“Las picafloras, dominadas por

los estereotipos impuestos por el neoliberalismo patriarcal, han caído cautivadas por el recién llegado Picaflor

de Cora”.

El Picaflor de Arica es el pájaro más chico de Chile, y está a punto de extinguirse. Quedan apenas trescientos de ellos, repartidos entre los valles de los ríos Azapa y Vitor. Y ya dejó de verse en el del río Lluta y en el sur de Perú. Las causas de la desaparición de esta especie son varias, pero la que más sonaba hace un tiempo era la clásica acusación contra el “neoliberalismo”. Claro, en los valles nortinos la agricultura ha destruido su hábitat y ha expandido tóxicos pesticidas para prevenir, principalmente, la aparición de la famosa “mosca de la fruta”. Una agricultura que, a su vez, también es defendida contra el “neoliberalismo” que la hace perder terreno al utilizarse sus aguas en la minería y ¿devolverle el hábitat al Picaflor?

Sin embargo, hace un tiempo se descubrió que había otro responsable de las penurias de estas aves: el arribo, durante los años 70, de otro pájaro llegado desde Perú: el Picaflor de Cora. Al principio se creyó que eran la agresividad y fuerza de este picaflor lo que había hecho tan exitosa su conquista colonizadora por Chile. Pero recién se ha descubierto que había otra razón más: la cola del macho del Picaflor de Cora tiene dos plumas que miden más del doble de su cuerpo, lo que lo vuelve un pájaro muy llamativo tanto para nosotros, los humanos, como para las hembras del Picaflor de Arica.

Estas últimas, posiblemente dominadas por los estereotipos impuestos por el neoliberalismo patriarcal y superficial, han caído cautivadas por la simple imagen colilarga y los cortejos del galante y recién llegado Picaflor de Cora. Así, sin posibilidad de recurrir al tribunal de La Haya como chilenos contra invasiones pasadas, ni de redactar manifiestos contra actos de galantería, las picafloras han ido sucumbiendo frente a esta novedad. Producto de ceder con tal entusiasmo a lo novedoso por el hecho de ser novedoso, o a lo bueno porque su imagen o discurso dicen serlo, a las hembras del Picaflor de Arica se les apareció un problema oculto: los hijos entre ellas y el Picaflor de Cora han resultado ser híbridos que se mueren sin reproducir su especie.

Es entonces, tanto en la humanidad como en la naturaleza, un peligro la falta de la templanza y prudencia, ya que trae diferentes problemas, como en este caso la desaparición de la descendencia. Algo que rememora las hipnosis inducidas por las taquilleras monsergas de bondad y novedad que no viene al caso ahora evocar, pero que sí hace menester un llamado a la nueva ministra de Medio Ambiente, Marcela Cubillos, para que se haga cargo del asunto: que al Picaflor de Arica lo conozcan nuestros hijos.

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Samuel Fernández Illanes Facultad de Derecho, U. Central

La Haya: lo predecible y algo más

El pleito en la Corte Internacional de La Haya se ha desarrollado, en general, dentro de lo previsto. Bolivia centró sus alegatos en nuestra obligación de negociar. No obstante, los argumentos que ha ofrecido, tanto históricos como jurídicos, han sufrido profundas alteraciones. Los hechos históricos fueron contados parcialmente, a su conveniencia. Sistemáticamente han omitido su propia participación. Quedamos como invasores, cercenadores de un territorio de siempre, tomado como botín. Ellos no hicieron nada, todo es agresión chilena.

En lo jurídico del caso, nadie nos obligó a conversar, proponer, ofrecer o prometer algo a Bolivia, y todo había sido resuelto, definitivamente, en el Tratado de 1904. Si hicimos lo anterior, y se encargaron de recordarlo pormenorizadamente, fue porque voluntariamente Chile formuló dichas ofertas, o porque el Tratado que alegan fue impuesto, no solucionó el enclaustramiento resultante. Obligaciones que, aseguran, nunca hemos cumplido, con engaño.

