La hotelería, el perfil económico de los pacientes, la comuna en que están ubicadas y el tipo de tecnología que usan son algunos de los factores que explican diferencias de hasta 488% entre diversas clínicas de la capital por un mismo examen de laboratorio, y de un 449% en el caso de los test de imágenes.

Así lo constató La Segunda al pedir a seis clínicas de la Región Metropolitana —cinco del sector oriente y una del sector sur de la capital—, el valor particular que cobran por 12 prestaciones: 7 exámenes de laboratorio, 5 de imagenología, día cama en habitación normal y en UTI.

Los precios —que no tiene bonificación de Fonasa ni isapre— son referenciales, según lo informado la semana pasada por estas instituciones en la tabla de aranceles de sus páginas web, lo que luego fue ratificado por cada clínica.

“Esta enorme diferencia de precios para un mismo examen se explica por el prestigio de la clínica, el tipo de pacientes que recibe, la hotelería, la ubicación geográfica y el tipo de contrato que tiene la clínica con sus radiólogos y tecnólogos médicos. Muchos centros médicos exigen exclusividad de sus especialistas, mientras otras externalizan la prestación”, dice Claudio Cuéllar, de Tecnología Médica de la U. de Valparaíso.

Agrega: “no es por la tecnología usada porque los informes de resonancia magnética en el Hospital Clínico de Viña del Mar son informados por radiólogos de Clínica Meds de Santiago, y no por eso se cobra más caro al paciente”.

—Entonces, ¿no hay justificación?

—No, no se justifica. Uno podría pensar que un diagnóstico es más certero en una clínica que cobra más que una que cobra menos, pero no es así. Ninguna institución se va a exponer a disponer de radiólogos malos, porque todas tratan de resguardar su prestigio.

Una opinión similar tiene el docente de Tecnología Médica de la U. San Sebastián, Cristian Cabrera: “No se justifican diferencias de precios tan grandes”.

—¿Por qué entonces la diferencia?

—Por el tiempo de respuesta del resultado. Muchas clínicas trabajan con médicos especialistas que elaboran los diagnósticos e informes de manera muy rápida, pero otros usan empresas externas que redactan los informes a distancia. Y lo otro es la inversión en desarrollo tecnológico. Algunas clínicas no tienen equipamiento para leer todos los tipos de muestras y deben mandarlas a un tercero que las procese y entregue el resultado. Eso lo hace más económico.

El director escuela de Tecnología Médica de la U. Central, Juan José Díaz, asegura que “todos los laboratorios y centros radiológicos se rigen por normas de calidad para que sus resultados sean certeros y confiables. Por eso, las diferencias de precios entre clínicas responden fundamentalmente a infraestructura, cantidad de profesionales y servicio que prestan a los pacientes, además de la tecnología usada para obtener resultados más rápidos”.

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“Mi nombre es Feliz”.

Así se presentó Félix López Morales —un venezolano de 68 años— ante una clienta del Starbucks de calle Suecia, la que hace 10 dias viralizó un video en el que destaca no solo el servicio que entrega sino donde admitió su sorpresa al descubrir que «el señor Feliz» es un reconocido académico en su país de origen.

La publicación consiguió casi 35 mil likes y, en pocas horas, fue compartida por más de 13 mil personas.

Félix estudió enfermería, educación y comunicaciones en Venezuela. Cuenta que ha publicado 37 libros y que —junto a su esposa e hija— viajó desde Caracas hace 16 meses escapando de la crisis en Venezuela. “Nos demoramos 9 días por tierra, en bus. Llegamos a la casa de un compatriota que es músico, que vive en Padre Hurtado. Quería que nos quedáramos con su familia, pero nos salió el alquiler de una habitación y luego el de una casa en esa comuna”, cuenta.

—¿Por qué con tanto estudio está atendiendo un café?

—Es que validar mis títulos me sale demasiado costoso y cuando he ido a buscar trabajo, me rechazan porque dicen que estoy sobrecalificado.

Su esposa —abogada, titulada de Filosofía y juez suplente en los tribunales administrativos en Venezuela— trabaja como operaria de producción en una empresa. Y su hija, también titulada de Filosofía, trabaja en una pizzería.

“Si aquí en Chile se dieran cuenta que a los que están tratando de obreros son profesionales, podrían contratarlos en su área y sacarles provecho”, dice.

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