Ben Bradlee captó a grandes periodistas, quienes lo querían y lo admiraban”.

La historia del periodismo estadounidense de los últimos 80 años y del Washington Post forman parte del ADN de Lally Weymouth. Su madre, Katharine Graham, es el personaje central de “The Post”, última obra de Steven Spielberg, nominada al Oscar como mejor película, en la que es interpretada por Meryl Streep, quien también fue nominada como mejor actriz (por 17.a vez).

El periódico fue comprado por su abuelo en 1933, tras concluir su período como gobernador de la Federal Reserve. Además de su madre, el Post también fue encabezado por su padre, Phil Graham; por su hermano, Donald Graham, y por su hija, Katharine Weymouth.

Lally Weymouth estudió historia y literatura americana en Radcliffe College, de Harvard, y desde 1986 escribe sobre relaciones exteriores y entrevista a jefes de Estado para el Post. El miércoles pasado, luego de despachar una entrevista del Presidente Sebastián Piñera, conversó sobre su madre y la versión de ella creada por Hollywood.

—¿“The Post” refleja fielmente lo que pasó en la semana que se publicaron los Pentagon Papers?

—Creo que es bastante certera, pero algunas escenas no tanto. Mi madre nunca se juntó con Robert McNamara (el ex ministro de Defensa y amigo personal de sus padres), y los miembros del directorio de la empresa siempre fueron muy amables con ella y con nuestra familia.

—¿No hubo oposición a que su madre se hiciera cargo de la empresa del Washington Post?

—No, pero creo que Spielberg hizo una gran obra. Después de todo, es una película. Spielberg estaba intentando retratar el desarrollo de mi madre, desde que fue una dueña de casa hasta convertirse en una gran ejecutiva de la prensa escrita.

—Su madre encabezó The Washington Post Company tras la muerte de su padre en 1963, y en los 8 años antes de los Pentagon Papers tomó decisiones fundamentales para el futuro del diario. En 1965 contrató a Ben Bradlee como director y le triplicó su presupuesto editorial.

—Precisamente.

—Y lo hizo contra la voluntad de Al Friendly y Russ Wiggins, los principales editores en ese momento.

—Ellos fueron nombrados por mi padre, y obviamente mi madre tomó la decisión correcta. Ben Bradlee captó a grandes periodistas, quienes lo querían y lo admiraban.

—Muchos lo consideran el mejor editor del país del último medio siglo.

—Verdaderamente fue buenísimo, y creo que los dos hicieron una gran dupla.

—Tanto con los Pentagon Papers como dos años después, con Watergate, tenían que entenderse muy bien.

—Confiaban uno del otro, y trabajaron muy unidos.

—¿Tuvieron alguna vez un desacuerdo importante?

—En general pensaban bastante parecido.

—Pero otros no tanto. A diferencia de lo que se ve en “The Post”, y aunque su madre y Ben Bradlee fueron igual de yunta, en la película de 1976 sobre Watergate, “Todos los hombres del Presidente”, de Alan Pakula, su madre no aparece.

—Sí, creo que ese filme fue un producto de esa época. Para mujeres jóvenes de hoy es difícil comprender que hubiese una mujer en un negocio sin otras mujeres. El hecho es que ella era la dueña de la compañía, y ella tomó la decisión de publicar los artículos sobre Watergate. Por mucho tiempo, sólo The Washington Post publicó sobre el caso. Fue un gran mérito de mi madre. La decisión de publicar fue suya y de nadie más. Igual, cuando concluyeron la filmación, enviaron a Robert Redford para avisarle que ella no aparecería en la película. Creo que muestra lo sexista que era la sociedad en esa década.

—Y uno no consideraría a Robert Redford como un hombre sexista.

—No me refiero a Redford, sino a que toda la sociedad era tan diferente. No sería concebible hoy hacer una película sobre un diario cuyo dueño era una mujer y dejar a esa mujer fuera de la película.

—Los tiempos anteriores fueron distintos dentro de su familia también. En 1946, su abuelo le entregó el control de la empresa a su padre, cuando éste tenía sólo 30 años.

—Justo antes de cumplir los 31.

—También le obsequió más acciones de la empresa de las que tenía su propia hija, es decir la madre suya, Katharine Graham.

—Nuevamente, así eran esos tiempos.

—Su abuelo dijo que lo hizo porque “ningún hombre debería tener que trabajar para su señora”.

—Mi padre también era brillante. Fue abogado y ayudante del gran juez de la Corte Suprema, Felix Frankfurter.

—Fue tan representativo de esa época que, en sus memorias, su madre dijo que no sólo encontraba nada raro con que su padre le diera más acciones a su marido que a ella, sino que estaba de acuerdo con la idea. Eran tiempos muy distintos.

—Efectivamente.

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