Bolivia sostuvo, además, que las cartas de la OEA y Naciones Unidas nos imponen solucionar pacíficamente una controversia, en derecho y en justicia, por lo que incumplimos al no negociar. ¿Y qué hacemos en la Corte entonces? ¿Acaso no estamos utilizando uno de los más importantes procedimientos? ¿O debemos pleitear y simultáneamente negociar? Además, los abogados de Bolivia dan carácter obligatorio a las resoluciones de los organismos internacionales, en especial las de la OEA, que nos instaron al diálogo. Deliberadamente alteran su carácter de meras recomendaciones, unánimemente así reconocidas por el derecho. Sólo pasan a ser obligatorias si evolucionan como costumbre internacional, lo que Chile jamás ha reconocido en este caso. Una tergiversación más, e interesada.

La predisposición histórica chilena para atender las aspiraciones bolivianas ahora se nos cobra como imposición, aunque jamás aceptaron sus condicionantes, las que no mencionan; como tampoco la ruptura de estas negociaciones, ni de las relaciones diplomáticas. Nuevamente, Bolivia no hizo nada, sólo son víctimas de una situación injusta. Hasta aquí, parte de la posición central que ha planteado la parte boliviana. Ahora nos corresponde contestar.

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“Al bajar del

auto, Florencia comprobó que la persona respiraba y lo ayudó a ponerse de pie

y limpiarse la escarcha ensangrentada”.

Cuando nieva en Shepherdstown, un pueblo de dos mil personas en las montañas de West Virginia, el tiempo parece andar aún más lento de lo normal. El tráfico habitual de autos y personas deja huellas que la nieve borra en minutos y las calles asumen la quietud que impone el invierno.

Hace unas semanas, mi esposa, Florencia, manejaba hacia su trabajo cuando vio un bulto en medio del camino, una ruta zigzagueante flanqueada por árboles, casas y las pocas granjas de Shepherdstown. La noche anterior había nevado y esa mañana las temperaturas eran tan bajas que se formó una capa de hielo sobre el pavimento. Quizás por eso manejaba más lento de lo habitual y tuvo tiempo de frenar a metros de distancia de un hombre que yacía boca abajo en la calle. Al bajarse del auto, Florencia comprobó que la persona respiraba y lo ayudó a ponerse de pie y limpiarse la escarcha ensangrentada que cubría su cara. Era alto y parecía tener más de 80 años. No recordaba cómo se llamaba ni dónde vivía, pero preguntaba por su mujer, Barbara.

La señal de celular era intermitente, así que Florencia lo llevó a su trabajo, un centro de capacitación para empleados gubernamentales ubicado un par de kilómetros más arriba en las montañas. Desde ahí sería más fácil llamar a una ambulancia.

Ha pasado más de un mes desde entonces y el hombre aún no recupera la memoria. Conversando con sus vecinos y preguntando en la página de Facebook del pueblo, hemos podido reconstruir parte de su historia. Su nombre es John King, es irlandés, y vive en Shepherdstown hace más de medio siglo. Fue profesor de filosofía de la universidad local y no tiene hijos. La esposa por la que preguntaba el día en que se resbaló en el hielo, Barbara, murió hace ocho años. Hace una semana nos dijeron que John se iría a vivir a un centro de cuidado para personas con problemas de memoria.

Poco antes de que pasara todo esto, leí la última colección de cuentos de Denis Johnson. Sus relatos no suelen tener tramas convencionales y se caracterizan más bien por sus escenas oníricas y sus frases poéticas. Esta es una de mis frases favoritas del libro: “El pasado se fue. Sus restos, declaro, son más que nada ficción. Estamos varados aquí con el raído mosaico de la memoria, tú con los tuyos, yo con los míos”.

Cuando pienso en lo que le pasó a John King, trato de entender algo que no tiene explicación. La cita a Johnson no es capricho, sino lo que me hace más sentido para describir la trayectoria del profesor de filosofía irlandés que vino a perder la memoria a los Apalaches. Pienso en ir a visitarlo en los próximos días. Ojalá más adelante podamos hablar de esos recuerdos que hoy están enterrados en la nieve.

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