El sacrificio fue concentrarse. ‘La familia va a estar más contenta si ganamos la Copa', decía”.

Síntomas de que tenía la convicción de volver a ganar la Copa Libertadores, hay varios. Pero Ignacio Prieto —que había logrado el título jugando por Nacional de Uruguay en 1971, y que estuvo cerca de alcanzar como técnico de la UC, hace 25 años— parte por reconocer lo que hizo al día siguiente de ganar una definición con Universidad de Chile, en enero de 1993.

“La primera decisión clave fue irme a Europa apenas ganamos la liguilla pre Libertadores. De inmediato me empecé a preparar para ganar la Copa. Estuve una semana viendo los entrenamientos del Milan, y allí me recibió Flavio Capello. Después estuve una semana con Johan Cruyff en el Barcelona. Y terminé esa gira en Madrid, con Benito Floro”, recuerda Prieto, actual encargado del fútbol formativo UC.

—Su equipo tenía bastantes figuras.

—Antes de partir, le dije al presidente, Alfonso Swett: “Necesito a Sergio Vásquez”. Estaba en Milán cuando me avisaron que el jugador había llegado. Me gustaba el equipo que tenía y ése fue el único refuerzo que pedí, un seleccionado argentino. Antes, cuando llegué de México, en 1992, después de Vicente Cantatore, lo primero que solicité fue una gira a Europa. Fuimos a Tenerife, jugando con equipos de tercera y segunda división, para conocer bien a los jugadores. Disciplina, disciplina y disciplina. Tenía que hacerlo porque eran como pájaros, y estos vuelan, ja, ja.

—¿Su pieza angular en la Copa es Sergio Vásquez?

—No. Óscar Wirth.

—Aunque él estaba casi retirado.

—El fútbol tiene cosas geniales. Se lesiona el “Pato” Toledo, arquero titular, y aparece Óscar, con quien habíamos sido compañeros. Yo tenía plena confianza en que me iba a ayudar. Era el segundo entrenador además de Mario Lepe dentro de la cancha.

—¿Cuándo empieza a mirar la Copa?

—Partimos muy mal. Perdimos 3-1 con Bolívar, en La Paz. Tomamos la decisión de irnos a Arica y subir el día del partido. Después, con San José de Oruro, volvimos a Arica, analizamos el partido, reconocí mis errores en la alineación y lo conversé con los jugadores. Oruro tenía altura también, pero ganamos 5-2. Después de eso, me convencí de que ganábamos la Copa. El sacrificio fue concentrarse. “La familia va a estar más contenta si ganamos la Copa Libertadores”, decía. Entonces aceptamos estar concentrados prácticamente durante toda la Copa.

—En semifinales hay un partido clave con América de Cali, en Colombia.

—A los 15 minutos perdíamos 2-0. En el último minuto estamos clasificando con un empate a 2 y nos cobran un penal en contra. Cuando meto a Gerardo Reinoso, le digo “no puedes perder ninguna pelota”, pero la pierde, y luego Lepe derriba a un colombiano en el área.

—Un momento terrible.

—Detrás de mí estaba Pedro Pavlovic. Cuando viene el penal, los dos nos dimos vuelta. No miré. “Me va a venir un ataque”, dije. Yo tenía alzas de presión. Y en esa jugada, si nos hacían el gol, íbamos a penales. La personalidad de Óscar fue vital y tapó el penal. A las 6:00 horas del día siguiente, suena el teléfono de mi habitación. Era el presidente del América de Cali: “Necesito reunirme con usted, ya, porque se tiene que venir al Cali, sí o sí”, me dice. Le dije que estaba bien en Católica.

—Le toca quizás el mejor Sao Paulo de la historia en la final y la derrota 5-1 en el Morumbí es demoledora.

—Era un equipo extraordinario, con los mejores jugadores de Brasil. Yo no era de ver los partidos mucho, se los hacía ver a mi hermano Andrés. Él me hacía una evaluación y me decía “los consejos se toman o se dejan”. Para jugar la final se me ocurrió que podía cambiar la organización del juego, ser más defensivo. Llamé a Marcelo Bielsa, que el año anterior había jugado la final con ellos y Newell's había perdido a penales. Me decía: “Como jugaste la Copa, así deberías jugar”. Lo hice, pero ese día cometimos todos los errores que no habíamos cometido en la Copa. Fallamos hasta en el hotel, un lugar gigante, con canchas de golf, piscinas, mujeres en bikini. A mí me gustaba tener al equipo en hoteles chicos, donde los viera. En Santiago hicimos un partidazo eso sí. Y si hacíamos el tercer gol, cambiaba todo.

—¿Pesa el casi gol de Luis Pérez que se va junto al palo, en el primer tiempo?

—“Con Colo Colo lo hiciste, chico marica, y aquí no lo hiciste”, le decía de broma a Lucho. Eso cambiaba el partido. Fue feo perder la final, pero disfruté ganar 2-0 acá. La gente confiaba y yo también siempre creí que ganábamos la final con Sao Paulo, porque era un equipo que no se venía a defender. Les dije a los jugadores cuando terminó el partido en el Morumbí “vamos a ganar...”.

—¿Cómo recuerda su experiencia en Nacional y en la Libertadores que gana en 1971?

—Después del sudamericano del 67, estaba entre Peñarol, River Plate y Nacional. Nacional me lleva y el 71 ganamos la final. Era puro sacrificio. Teníamos un día o dos libres en la semana. Era una concentración total. Eso me dio la idea de que en Católica, además del trabajo, había que sacrificarse. Un compañero mío, Juan Mujica, fue campeón como jugador con Nacional, y fue después campeón como técnico el 80. Ahí se me metió en la cabeza que podía hacer lo mismo.

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