La llamada fue a medianoche. Eso recuerda Ximena Hinzpeter. Al otro lado de la línea estaba su padre, Carlos. No hablaban hace muchísimo tiempo. Habían pasado décadas desde que él dejó a su familia. Pero esa noche de mayo pasado, el padre llamó a la hija. Estaba angustiado.

—Estoy en el auto, pero no sé en qué calle estoy, le dijo.

—¿Ves algún lugar abierto por ahí cerca?, le preguntó Ximena.

—Sí, una botillería.

—Anda a preguntar qué calle es.

La calle era Vitacura, una de las más conocidas de Santiago. De esas que uno jamás olvida. Por eso Ximena Hinzpeter (49, periodista) supo enseguida que algo no andaba bien con la cabeza de su padre.

Lo que no podía saber esa noche era que lo de su padre la impactaría de manera directa. Que, sin buscarlo, sería el inicio de un camino que la llevaría a convertirse en una fotógrafa callejera que hoy hace explotar sus redes sociales cada vez que sube una imagen. Cada vez que publica esos potentes rostros que miran fijo, que interpelan y que son su marca registrada.

La belleza y el carácter

Ximena es la hija menor del pediatra Carlos Hinzpeter. Su hermano mayor, Daniel, también es médico. Su hermano del medio, Rodrigo, es abogado y ex ministro del Interior del primer gobierno de Piñera. Dice ella que la figura del padre es fuerte en su memoria. Que lo recuerda siempre sacando fotos, su hobby favorito. Una pieza de la casa estaba llena de imágenes que él tomaba y que mostraban paisajes y a la familia. Pero un día, hace 30 años, dice Ximena, Carlos Hinzpeter abandonó a su esposa y a sus tres hijos; y se fue con otra mujer y otros niños.

“Fue muy doloroso —recuerda Ximena—, porque yo lo quería mucho. La vida se me congeló en ese momento. Yo tenía 18 años y él se fue. Nunca más nos miró. Mi mamá, que era una niña chica, lloraba todo el día. Así que yo arranqué y a los 20 años me casé”.

Aprendió a vivir con un padre ausente. Estudió periodismo en la UC. Tomó cursos de fotografía con Bob Borowicz. Tuvo dos hijos. Se separó. Se volvió a casar. Nació su último hijo. Se separó otra vez. La vida siguió adelante. Hasta que recibió esa llamada de su padre perdido en una calle santiaguina.

Carlos Hinzpeter, a los 78 años, tiene una demencia senil que le está borrando la memoria. Sus tres hijos le tendieron la mano. Se hicieron cargo de él, lo instalaron en un buen hogar. Entonces Ximena encontró entre las cosas de su padre la vieja cámara Canon. La que ella vio tantas veces siendo niña. Y sin pensarlo, corrió a la calle a sacar fotos.

“Me fui a sacar fotos de pura pena. Pena porque se nos fue la vida con mi padre, perdimos la posibilidad de conversar, de que nos pidiera perdón, de saber si tuvo remordimientos. El ya no recuerda”, dice. Las fotos como terapia contra la tristeza se le transformó luego en pasión. Hoy sale cuatro días a la semana a tomar fotos. Dice que en cada jornada saca unas 1.500 imágenes. Las sube seguido a sus redes sociales. Sus 7.538 seguidores en Instagram aplauden. Sus contactos en Facebook también.

—Tus retratos son realistas, crudos a veces. ¿Qué buscas?

—Busco la condición humana más profunda, un sentimiento hondo. Busco esas almas en pena que al final somos todos, sin entender mucho qué estamos haciendo ni a dónde vamos. Es también una búsqueda de la belleza.

—La belleza es indiscutible en tu serie de jóvenes haitianas, por ejemplo. ¿Pero cómo entenderla en esa mujer con el rostro quemado o el señor con la piel como corteza de árbol?

—Les doy dignidad con las fotos. Y ellos muestran carácter. Son más que un rostro.

—Algunos critican que sólo fotografías a la clase popular; y es cierto.

—Lo más interesante lo encuentro en la periferia. Mientras más abajo, más lindo. Pero a mí los ricos también me interesan. Lo que pasa es que a la clase alta es difícil llegar, ¿dónde la fotografías? No hay un equivalente a la Plaza de Armas.

