Veo cabros que a los 20 años quieren todo y recuerdo que Yayo me puso a trabajar a los 12 años a la par con unos operarios”.

¿Dónde están los hombres silenciosos, fuertes y tranquilos, que guardan sus sentimientos como Gary Cooper?, se preguntaba Tony Soprano en la serie de HBO que, según Norman Mailer, fue la primera obra maestra del siglo XXI.

La interrogante es pertinente para entender la primera novela de Hugo Forno (1970), “Yayo” (Lolita Editores), cuyo protagonista —su abuelo— al igual que el personaje interpretado por James Gandolfini, fue un tipo duro, fascinante y misterioso.

Hosco, de pocas palabras, tenaz como una mula, Diego Naranjo Blasco no era el tipo de hombre que estaba en contacto con sus emociones. Yayo fue un valenciano que peleó en la guerra civil española del lado franquista, ganó la Cruz de Hierro como parte de la División Azul (unidad de voluntarios nazis) y se vino a Chile con lo puesto para comenzar desde cero trabajando como electricista y que, a punta de sacrificio, consiguió montar un taller mecánico en Román Díaz con Irarrázaval; sosteniendo toda una economía familiar, incluyendo la vida de su nieto, Hugo Forno.

Estructurada en cinco partes, el debut de Forno se inscribe en la autoficción y utiliza el fragmento (“traté que cada página funcionara de forma autónoma”) como herramienta narrativa para ensamblar una pieza literaria estilísticamente austera, pero honesta, emotiva e inolvidable.

El primer acercamiento que tuvo Forno hacia la literatura fue cuando tradujo el disco “Louder Than Bombs” del grupo inglés The Smiths al castellano. Pero su amor por las letras se desarrolló lejos de casa. “Yo me metí de cabeza en la literatura cuando estudié Derecho en Valparaíso el año 89 y me fui a vivir a la casa de un tío en Quilpué”.

Cuenta que por esa época conoció a un amigo que le mostró la obra de Rimbaud y los poetas Beatnik. Dice que, envalentonado por las lecturas juveniles, se creyó poeta y terminó siendo seleccionado con la Beca José Donoso en los Talleres de Poesía de la Biblioteca Nacional.

Publicista, director de radio Iberoamericana, y autor de dos libros (Jíbaro, 2012) y (La Despedida de los Chicos Superestrella, 1999), Forno no se considera un escritor profesional. “Yo no soy un huevón del ambiente literario ni me interesa hacer carrera literaria”, cuenta recién llegado de Iquique, donde estuvo vacacionando con su mujer, la poeta y directora de la fundación Plagio, Carmen García.

“A esa mujer le faltó un hombre de verdad”

Hay una escena en el libro que condensa a la perfección la masculinidad propugnada por Yayo. No apta para mocosos malcriados. “A esa mujer le faltó un hombre de verdad”. La frase se la dice Yayo a su nieto, Hugo Forno, tras separarse de su primera mujer. Forno dice que tuvo ganas de insultar a su abuelo, pero no fue capaz porque tenía razón. “Me faltaba mucho para ser un hombre de verdad”.

—¿En qué medida crees que Yayo te ayudó a convertirte en un hombre?

—Él me convirtió en hombre. Siempre me dijo que la vida era dura. Todo su discurso era sobre eso. De cómo salió de la guerra y cómo pudo superar las adversidades que sufrió durante toda su vida.

—¿Y qué ejemplos prácticos te daba?

—Me hizo trabajar. Yo veo ahora a cabros que a los 20 años quieren todo. Yayo me puso a trabajar a los 12 años a la par con unos operarios del taller mecánico.

—¿Cuándo te diste cuanta de que querías escribir sobre él?

—Cuando murió el 2010 me di cuenta de que había una historia que contar.

“Fui un pelotudo”

Dice que uno de los grandes errores que cometió en su vida fue no ver la final de España contra Holanda en el Mundial de Sudáfrica junto a su abuelo. “Me comporté como un pelotudo y no la vimos juntos. Preferí verla con unos amigos en un asado, pero apenas terminó el partido dije: soy un saco de rajas. Tendría que haberla visto con él. Y Yayo se murió a los dos meses”.

Tu abuelo representa valores masculinos olvidados. Es la reciedumbre personificada.

—Antiguamente el hombre debía guardarse los sentimientos. Eso ha cambiado. Incluso el amor se ha trivializado. Yayo creía en una economía del cariño; en la condensación de los sentimientos. Cuando mi abuelo te demostraba cariño, hacía que te cagaras en los pantalones.

—Yo veo la economía del lenguaje de tu abuelo presente en tu estilo narrativo.

—Creo que hay una relación. Yo resumo debido a mi profesión como publicista. Siempre trato de decir todo en tres palabras. Y mi abuelo era así. Yayo habría sido un gran redactor creativo. No era alguien que hablara durante un almuerzo familiar. Era muy observador y, cuando soltaba una frase, te mataba con un sablazo.

—¿Cómo tomó el libro tu familia?

—Después de leer el libro me han preguntado “¿pero por qué tanto odio?”. Me recriminan mucho la frase final: “¿Y ahora qué, Yayo?”. Lo increíble es que para mí esa es la frase más linda del libro porque se trata de un acto de amor. Ahí te das cuenta de que la gente lee lo que quiere leer.

Eric Allende

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