Muchos de esos chicos que uno veía como ‘un fracaso escolar', surgen porque el sistema estricto y regulado no les sirve”.

Estamos en un proceso de cambio educativo en el mundo”.

Imagínese una sala de clases donde los alumnos trabajan en pequeños grupos, se pueden poner de pie cuando lo deseen e incluso pueden estar sentados sobre cojines, donde además, el profesor no es la persona que se para al frente para exponer sus conocimientos, sino que se involucra en el proceso de aprendizaje de sus educandos.

Aunque parezca un sueño o una situación imposible de ver en los colegios de Chile, se trata de una realidad que están viviendo, con mucho éxito, algunos establecimientos educacionales de reconocida trayectoria y que no necesariamente adhieren a metodologías como la Montessori o Waldorf.

Se trata del modelo VESS (Vida Equilibrada con Sentido y Sabiduría) creado hace 25 años por la colombiana experta en educación, radicada en Estados Unidos, Ana María Fernández y su marido cirujano, Gilberto Pinzón, quienes además son dueños de seis colegios en EE.UU. y dos en Colombia.

“Es un modelo que tiene una mirada ecléctica que busca formar a los profesores y hacer una transformación real y sostenible en los colegios”, explica Ana María Fernández, quien estuvo en Chile esta semana para impartir charlas en colegios como el SS.CC. de Manquehue, Notre Dame, San Ignacio El Bosque y Madre Ana Eugenia de Pudahuel, entre otros.

Cultura de pensamiento

—¿Qué es lo que dice el modelo que hay que hacer en los colegios?

—La transformación consiste en construir una cultura de pensamiento, donde se valoran las ideas de todos, los procesos de pensamientos, esto es que uno comprenda lo que está aprendiendo. Nuestro modelo trasciende al colegio, busca la formación de un individuo íntegro, que tenga un propósito y que encuentre en cada una de sus acciones un sentido de por qué hago lo que hago. Cuando construimos una cultura de pensamiento VESS estamos formando a los profesores, a los padres, alumnos, a la comunidad completa, que no sólo aporta desde la academia, sino que desde la sociedad.

—¿Cómo se logra que todos los estamentos participen en este modelo?

—Se hace un trabajo intensivo con los profesores inicialmente para sensibilizarlos y estimularlos. Se trabaja con los papás también. Todo en un proceso gradual.

—¿Cuáles son las principales dificultades que has encontrado en los colegios chilenos?

—Chile tiene las mismas dificultades que en todas partes. Estamos en un proceso de cambio educativo en el mundo. Aunque todos sabemos que la educación tiene que cambiar, no hay seguridad ni de cómo ni hacia adónde, entonces socialmente hay inseguridad cuando un colegio dice voy a cambiar, los padres de familia tienen un cierto temor porque quieren seguridad de que su hijo va a aprender, por eso es importante trabajar con los padres para calmar ciertas angustias y transmitir la importancia de vivir siendo ciudadanos que aportamos y no individualistas.

—¿Cómo se integran los casos de los alumnos que pueden ser considerados como “problemas” por los colegios?

—Muchos de esos chicos que uno veía como “un fracaso escolar” surgen, porque son chicos a los que el sistema estricto y regulado no les sirve, porque aprendemos de diferentes formas. Cuando entiendes que tienes que trabajar desde la diferencia y el respeto a la diferenciación, esos chicos se sienten liberados y encuentran nuevas estrategias y muchos florecen. Ahora, hay otros que tienen necesidades excepcionales y es un modelo de inclusión, entonces también les enseña estrategias a los profesores de cómo incluir, cómo diferenciar, cómo trabajar de manera colaborativa en pequeños grupos para que puedan conocer a sus estudiantes y darles herramientas.

Promoviendo el movimiento

—¿Cómo es una sala de clases que utiliza este modelo? Porque actualmente en la mayoría de los colegios tenemos un profesor que se para delante de los alumnos y dicta su clase.

—Eso cambia radicalmente. En las clases hay un facilitador, el profesor se entiende como parte de ser un aprendiz y facilitar una dinámica de descubrir. Se trabaja en pequeños grupos de colaboración, con acuerdos esenciales, porque los estudiantes tienen que ir aprendiendo cómo trabajar colaborativamente. Son salas muy activas, donde se construye, se investiga, se usa el pensamiento crítico para indagar, poner en perspectiva, reflexionar y sacar conclusiones. Acá el aporte de los estudiantes es crucial y se entiende que a partir de allí se crece. Son salas que permiten el movimiento, que entienden que los estudiantes necesitan pararse, de hecho promueve el movimiento. Son salas de clases que abren la puerta y aprenden afuera, salen. Se confía en el estudiante porque trabajamos para la autonomía moral, social e intelectual. Hay que dar independencia, no se trata de un libertinaje, sino que de libertad con responsabilidad.

—¿Cambian las evaluaciones?

—El proceso de aprender a evaluar es una de las etapas más avanzadas del modelo porque los docentes estamos acostumbrados a evaluar contenido, entonces cambiar el tipo de evaluación requiere cambiar el tipo de mirada y cómo entiendo la educación. Cuando veo que la educación puede ser diferente empiezo a ver que puedo evaluar de una manera diferente. Nuestra evaluación es formativa, que entiende que lo que se evalúa es una herramienta de trabajo para participar y crecer. Entonces la evaluación es un medio de diagnóstico no es un número y puede traducirse en un número, porque el sistema aún pide números.

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