El turismo no le cambia el rostro a Punucapa. Sigue siendo un villorrio ribereño, de unas 60 casas y 500 habitantes que no abandonan un modo de vida muy noble, sencillo, regido por los ciclos naturales que comparte con el río Cruces. Allí está desde antes de la llegada de los españoles, en 1544.

El arribo natural a su ribera es navegando desde Valdivia para desembarcar en un muelle que se prolonga tierra adentro por una calle larga flanqueada de casas, pequeños huertos floridos, árboles frutales, escuela, hasta llegar a una mínima iglesia con magnitud de santuario: el de la Virgen de la Candelaria.

No sólo la atmósfera bucólica define a Punucapa, puesto que también es la puerta de entrada y corazón de una dinámica y salvaje área silvestre: el Santuario de la Naturaleza Carlos Andwanter (desde 1981). Paradojal es el hecho de que este lugar excepcional surgiera tras el terremoto/tsunami de 1960. En esa ocasión hubo hundimientos de tierra y desaparición de la isla La Culebra, al frente del poblado. La inundación de las vegas y terrenos agrícolas, más la actividad continua de los ríos Cruces, Chorocomayo, Cayumapu, San Ramón…, son lo que da origen a un hábitat de humedales y vida silvestre. Si en esa ocasión mucha gente de Punucapa emigró del lugar, lo mismo permitió la llegada y desarrollo de gran cantidad de aves, mamíferos y una variada flora de plantas acuáticas.

Entre las aves, las más emblemáticas y espectaculares siguen siendo los cisnes de cuello negro. También son visibles la garza cuca, los yecos, la gaviota cáhuil, bandurrias y, en las riberas, el siete colores, los pidenes, y siempre mimetizada, la becasina. Los más cazadores son el águila pescadora, el vari y el martín pescador. De las plantas, navegando en kayac o en un bote lento, se puede observar muy de cerca los lotos (nenúfares), la centella y un casi redundante listado de plantas acuáticas tales como la margarita del pantano, el clavito de agua, la bolsita, el pinito… también “de aguas”. Con suerte, y estando en silencio, podrá verse la cabeza de un huillín (nutria de río) o la de un coipo sigiloso.

Los lobos de mar a veces suben y nadan por estas aguas. Sobre la ribera, y ya entre la selva, está el hábitat del monito de monte, zorros, güiñas, pudú y, por supuesto, la vulnerable ranita de Darwin.

Al fin, son cerca de cien especies de aves, 18 de mamíferos, 80 de flora, sobre casi 5 mil hectáreas de humedal. Las excursiones pueden salir desde el fuerte San Luis de Alba, en el extremo norte del río Cruces, o bien desde el mismo Punucapa, hacia el estero San Ramón que lleva al acceso del Parque Oncol. Este cuenta con zonas de camping y cerros divisaderos desde donde se puede mirar hacia el Pacífico y estar en el corazón de una Selva Fría, casi virgen.

Celebraciones de verano

Es en los veranos que los punucapeños están más alegres y comparten su cultura ribereña. Tres fiestas: la de La Candelaria, la de la Sidra y un Festival Costumbrista se celebran durante febrero. La primera (1 y 2 del mes) se inició con la construcción del templo en 1879. En la víspera, una íntima ceremonia lleva a los pueblerinos en procesión nocturna hacia el Cementerio, permitiendo la comunión con sus difuntos. Al día siguiente, una procesión más pública —acuden unas cinco mil personas— va desde el santuario al muelle … y regresa. Todo en medio de una gran gestualidad, devoción, encuentros familiares… que renuevan los ancestrales vínculos comunitarios.

La Fiesta de la Sidra y la Costumbrista tienen sus raíces en la vocación agrícola de Punucapa. La chicha, la sidra, el vinagre de manzana, cuentan, se fabrican desde los retoños de los manzanares plantados por los españoles en el siglo XVI. Más moderna es la industria de la cerveza. Aquí, la ambarina Selva Fría sin duda que es heredera de una tradición artesanal —la primera de Chile— que ya fabricaba cerveza en 1851, la Cervecera Andwanter.

Por siglos, los punucapeños surtieron a Valdivia de papas, frutillas perfumadas, flores, chicha… Seguirá siendo costumbre y visión inolvidable, para los valdivianos, la imagen de los canastos con murta, hongos y peces de río que desde aquí se llevaban (y se llevan) a la Feria Fluvial. Lo de Kunukapi (tierra fértil para las legumbres, en mapudungun) certifica y se reproduce en costumbres y actos que aún tienen su fiesta y se regalan como base para un turismo sincero y sin estridencias foráneas.

Un Santuario de la Naturaleza y una Reserva de lo Humano conviven en Punucapa. Eso significa vida silvestre, inspiración, educación, en un equilibrio que persevera, aunque siempre será frágil. No se olvidan los lugareños del desastre ecológico que inició el siglo XXI cuando las aguas contaminadas por los residuos químicos de una industria papelera estuvieron a punto de terminar con el pueblo y la vida del humedal.

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