Hay un cierto ethos de la clase alta chilena que tiende a autoidentificarse como los mejores y más capacitados”.

“Hay un testimonio que a mí me gusta mucho de Hernán Díaz Arrieta, Alone, el famoso crítico literario, que dice: ‘En aquella bendita edad cuando era posible entrar a la administración pública a los 14 años, sin concursar, sin preparación, sin título, sin estudio, sólo con parientes'”.

El que lee es Joaquín Fernández (37), licenciado y magíster en Historia, profesor de la U. Finis Terrae, especializado en política chilena de los siglos XIX y XX (cuatro libros publicados desde 2007). La frase la ocupa para graficar cómo el nepotismo ha jugado un rol clave en el ejercicio del poder en Chile, tema que en los últimos días se tomó la discusión pública con el fallido nombramiento de Pablo Piñera, hermano del Presidente, como embajador en Argentina.

El episodio generó reacciones incluso dentro de partidos oficialistas: Evópoli y RN anunciaron la presentación de un proyecto de ley para regular la contratación de parientes en el gobierno.

Para el historiador, el episodio obliga a entender el liderazgo político que ha estado presente desde el inicio de la República: “Por ejemplo, las alianzas matrimoniales podían llegar a ser verdaderos mecanismos para conseguir acuerdos entre diferentes grupos; basta recordar el matrimonio entre Manuel Bulnes y Enriqueta Pinto, usado como una manera de hacer la paz tras la guerra civil de 1829-1830, ya que se trataba del líder emergente de la facción conservadora y la hija del líder liberal derrotado”, dice.

—¿Cuándo este orden comienza a criticarse?

—Con el Alessandrismo en la década del 20 y con las intervenciones militares reformistas de los 20 y 30. Uno de los fenómenos de la dictadura de Carlos Ibáñez es el ingreso de cuadros tecnocráticos a la administración del Estado. El núcleo de este grupo lo componían jóvenes de clase media, provincianos y ajenos a la élite. A través de ellos se rompe la lógica oligárquica y se cuestionan los contactos familiares (…) Por eso hay que tener cuidado con considerar la tecnocracia como un elemento antidemocrático, en muchos casos ayudó a romper las lógicas del control oligárquico.

—¿Quiénes son esos grupos, en específico?

—En el caso de Ibáñez, su ministro de Hacienda, Pablo Ramírez, que desarrolló importantes reformas, introdujo en la administración del Estado a grupos de jóvenes caracterizados por su dominio técnico. Muchos de ellos eran ingenieros (…) y pasaron a ser conocidos como “los cabros de Pablo Ramírez”. Varios de ellos adquirieron posiciones relevantes en las agencias estatales y muchos siguieron ejerciendo funciones en el Estado tras la caída de Ibáñez, incluso, teniendo un rol relevante en la instalación y el funcionamiento de la Corfo.

Dice que “con el retorno de la derecha al poder en 1958 con Jorge Alessandri, muchos elementos de este grupo fueron reemplazados por la élite empresarial. Alessandri valoraba mucho sus contactos personales y la experiencia empresarial en el sector privado y, como gran parte de la élite empresarial del período, desconfiaba de los cuadros técnicos de carrera del Estado”.

Oligarquización de la política

—¿En la élite aún persiste la idea de que la familia es clave para el ejercicio del poder? Repasemos: el jefe de gabinete del ex Presidente Aylwin era su yerno, está el nombramiento del hijo de la ex Presidenta Bachelet en un alto cargo en La Moneda, e incluso se podría pensar que la peor crisis de la Transición se debe a que Pinochet no quería que su hijo fuera investigado por los cheques que le pagó el Ejército.

—Creo que eso puede tener que ver con un cierto ethos de la clase alta chilena que tiende a autoidentificarse como los mejores y más capacitados, lo que hasta un punto les hace sentir tener ciertas licencias.

—Carlos Peña, en su última columna, dice que el problema en el caso del Presidente Piñera es que hay una élite que teje “confianzas subjetivas” (en la familia y cercanos) y no “confianzas abstractas hacia las instituciones”. ¿Nuestras élites no confían en las instituciones?

—Carlos Peña tiene razón. El problema radica en la confianza excesiva que la élite social, que aún tiene muchas características oligárquicas, deposita en sus contactos personales y sus redes familiares antes que en las instituciones de carácter impersonal. En un escenario de este tipo, los vínculos adscritos, las redes heredadas y los signos de distinción social (asimilados desde la infancia), se convierten en factores altamente relevantes para obtener puestos. Obviamente, estas formas se camuflan de manera mañosa como “posesión de redes” o “habilidades blandas”.

—¿Cuán lejos está Chile de otras realidades donde una familia copa el poder. Pienso en los Castro, los Kirchner o los Ortega?

—En Chile han existido clanes políticos. Basta pensar en los Alessandri, que tuvieron el monopolio de las candidaturas presidenciales de la derecha durante gran parte del siglo XX. Arturo, Presidente dos veces y candidato una tercera vez el año 31. Su hijo Fernando, candidato liberal el 46. Arturo Matte, su yerno, candidato el 52. Su hijo, Jorge, Presidente y candidato una segunda vez.

—¿Cuál es la diferencia entre un clan político y nepotismo? Sabemos que el nepotismo se rompe cuando hay elección popular, pero está el caso del clan Soria donde el padre es senador y el hijo alcalde en una misma zona (Iquique).

—Se trata de fenómenos de naturaleza distinta pero relacionados (…) La formación y mantención en el tiempo de clanes políticos es una de las formas concretas que adquiere el fenómeno de la oligarquización de la política, ya que contribuye a la personalización de la política y coopta, a la vez que debilita, instancias como los partidos políticos. Esa situación abre la puerta al nepotismo.

—En ese contexto, ¿cuán débil es el Estado ante la práctica del nepotismo?

—Pese a que las instituciones estatales y la legislación pueden poner cortapisas al nepotismo, este es el reflejo de tendencias sociales más poderosas. En sociedades con economías con tendencias al monopolio, con amplias desigualdades sociales y con élites sociales que hipervaloran sus vínculos heredados, se vuelve extremadamente difícil contener la concentración del poder político en grupos reducidos.

—¿En qué pie estamos como sociedad con respecto al reconocimiento del mérito en estas esferas de poder?

—La “meritocracia” puede ser un concepto engañoso en cuanto muchas veces silencia que todos somos herederos de ciertas condiciones sociales en que nos tocó desenvolvernos. En nuestro caso, los altos niveles de valoración de los contactos familiares y de las redes heredadas, sumados al sentido de superioridad social asociado a ellos, son un lastre tanto para la equidad como para la eficiencia de las instituciones.

—¿Hay una crisis en las instituciones del Estado por nepotismo? Al nombrar notarios o de conservadores de Bienes Raíces hay influencia de relaciones familiares y amistades.

—Más que una crisis, creo que se trata de un problema, de un mal casi de carácter estructural en la política chilena, en el cual hay mucha continuidad. Y la falta de prudencia del actual Gobierno en el tema ha vuelto a poner en el tapete un tema que emerge de manera recurrente.

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