“Me casé con un sacerdote, enamorada y con el proyecto de seguir unidos contra la injusticia y la pobreza. Y al dejar de ser monja, mi congregación estuvo triste de perderme... pero me apoyó siempre”. Así recuerda Judith Ress (75) cuando a principios de los 70 dejó el hábito que ocupó por más de una década y optó por proyectar su vida con el entonces párroco estadounidense David Molineaux, a quien conoció cuando vino de misionera a Latinoamérica.

Judith —ex monja, periodista, editora y teóloga ecofeminista— nació en Massillon (Ohio) y desde 1991 vive en Chile. En Santiago, hace terapias alternativas en el Centro Tremonhue en el Cajón del Maipo y es vocera del ecofeminismo. “El patriarcado ha controlado a la mujer y a la naturaleza. Impulsamos el empoderamiento femenino en lo económico y en lo ecológico, no podemos destruir la Pachamama, nuestra tierra; el origen de la vida”, explica.

Una foto de la ex Presidenta Michelle Bachelet en un arrimo es lo primero que se ve al ingresar a su casa en Villa Frei (Ñuñoa). El pequeño living tiene toques femeninos con coloridos tejidos a crochet hechos por ella. “Bachelet promovió los derechos de la mujer con un liderazgo femenino en su gobierno”, dice, acompañada de su perro Santiago, en un perfecto español con marcado acento gringo.

Ahora, a raíz del movimiento feminista en Chile, está difundiendo diversas publicaciones de ecofeminismo y teología feminista en algunas universidades chilenas como la UC, de Chile y Alberto Hurtado, además de congregaciones religiosas de Santiago. “Es importante que las mujeres tengan acceso a los textos clásicos sobre el patriarcado en la historia de la iglesia católica”, señala.

“El amor es el amor”

A los 18 años, Judith —autora de la novela “Flores de Sangre” (sobre cuatro misioneras estadounidenses violadas y asesinadas en El Salvador)— entró a la congregación Hermanas de la Humildad de María (en Ohio, Estados Unidos). Allí estuvo trece años. Como monja, estudió en la Universidad de Notre Dame y egresó como profesora de Historia. También fue activista contra la guerra de Vietnam y trabajó en barrios de afroamericanos de Ohio. “Mi congregación tenía una devoción especial por María. Muchos meses me consagré secretamente como «esclava de María», que eran prácticas medio macabras enseñadas por el santo francés Luis de Monfort, hasta que mi maestra de novicias lo supo y prohibió mi esclavitud”, recuerda.

Nunca perdió el contacto con su congregación: “Entramos 40 novicias y hoy quedan tres”, dice.

Entre 1970 y 1972 vivió en El Salvador como misionera y luego estuvo tres años en Huarochiri, en la Sierra Peruana. Fue en esa época que dejó la congregación, pues se enamoró y se casó con David.

Con él tuvo a Peter (40) y a Benjamín (39) y se divorció hace diez años. “Como era seguidora de la Teoría de la Liberación, una teología que exige la opción por los pobres, el matrimonio se veía con el ceño fruncido, significaba aburguesarse y olvidarse de los pobres; pero el amor es el amor y nos casamos en Estados Unidos en 1977”, recuerda.

Cuenta que “en los años sesenta había una lucha de sacerdotes y religiosas por una sociedad más igualitaria y nos marcó mucho la Teoría de la Liberación”.

Por eso, ya fuera de la congregación —y con una maestría en Economía y un doctorado en Teología— Judith se dedicó a ser misionera laica en América Latina.

En octubre de 1977 llegaron con David a Chile para apoyar pacíficamente la resistencia a la dictadura militar. Entonces tenía siete meses de embarazo de su primer hijo. Ambos trabajaron con la Vicaría de la Solidaridad y en poblaciones marginales, y en los 80 regresaron a Perú. Allí, durante ocho años dirigieron la publicación bilingüe “Noticias Aliadas”.

Pero decidieron regresar a Chile a principios de los 90 como misioneros laicos de la asociación Maryknoll y un año después fue una de las fundadoras en Santiago del movimiento y la revista de ecofeminismo, espiritualidad y teología Con-spirando.

—Tras su fracaso matrimonial, ¿lamentó haber abandonado su vocación religiosa?

—Nunca me arrepentí. Cuando dejé de ser monja pasé por otras etapas como ser madre y esposa. Hoy, a los 75 años soy una vieja más sabia que aprecia el mensaje de Jesús, pero no voy a misa los domingos: hago ritos chamánicos donde me conecto con los ancestros, tengo mi huerta, mi abonero, hago mi pan, tejo, reciclo y gozo a mis pequeñas nietas.

—María Paz Lagos, presidenta del Directorio de Voces Laicas dijo la semana pasada (sitio WomenTalk) que se requiere más participación de las mujeres en la Iglesia.

—La Iglesia debe cambiar el poder clerical. El Papa cuando asumió en 2013 dijo que la participación de las mujeres no se podía limitar, pero el Vaticano ratificó que será definitivo no ordenar mujeres. Al prohibir que la mujer sea sacerdotisa confirman muchas practicas de la Iglesia en que debemos ser rebaños y no pastores. Pero si hubiese mujeres en la toma de decisiones de la Iglesia, habría menos pedofilia y abusos. Tenemos el instinto para detectar esos casos.

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