Cuando están preocupadas o tristes, tienen el deseo de comer alimentos ricos en azúcares”.

Sentirse triste y tomar helado, andar deprimido y buscar un chocolate, o estar aburrido y comer unas papas fritas. Estas son algunas conductas que pueden parecer, a primera impresión, normales para cualquiera; pero que —de reiterarse en el tiempo— pueden ocultar una patología silenciosa vinculada con nuestros sentimientos: el hambre emocional.

Denisse Montt, psicóloga integrante del programa de Obesidad y Diabetes de la Clínica Universidad de los Andes, comenta que este “hambre emocional” responde a una forma de alimentarse conectada con los estados emocionales y ligada con aquellos sentimientos que vivimos diariamente. En esa línea, explica que existen dos tipos de hambre: física y emocional. “La primera es aquella que tiene que ver con el estómago vacío y que nos pasa a todos, la segunda es una experiencia más subjetiva y que se asocia con variables de tipo psicológicas y que se conectan con el deseo de comer, en general, ciertos alimentos”, dice.

—¿Hay alguna vinculación de algunos estados emocionales con comidas en particular?

—Sí. La mayoría de las veces las personas suelen asociar el hambre emocional como respuesta a sentimientos más negativos o displacenteros. Por ejemplo, cuando están preocupadas o tristes, es más frecuente que tengan el deseo de comer algunos alimentos ricos en azúcares o grasas; esto, porque activan el circuito del placer a nivel del sistema nervioso central.

—Pero esta emoción no desaparece, finalmente.

—No, porque a pesar de que hay una sensación de agrado, eso actúa por un rato, pero la molestia emocional no tiende a regularse o irse.

Premiar con comida

Montt detalla que los estímulos tienden a relacionarse con conductas aprendidas durante la vida. Premiar a los hijos llevándolos a comer una hamburguesa o regalarles un dulce para que se les pase la pena son ejemplos de ese tipo.

—¿Cómo se quedan esas costumbres impregnadas en la mente de los niños?

—Cuando tú haces eso frecuentemente, terminas activando un circuito que, con el tiempo, termina siendo un circuito automático. Entonces, cuando los niños crecen, buscan la satisfacción a través de la comida y precisamente con ese tipo de alimentos.

—¿Hay personas más propensas a sufrir este “hambre emocional”?

Más que propensas, son personas que regularmente tienen contacto con una emoción negativa más intensa y llegan a este mecanismo de saciedad emocional, que no es permanente. Ahora, aquellos pacientes que tienen más dificultades para conectarse con sus emociones poseen más riesgos de desarrollar estas estrategias asociadas a la comida.

—¿Por qué?

—Porque en el fondo se sienten más identificados con las sensaciones displacenteras, que les cuesta reconocer lo que sienten. Finalmente, el hambre está ligada a las emociones y el cuerpo lo sabe.

—¿Qué consejo le da a los pacientes que pasan por estos procesos y llegan a su consulta?

—Aprender a comer con conciencia, poder reconocer las señales de tu cuerpo. Comer es una conducta necesaria, entender que si tienen atracones de comida reiterados, hay que aprender cuando tenemos un hambre real o emocional. Este trabajo se logra con un apoyo multidisciplinario donde nutricionistas, nutriólogos, psicólogos y psiquiatras trabajan en conjunto, y el paciente termina viviendo un real cambio en su estilo de vida.

LEER MÁS
 

Algunas hormigas son capaces de producir antibióticos, lo que, según un estudio de la Universidad de Carolina del Norte, podría entregar soluciones para luchar contra las enfermedades de los seres humanos.

Los científicos testaron las propiedades antimicrobianas de 20 especies de hormigas. Para ello, disolvieron todas las sustancias localizadas en la superficie del cuerpo de los insectos hasta lograr una solución que introdujeron en un compuesto acuoso bacteriano. El crecimiento de la bacteria del componente fue comparado con el incremento en una muestra de control.

Si la bacteria crecía menos en la probeta con los componentes de la hormiga, eso quería decir que un agente antimicrobiano estaba presente y actuando.

“Una de las especies que hemos observado es la hormiga ladrona (Solenopsis molesta), que posee el más poderoso antibiótico que hayamos probado, aunque, hasta ahora, no se había demostrado que hiciera uso de un agente antimicrobiano”, dijo Adrian Smith, coautor del proyecto y profesor de la citada universidad.

En el caso del componente que contenía sustancia de la hormiga ladrona, la bacteria no creció.

“Este descubrimiento explica que las hormigas pueden ser una fuente futura de nuevos antibióticos para ayudar a solucionar las enfermedades humanas”, explicó Clint Penick, profesor asistente de la Universidad de Arizona y líder de la investigación.

Los científicos advierten que este estudio es solo un primer acercamiento y de que tiene limitaciones, ya que, por ejemplo, solo se ha utilizado un agente bacteriano en las pruebas, por lo que no está claro cómo se comportaría el antibiótico ante el ataque de otras bacterias. (EFE)

LEER MÁS