Juan Pablo Schwencke Aninat Schwencke & Cía.

¿Austeridad

o pudor?

Se han hecho esfuerzos importantes para difundir el trabajo de los emprendedores. Centros de innovación, incubadoras, aceleradoras, programas Corfo, inversionistas ángeles. Pero ¿por qué les damos tan poca difusión a los casos de fracaso y éxito de las empresas?

A modo de ejemplo, Corfo ha destinado más de US$ 600 millones a más de 40 fondos de inversión. Esto, más el aporte de inversionistas privados, se traduce en recursos destinados a más de 200 empresas para sus etapas tempranas. Estos fondos saben que solo una de cada diez inversiones será un éxito. Nueve, un fracaso. Así es en Chile, Silicon Valley, Londres, Boston o Singapur.

Los fracasos se han llevado dinero y tiempo de mucha gente. Error de los administradores de fondos en seleccionar, malos planes de negocios, problemas con socios fundadores, condiciones externas de mercado. La combinación de estas razones, todas atendibles e importantes, explica estos fracasos.

¿Y los casos de éxito? ¿Ese uno en diez? ¿Ese emprendimiento que logra ser vendido en varias veces su valor inicial? ¿Por qué, más allá de los mundos especializados, no se conoce masivamente la historia de esos empresarios, de sus años de trabajo duro, de cómo lograron incorporar socios, financiarse? ¿Dónde está el libro en que cuentan sus experiencias; sus entrevistas en medios masivos?

Aquí aparece quizás esa austeridad mal entendida tan típica en estas tierras. Fuimos criados con rigor y aversión a la exposición y al ridículo. Todo eso acompañado de nuestra religión que, como dijo Weber hace más de un siglo, tampoco se destaca por premiar al exitoso. Quizás todo eso resulta en la invisibilización de las virtudes que acarrean los fracasos y éxitos empresariales.

No hay nada más meritocrático que internet y el mercado en general. Si tienes una buena idea o un buen producto, qué mejor vitrina. Aquellas experiencias exitosas, «chapeau». Hablen y evangelicen. Cuenten de sus miedos, de sus problemas, de la relación con fondos e inversionistas, de los ajustes a sus formas de vida. Vayan a la TV, comenten en redes sociales, dialoguen con estudiantes. Así, otro también podrá ver sus sueños cumplidos. Y los restantes nueve, no es problema: su fracaso era parte de la ecuación inicial. Habrán mejorado por montones y sus errores servirán de aprendizaje para otros.

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Steven Pinker sostiene que, comparado con el pasado, el mundo está mucho mejor en salud, alimentación, riqueza, desigualdad, paz, terrorismo, democracia y felicidad”.

Felipe Edwards Del Río

No es fácil ser optimista. Quien piensa que el conocimiento y la ciencia pueden resolver o mejorar sustancialmente nuestros problemas suele ser considerado naíf, utópico, idealista, o una versión moderna de Pangloss, el filósofo que, en “Cándido, o el optimismo”, de Voltaire, afirma que “todo sucede para bien en éste, el mejor de los mundos posibles”.

Steven Pinker, psicólogo cognitivo de Harvard, conoce el fenómeno de primera mano, porque así fue tildado por su libro de 2011, “Los ángeles que llevamos dentro”, en el cual detalló la sorprendente reducción, a lo largo de la historia, de la violencia y sus causas.

Muchos objetaron el libro no sólo por los datos que Pinker reunió, aunque éstos eran bien conocidos por expertos en criminología y relaciones exteriores. También existió rechazo a la mera posibilidad de que la condición humana haya mejorado. Pinker respondió a esas críticas con brío. “Mirar los datos y decir que la violencia ha bajado es un hecho; mirarlos y decir que la violencia ha subido es ser delirante; rehuir los datos y decir que la violencia ha subido es ser ignorante”, opinó.

Ahora Pinker vuelve a la carga con “Ilustración ahora: la causa a favor de la razón, ciencia, humanismo y progreso” (2018), donde sostiene que, comparado con el pasado, el mundo está mejor —mucho mejor— en expectativa de vida, salud, alimentación, riqueza, desigualdad, paz, seguridad, terrorismo, democracia, derechos civiles, conocimiento, calidad de vida y felicidad.

Como es de esperar, defiende sus aserciones con una voluminosa colección de estadísticas desplegadas en 453 páginas, 75 gráficos y 1.288 citas a 1.122 fuentes. Algunas son conocidas, y las hemos visto en Chile, donde la expectativa de vida ha subido, desde 1960, de 58 a 79 años, y la mortalidad infantil ha bajado de 120 a 7 por cada mil nacidos. Otras son sorprendentes. Hoy un estadounidense tiene una probabilidad de morir por un rayo 37 veces menor que al comienzo del siglo XX, debido a la urbanización y avances en medicina, prevención, pronósticos meteorológicos y comunicación.

Pinker destaca que este tipo de mejoría se ha visto en todo el mundo, y, en forma más dramática, en los últimos dos siglos. La expectativa de vida mundial ha subido de 29 años en 1800 a 71 años hoy. En el mismo período, el producto bruto mundial se ha multiplicado 200 veces, y la tasa de extrema pobreza (actualmente los que viven con menos de 1,90 dólares por día) ha bajado del 90 al 10 por ciento.

La montaña de cifras recolectadas por Pinker, tal como él anticipa es su obra, ha generado un considerable cerro de respuestas furiosas. John Gray, filósofo del London School of Economics, sentenció en New Statesman que,“al juzgarlo por su contribución al pensamiento, ‘Ilustración ahora' es embarazosamente débil”. La crítica literaria de The New York Times lo declaró “profundamente irritante”. David Bell, profesor de Historia en Princeton, enjuició en The Nation que es un libro dogmático, “que ofrece una visión de la historia humana que es sobre-simplificada y excesivamente optimista”. Es revelador que ninguno de ellos haya rebatido la plétora de estudios y estadísticas con que Pinker respalda sus conclusiones.

Fuera del mundillo intelectual, la sensación general de malestar se debe, en buena parte, a la tendencia de los medios a enfatizar lo negativo. Diarios y canales de televisión informan permanentemente de desastres, guerras, terrorismo y desigualdad, porque son la esencia de lo que consideramos noticias. Un periodista informa sobre conflictos y tragedias no por ser tétrico, sino porque se trata de eventos inmediatos y llamativos. En cambio, noticias buenas, como la disminución de guerras o de accidentes, se desarrollan a través de décadas y siglos, y son más difíciles de relacionar con los problemas actuales.

El pesimismo es corroborado por una característica humana que Amos Tversky y Daniel Kahneman llaman la “heurística de disponibilidad”. Consiste en que tenemos una predisposición a calcular la probabilidad de que algo ocurra según la facilidad con que recordamos eventos similares. Esta reacción innata del cerebro hace que la gran cantidad de artículos alarmantes a los que estamos expuestos nos genere una idea exageradamente desalentadora sobre la vida.

Pinker busca contrarrestar ese miedo y desconfianza con un macizo de datos que contextualizan las malas noticias que vemos todos los días. Así espera defender los valores de la Ilustración, como la razón, la ciencia y el humanismo, que hicieron posibles los enormes avances de la humanidad en los últimos siglos.

El optimismo de Pinker no es ofuscado como el de Pangloss. El personaje de Voltaire representa la certeza ciega del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), así como la de la Iglesia católica o de cualquier creencia dogmática. Igual que Pinker, Voltaire no era melancólico, sino un realista acerca de la condición humana. La lucha de Pinker para poner el estado del mundo en perspectiva puede ser masoquista, pero no por ello menos noble.

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