“Los problemas surgen cuando los historiadores no son conscientes de su subjetividad o cuando, por el contrario, hacen de ella un fin en sí mismo”.

Juan Luis Ossa Santa Cruz

Hace unos meses murió el destacado historiador Georg Iggers, uno de los conocedores más prominentes de la historiografía occidental. Alemán de nacimiento, pero radicado en Estados Unidos desde fines de los treinta, Iggers enseñó prácticamente toda su vida en la Universidad Estatal de Nueva York, no sin antes dedicar varios años a educar a jóvenes afroamericanos en el Philander Smith College, cuyo énfasis era la integración social y los derechos civiles.

Su clásico libro “Historiografía del siglo XX”, traducido al castellano hace unos años por Iván Jaksic, es un recuento detallado y fino de las distintas corrientes historiográficas que se dieron cita en la centuria pasada, abarcando desde el objetivismo rankeano hasta las contribuciones del marxismo inglés y el posmodernismo francés. En sus páginas se encuentran reflexiones profundas sobre el sentido de la historia, entendida no sólo como un mecanismo de narración del pasado, sino que también como una expresión del devenir humano en clave cronológica, interpretativa y contextual.

De acuerdo con Iggers, las preguntas que formulan los historiadores tienen siempre una alta cuota de subjetividad y por ello un mismo evento puede ser visto de maneras diametralmente opuestas. Nuestro análisis de la toma de la Bastilla de 1789 variará si se la entiende como un corolario de la devastadora crisis económica de los años previos (la denominada “crisis del pan”), o como el primer intento por introducir un nuevo sistema de representación política. Algo no muy distinto de lo que ocurre con un caso más cercano: como es bien sabido, la interpretación “liberal” y “progresista” de la independencia de Chile se encuentra en las antípodas de la visión hispanista de historiadores como Jaime Eyzaguirre.

No hay nada de malo en ello, nos dice Iggers. Los problemas surgen cuando los historiadores no son conscientes de su subjetividad o cuando, por el contrario, hacen de su subjetividad un fin en sí mismo. En efecto, la obra de Iggers es al mismo tiempo un antídoto contra las interpretaciones que, ancladas en corrientes posmodernas, niegan que “la escritura histórica se refiera a un pasado histórico real”. La objetividad en la historia es inalcanzable, concluye Iggers, pero eso no quiere decir que la disciplina descanse “en la invención arbitraria de un relato histórico”.

Así, por mucho que las formas de escribir historia hayan cambiado durante el siglo XX, dos elementos continúan siendo consustanciales a ella: los hechos y las fuentes que —ya sean escritas, orales o visuales— nos permiten estudiar el pasado cercano o remoto. En palabras de Iggers: “Si bien todo relato histórico es un artefacto, éste surge del diálogo entre el historiador y el pasado, diálogo que no ocurre en el vacío, sino que dentro de una comunidad de mentes pensantes que comparten criterios de plausibilidad”.

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Fondos de fondos: el próximo paso

En razón de la sofisticación de nuestro mercado de capitales, estímulos tributarios y políticas públicas, la industria de los fondos de inversión públicos y privados y sus sociedades gestoras han tenido un fuerte crecimiento. Entre ellos, los fondos privados de «private equity» y «venture capital», a su vez un importante motor para el desarrollo y financiamiento de compañías cerradas en etapas tempranas o de aceleración de su crecimiento, sea de manera orgánica (expansión interna) o inorgánica (adquisiciones de otras empresas). Por lo general, se trata de compañías con información difusa, muy poca o casi ninguna liquidez, alta dependencia en socios fundadores, riesgo de competidores, y a veces incluso con falencias en sus estructuras legales.

Estos riesgos han hecho difícil que se destinen recursos de inversionistas institucionales a este tipo de fondos, no obstante los casos de éxito que avalan su crecimiento. En la experiencia comparada, se ha logrado atraer parte del “dinero institucional” a estos fondos a través de la flexibilización en los límites de inversión y la diversificación de los activos elegibles. Otra manera, ha sido a través de los fondos de fondos. Éstos invierten sólo en cuotas de otros fondos y ya no en activos reales ni otros productos financieros, diversificando su riesgo entre distintos gestores.

