Cuando Ignacio Casale (30) cruzó la meta del Dakar en Córdoba y se coronó por segunda vez campeón de la extenuante prueba de más de 9 mil kilómetros, agradeció de manera particular a su esposa, María Jesús Galilea. “Me ayudó a cambiar mi forma de ser. Yo era muy ansioso y loco”, dijo el piloto.

Sicóloga clínica de 29 años, ejerce como jefa de reclutamiento y selección de personal de la empresa familiar en el rubro inmobiliario. Le gustaba el atletismo, pero su pasión siempre fue el hip hop. Baila desde los 13 años y ofrece clases de esta danza urbana. Así fue como conquistó al rudo corredor de cuadriciclos.

“Aumentaron mucho mis seguidores de Instagram (ahora tiene 21.500) cuando comencé a subir mis videos bailando; entre ellos estaba Igna. Me escribía por interno, felicitándome. Yo lo seguía porque encontré muy atractiva la pasión que demostraba por su deporte”.

Casale, siempre inquieto y acelerado, no esperó mucho, y la invitó por Instagram al matrimonio de una de sus hermanas. “Sin conocerlo, le dije que bueno. Confiaba en él. Era primera vez que lo veía, y me tocó sentarme en primera fila de la iglesia con su familia y en la mesa principal con los novios. Nos fuimos conociendo en el auto, en los trayectos. Desde ese matrimonio no nos separamos más”.

Pololearon nueve meses, y Casale le pidió matrimonio en la cima de un cerro en el Yosemite National Park, en California, mientras recorrían EE.UU. en una motorhome. “Prácticamente me obligó a subir. En la cumbre, y con una vista que daban ganas de llorar de lo hermosa, juntó sus manos, las abrió de a poco, apareció la cajita con el anillo y me pidió que fuera su mujer para siempre”. Se casaron el 23 septiembre de 2017.

—¿Tenías conciencia de que te casabas con un piloto extremo que pone en riesgo su vida en cada carrera?

—Para mí nunca fue tema el temor o la inseguridad por su deporte. Hasta hoy no es una preocupación, porque sé que él es un piloto profesional.

—En la meta le dijiste: “Lo logramos, mi amor”. ¿Sientes que tú también corriste la carrera con Ignacio?

—Sí. Cuando Ignacio corría yo cerraba los ojos y sentía que estaba a su lado. Quería que me sintiera cerca. Me sentí muy involucrada en cada kilómetro. Le entregaba un pensamiento muy positivo, donde no tenían cabida riesgos ni accidentes. Un día antes de la largada en Lima escribí con un labial rojo en el espejo del dormitorio: “Casale gana el Dakar 2018. Te amo”. Cada vez que me levantaba leía eso con la idea de que esos pensamientos adquirieran más poder. Como esposa de un deportista de elite no puedo dudar; tengo que ser igual o más poderosa que él. Ignacio no puede tener una pareja que esté llena de inseguridades y miedos.

—Pamela Cano, esposa de Carlo de Gavardo, dijo: “No me interesa el lugar en que llegue a la meta, solo que llegue”.

—Sin duda que uno se preocupa de que no le pase nada, pero si uno tiene un pensamiento inseguro, no sirve de nada. Te desgastas tú y desgastas a tu pareja.

“Antes de dormir

veíamos NatGeo”

—¿Cómo lograste reducir la ansiedad que tiene antes de correr?

—Ser deportista de elite te hace estar siempre pensando en el futuro, en cómo rendir mejor. Eso genera mucha ansiedad. Él es muy acelerado y yo, todo lo contrario. Es de levantarse y planificar el día y estar siempre en movimiento, entonces yo le digo: “A ver, para. Respira, tomémonos la mañana para descansar, para calmar la mente; vive el aquí y el ahora”.

—¿Tenías alguna rutina especial para lograr calmar a Ignacio?

—Un rico plato de comida saludable, un masaje, preguntarle por su día. Me preocupé mucho de que las imágenes que veíamos en televisión fueran positivas, porque quedan grabadas en el subconsciente. Antes de dormir veíamos NatGeo, que no genera estrés. Evito series o películas violentas. También le transmití la importancia de la higiene del sueño, que es dormir ocho horas y tratar de acostarse y levantarse a un cierto horario.

—¿Qué aspectos trabajaste con él en las últimas semanas antes de la carrera?

—Hicimos un trabajo apuntando a dejar a un lado las preocupaciones personales, a despejar lo más posible su cabeza. Todos sus asuntos personales los hemos ido resolviendo juntos, y eso ayuda a aclarar la mente y focalizarla. Conversamos sobre cómo controlar el miedo, la tristeza o la rabia, y que no debía escapar a esas emociones, sino encararlas y ocuparlas como un trampolín para seguir adelante. Ignacio se fue muy tranquilo al Dakar. Me miraba, y me transmitía que iba a ganar.

—¿Esta suerte de terapia siguió estando Casale corriendo?

—Todos los días se las ingeniaba para escribirme. Me contaba cómo había sido su día. Siempre lo noté muy sólido. Salvo un día, en Bolivia, que estaba muy agotado, con sueño, hambre, deshidratado, mojado por la lluvia y con frío, porque no llegaba aún su equipo de asistencia al campamento. Ahí le transmití tranquilidad, que eso no era eterno, ya pronto estaríamos juntos e iríamos a comer lo que más le gusta, que iríamos de vacaciones y que podría dormir un año al menos.

—¿Cuáles fueron los últimos mensajes cuando faltaba poco para ganar?

—Le traté de inyectar máxima energía. Lo bombardeé de optimismo. Le decía que iba a sentir ansiedad, porque había un alto nivel de expectativa sobre él, pero le insistí en que pensara que esta carrera la estaba viviendo para él y su familia. Que se olvidara del resto del mundo. Lo devolvía a su centro. Le hacía repetir frases positivas sobre superación, respiraciones pausadas, que cerrara los ojos para hacer foco. Finalmente ganó. El amor puede provocar muchos cambios.

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