituciones filantrópicas más allá de donaciones concretas, podemos aportar al desarrollo de políticas públicas para una mayor inclusión social.

—Por eso, como lo señala el estudio, ¿la prioridad para las fundaciones filantrópicas es la educación?

—Lo que la filantropía quiere es contribuir a la sociedad, y por eso va al pilar más estratégico, que es la educación. Se aportan recursos para que ese estudiante tenga mejores condiciones con becas, profesores capacitados o mejor infraestructura de liceos, y así acceda a otras herramientas para mejorar la sociedad. El desafío de la filantropía en educación es mejorar la calidad de la educación. En la prueba PISA hemos mejorado, pero aún hay una brecha importante con las competencias del siglo XXI.

LEER MÁS
 
Más Información