—Seguidores te piden que intentes retratos en el Club de Golf, en San Damián…

—En Santiago a los ricos no hay dónde pescarlos para sacarles fotos. Traté en un mall, pero te echan, no te dejan. Al principio saqué unas fotos en el Mall del Deporte y en el de La Dehesa, pero eran muy fomes. En cambio me fui a los barrios bajos y ahí encontré una belleza que no está en los ricos. Una dulzura de alma, un amor por la vida, una forma de vivir que los ricos no tienen.

—Tú eres parte de esa clase alta.

—Sí, pertenezco en la clase alta, vivo en un cerro de la clase alta, y por eso sé que es muy fría. Me siento mucho mejor yendo a sacar fotos allá abajo. Yo también he sido una marginal, me he separado dos veces, me he sentido apuntada con el dedo. Siempre me he sentido distinta y tengo un amor por lo marginal.

Invisibles

Ximena Hinzpeter dice que su modus operandi es simple. Que se pasea por esos barrios de la periferia que le gustan, siempre con la cámara encendida y colgada al cuello. Que ve un rostro que le interesa y dispara. Sin pedir permiso, sin hablar, ojalá con el o la modelo mirándola. Algunos sonríen, otros hacen gestos de disgusto, los menos se acercan indignados para decirle que los deje en paz. Luego, trabaja un poco las fotos en el computador —el brillo, el contraste, la saturación— y las sube a Instagram y a Facebook. Allí casi todos la felicitan y siguen sus entregas con ánimo de groupies. Pero hay voces disidentes.

—Una señora escribió que, por muy buena fotógrafa que fueras, no tenías derecho a fotografiar gente humilde y publicarla para que cualquiera opinara de su facha.

—Vi ese comentario. Si a alguien no le gusta mi trabajo, que no me siga. Yo tengo mi justificación para hacerlo.

—¿Cuál es esa justificación?

—Yo siento que tiene que ver con humanidad, a que a lo mejor agarro un corazón desprevenido y lo puedo derretir. Creo, y es mi experiencia de las fotos que he publicado, que la gente no se molesta. Además, varios se han encontrado aquí. Dos nietos encontraron en una foto a su abuelito. Esto es como una vida social del pueblo.

—Siempre te gustó la fotografía. ¿Por qué demoraste tanto en lanzarte a la calle?

—Me he demorado mucho en todo. Llevo 30 años escribiendo un libro que es una carta a mi padre. Llevo años en talleres literarios, con la Pía Barros, Alejandra Costamagna, Marco Antonio de la Parra, Pablo Simonetti; y nunca he publicado. Con la fotografía me pasa lo mismo. Creo que tiene que ver con la invisibilidad.

—¿Cómo?

—Yo crecí en mi familia en un lugar muy invisible. A pesar de ser la más chica y la única mujer, nunca nadie me vio. En casa de herrero, cuchillo de palo: nací con displasia de cadera y recién se dieron cuenta cuando empecé a caminar, en una casa donde el papá es pediatra… Siempre tuve ese nivel de invisibilidad. Entonces ahora la gente me dice: “¿cómo te atreviste a sacar esas fotos?”; y bueno, lo hago porque me siento invisible.

—Además haces visibles a otros invisibles. Como diciendo: “los invisibles existimos”.

—Totalmente. Y somos lindos.

Ximena Hinzpeter dice que, por todo eso, a ella le acomoda mirar desde el borde. “Yo nunca he sido centro de mesa, no sé bailar, no sé cantar, me carga que me miren. A mí me gusta escuchar; y ahora más encima me quedo sorda”

Sí, sorda. Por un problema genético, hace 20 años comenzó a perder la audición en ambos oídos. No hay nada que pueda hacer contra ese avance de la sordera que en algún momento será total. Hoy usa audífonos, bien camuflados entre su pelo crespo.

—¿Cuánto escuchas hoy?

—Sin audífonos, muy poco. Si voy a un lugar con ruido, a esas comidas con mucha gente, no entiendo nada de lo que me hablan. Este año dejé de hablar por teléfono. Si miras mi whatsApp, dice: “Soy sorda”. Estoy ad portas de un doble implante coclear.

—Pierdes un sentido, pero enriqueces otro. Pienso en la fotografía y el uso de la vista.

—Exacto.

—¿Fue casualidad o lo planeaste?

—Creo que fue algo buscado. Voy a cumplir 50 años en octubre, entonces empecé a cachar que voy a tener una vejez sorda y me puse a buscar cómo voy a entretenerme en la vida. Yo no estaría sacando estas fotos si no estuviera sorda.

LEER MÁS