Es necesario adecuar nuestra legislación, puesto que un fondo privado no puede invertir en cuotas de fondos similares. Sólo por excepción pueden invertir en fondos públicos. Además, deben tenerse presente incrementos en comisiones, ausencia de control sobre los activos subyacentes y falta de diversificación de éstos.

En Chile hemos visto productos en algo similares en los «feeder funds»: vehículos constituidos localmente que califican para poder ser adquiribles por inversionistas institucionales y que luego invierten en fondos internacionales.

Los fondos de fondos pueden constituir una herramienta adicional para acercar regulada y acotadamente el “dinero institucional” a las empresas no abiertas en bolsa. Además de adecuar nuestro marco regulatorio, es necesario escrutar su calidad, idoneidad y experiencia. Y, a este último efecto, el recorrido de nuestra industria de gestores de fondo de inversión en Chile debiera ser capaz de, al menos, ilustrarnos respecto de algunos administradores locales.

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“En un mundo en constante cambio, la capacidad de trabajar colaborativamente para innovar es crítica”.

Es natural que en épocas de elecciones la competencia entre distintos sectores de la sociedad se exacerbe. Pero la construcción de un país más próspero, equitativo y cohesionado dependerá de nuestra capacidad de trabajar con quienes son y piensan distinto. Chile presenta una serie de falencias para enfrentar este desafío. Si miramos el sistema escolar, por ejemplo, éstas son evidentes.

Primero, poseemos marcos institucionales inadecuados para fomentar la cooperación. A nivel macro, el sistema está diseñado para fomentar la competencia entre colegios como principal mecanismo de mejoramiento. Sin embargo, diversas investigaciones demuestran que (1) la competencia no posee efectos positivos importantes sobre la calidad y (2) la colaboración entre escuelas, a través de redes de aprendizaje, genera trayectorias de mejoramiento sostenibles en el tiempo. A nivel sistémico es clave fomentar una cultura de cooperación e intercambio de experiencias, metodologías, dificultades y desafíos. Redes de escuelas han sido exitosamente implementadas en países como Canadá y Uruguay. Este fenómeno también es extrapolable al ámbito productivo. Como recuerdan North y Akerlof, ambos premios Nobel de Economía, cuando se dificulta la cooperación entre actores se limita el crecimiento económico. La cooperación es clave para innovar.

Segundo, la segregación social en nuestras escuelas difícilmente permite a los jóvenes aprender a conocer, interactuar y valorar a quienes se ven y son diferentes. Ello genera desconfianza interpersonal, lo que dificulta la cooperación posterior. Según la encuesta World Values Survey 2014, sólo 12,6% de los chilenos considera que es posible confiar en la mayoría de las personas, versus el 73,7% de Noruega o el 56,2% de Nueva Zelanda. Debemos fomentar la diversidad e inclusión en el sistema escolar.

Por último, no estamos educando adecuadamente a las personas a cooperar. La reciente prueba PISA 2015 muestra que 42% de nuestros alumnos posee graves deficiencias para trabajar en equipo. Un porcentaje muy superior al promedio de la OCDE (28%). Esto empeora aún más según el nivel socio-económico, alcanzando 62% de los alumnos del primer quintil de ingresos. Es necesario modificar las prácticas pedagógicas en la sala de clases con estrategias como el aprendizaje colaborativo y el basado en problemas, y la tutoría entre pares, para desarrollar estas habilidades.

En un mundo en constante cambio, la capacidad de trabajar colaborativamente para innovar y solucionar problemas colectivos es crítica. Debemos preocuparnos de formar esta habilidad en las nuevas generaciones y crear marcos institucionales que fomenten la cooperación. Si no enmendamos el rumbo, los deficientes resultados PISA constituirán una mera proyección de las limitaciones que tendremos como sociedad en el futuro.

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