Si alguien gusta de los puzzles geográficos, debe visitar el cerro San Juan de Dios. Es que no es fácil, tras un recorrido, encontrar dos, tres, o cuatro de sus habitantes que coincidan en cuales son las calles que le pertenecen; sus límites o su ubicación exacta en esta mini cordillera porteña.

Es curioso y entretenido, pues de esas conversaciones salen a relucir nombres de lugares —como el Cerro Jiménez, Quebrada La Leona, La Loma— que ya no se usan en lo oficial y sólo se viven en los “sube y baja” diarios, o en el recuerdo de sus vecinos. Y felizmente es así, pues uno de los atractivos de Valparaíso es hacer que el viajero se agite y se pierda, para que se sienta como un “descubridor” tras la aventura por este intrincado recorrido.

Quizás un modo de conocer el San Juan de Dios sea desde la Plazuela Ecuador, a la que se accede por alguna de las dos vías nacidas desde la conocida calle Condell. La adustez y linealidad de esta calle cambia de inmediato cuando el viajero entra y se encuentra en uno de los bordes de esta plazuela, en medio de su explanada. Este espacio es generoso y bullanguero. En su interior hay mucho tráfico y colores, su perímetro es sólido y el centenar de edificios republicanos que lo flanquean —antes residencias—, hoy cobijan un variado comercio de restaurantes, pubs, talleres, hospedajes. Estos explican muy bien lo que los desesperados tiempos “patrimoniales” trajeron a este Valparaíso tan bellamente pobre.

Con mulas y barricas

Desde la historia, el cerro San Juan de Dios fue muy vital y húmedo, pues allí corrieron dos arroyos que llegaban hasta su base en la actual Plazuela Ecuador.

Las crónicas porteñas hablan de los aguateros, aquellos hombres humildes que con mulas y barricas llevaban el agua a distintos puntos de la ciudad.

También, en tiempos coloniales, los Hermanos de San Juan de Dios instalaron aquí un Hospital de Caridad (1767) para los pobres, que en sus primeros años se financió con el “derecho de aguada” que le vendían a los barcos. Es decir, el agua que corría desde las alturas de varios cerros por quebradas que hoy son calles, como la de Yungay y la de San Juan de Dios.

En algún momento estos aguateros debieron irse pues el empresario Guillermo Wheelwright compró y monopolizó el agua de las quebradas. El viajero alemán Paul Treutler, que visitó Chile entre 1851 y 1863, sobre la quebrada de San Juan de Dios, escribió que: “tenía una fuente de la que salía un arroyo que no secaba jamás”. Hoy, un turista subiendo sediento desde la plazuela, lo hará por aquella antigua huella de la vertiente ya seca.

El Hospital San Juan de Dios, “financiado con agua” se derrumbó en el terremoto en 1822. Fue cuando la municipalidad compró la quebrada a doña Mariana Cox de Price y luego abovedó su cauce, de modo que el humilde arroyo se transformó en avenida y se le construyeron calles aledañas (1896).

Este no fue uno de los primeros cerros en poblarse o construirse en el área. Antes (1825) se establecieron cementerios en el Cerro Panteón, su vecino. En 1841 aumentaba la población en el Cerro Alegre y en 1857, aunque dispersas, se veían —en planos de la época— muchas casas en los cerros Yungay y Bellavista, las que lo “aprietan”.

Es en 1863 cuando el cerro San Juan de Dios aparece en un plano con numerosa población y con calles muy bien definidas y con su topografía aún muy evidente.

Efecto abanico

Si desde la Plazuela Ecuador se mira hacia lo alto, se ven tres calles. A la izquierda, Yerbas Buenas; al centro, General Mackenna y, a la derecha, Bellavista. Sin embargo, para visitar el cerro no es recomendable subirlo caminando sino, desde la Plazuela, tomar un bus o un colectivo que por la calle Bellavista/San Juan de Dios, lo deje en la Avenida Alemania (Camino de Cintura). Este es un momento bello del viaje. Allí desde la altura, mirará hacia el plan; además es mucho mejor, cuando se puede, recorrer cualquiera de estos cerros desde arriba hacia abajo. Al subir, en Valparaíso, podrá perderse pues las calles se abren en abanicos; en cambio, bajando podrá confiar, pues se juntan hasta que sólo una llega al mar.

Escaleras que suben y bajan

La arquitectura de este cerro es amena de leer. Alturas uniformes, un tiempo homogéneo; casi todas las construcciones son de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Esto se corrobora, pues muchas de las casas tienen inscrita la fecha de construcción en la fachada. Desde el Mirador Camagli, en la Avenida Alemania, después de estar en el hermoso y pequeño parque Liguria se debe elegir una calle por la cual bajar. Puede ser la misma San Juan de Dios por la que se llegó, o Miller, o su quebrada más oriental: Guillermo Rivera.

Desde la esquina de Placilla con Miller, un viajero puede “precipitarse” hacia el mar por la calle Bernardo Vera (con muchos grafitti para admirar) o comunicarse con la sinuosa Vicente Padín y llegar nuevamente a la principal de San Juan de Dios. El trayecto será mirando escaleras que suben o bajan; unas como túneles, otras como puentes. Cosa mayor es visualizar la población Lord Cochrane, construida en un pasaje presidido por un arco de latón, y de la cual ya se hablaba desde 1897.

Este cerro marea y encanta. Aunque ya no es nítido, pues el tiempo borró los contornos de su topografía, sus alturas, sus formas; y al viajero se le nubla la noción geográfica que aprendió en el colegio.

Sólo restan alguna subida, otra bajada, escaleras geniales y algún mirador hacia la bahía. El San Juan de Dios es un divertido acertijo, casi un puzzle, en donde juguetear para conocer otro poco de Valparaíso.

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