LAS FICHAS DEL CORONEL

Cuando, en septiembre de 1971, aprobamos en la SOFOFA nuestro “plan de guerra”, una de las medidas adoptadas fue la creación de una unidad de inteligencia. Todos estábamos conscientes de que “saber es poder”, de modo que el objetivo era claro, pero ninguno de nosotros sabía cómo organizar una tal unidad. Decidimos buscar un experto y lo hicimos esparciendo el rumor, entre nuestros grupos aliados, de que buscábamos un experto en seguridad.

La estrategia dio resultados porque, a los pocos días, apareció por mi oficina Pablo Rodríguez Grez que, con cara de inocencia, me habló de un coronel recién pasado a retiro experto en inteligencia y furibundo antimarxista. A esas alturas teníamos buenas relaciones con Patria y Libertad, de modo que había que tomarme en serio sus avisos que, como al pasar, dejaba Pablo sobre mi escritorio cada vez que nos veíamos. Así fue como conocimos al que llamaré Coronel X, porque una vez le juré que nunca revelaría su nombre y, aunque él ya no está entre nosotros, la promesa sigue en pie. Me inspiró confianza desde el primer momento, acepté sus condiciones, consensuamos un presupuesto inicial y nunca tuve mejor acierto porque los logros del coronel en los dos años siguientes dan para escribir una novela. Llegó a reclutar 72 agentes, insertos en todas las instituciones que nos interesaban y ni siquiera las directivas de los partidos marxistas fueron impenetrables para sus ojos y oídos. Nos veíamos personalmente en raras ocasiones, pero yo recibía todos los días un informe de inteligencia y no se me olvidará nunca el día en que don René Silva Espejo, por entonces director de “El Mercurio”, me declaró el hombre mejor informado, cuando en realidad, lo que me bastaba eran los informes del Coronel X.

La primera hazaña suya provocó mi violento y final encuentro con el ministro Pedro Vuskovic, cuando este todavía era el hombre más poderoso de Chile. Todo empezó un día en que el Coronel pidió, lo que ocurría por primera vez, una entrevista personal conmigo. Era para advertirme que había detectado la formación de un equipo especial, por orden de Pedro Vuskovic, cuya misión era preparar fichas de un listado de empresarios relevantes en que se concentraran todos los aspectos negativos que creíblemente pudieran afectarlos, desde negocios oscuros a vicios ocultos, desde faltas a la ética a aventuras sentimentales. El objetivo sería la destrucción de la imagen empresarial (…).

Es de imaginarse la alarma con que recibí esta noticia y la premura con que puse a disposición del Coronel los recursos adicionales que solicitaba para vulnerar la seguridad del equipo especial formado por el venenoso ministro. Pero, para ponerme a cubierto de una alarma exagerada, pedí conseguirme una muestra de algunas de esas fichas en formación. Antes de una semana me llegaron tres de ellas, que bastaron para transformar mi alarma en pánico y en urgencia: ¿cómo podríamos enfrentar tan formidable y letal amenaza? Rápidamente tomamos una resolución bastante extrema. Convoqué al Coronel y le pedí que concentrara todos sus medios en la preparación de otras fichas de conocidos personeros de gobierno y de líderes de la UP. Elegimos tres nombres que, de acuerdo a los rumores, eran más sospechosos de antecedentes truculentos. No fue difícil porque abundaban. En unos pocos días tuve las tres fichas las que, aun a medio hacer, no le cedían en truculencia a las que se habían sustraído. Cuando nos convencimos de sus consistencias, le pedí una reunión urgente al ministro Vuskovic.

Me recibió con rostro adusto y me preguntó qué era lo tan urgente que tenía que decirle. Le pasé las tres fichas que tenía y le dije que le estaba haciendo el favor de mostrarle por adelantado las tres que publicaría “El Mercurio” al día siguiente de que apareciera en “El Siglo” la primera ficha de las que él estaba preparando y, de allí en adelante, nos iríamos a razón de tres por una.

Mi pluma no es capaz de relatar la sarta de gritos, insultos, maldiciones que siguió, de modo que diré solo que en medio de ellas simplemente me paré y me fui. Me tambaleaba caminando el par de cuadras que me separaban de mi oficina en la SOFOFA y creo que lo único que me sostenía era la convicción de que había hecho lo que se podía hacer frente a un gobierno que se lanzaba por el camino del terrorismo político. Esperaba graves consecuencias personales, de modo que fue una total sorpresa cuando pasaron los días sin que nada ocurriera. Pocas semanas después la crisis económica acabó con Vuskovic, por lo que tengo que creer la eficacia de combatir el fuego con el fuego.

Con todo, ese episodio tan estresante como fue el de las fichas del Coronel X tuvo un extraño epílogo con algo de cómico. Poco tiempo después, realicé un viaje a Estados Unidos y Japón y, como era mi costumbre, elegí como acompañante a un gran empresario chileno, poco mayor que yo y que tenía importantes negocios con empresas de ambos países. Dio la casualidad de que mi acompañante de viaje era el sujeto de una de las fichas que le habíamos sustraído al equipo de Vuskovic. En vísperas del día de nuestro vuelo de Nueva York a Tokio, tras tres intensos días de reuniones, me invitó a comer y, como se trataba de un momento de relajo, me informó que también había invitado a una amiga chilena que vivía allí. Cuando pasaron a recogerme a mi hotel, yo reconocí en ella a la que mostraba una fotografía contenida en la ficha de marras. Sin poder resistir la tentación, me acerqué a ella y la saludé por su nombre y diciéndole “no sabes cuántos deseos tenía de conocerte”. El efecto de ese saludo fue bombástico y preludió una de las comidas más entretenidas que he degustado en mi vida porque, por el lado que fuera, íbamos a parar a la pregunta de cómo yo había podido saber quién era ella y como se llamaba.

No fue hasta el avión del día siguiente que le conté a mi amigo lo de las fichas en que su relación extramarital estaba exhaustivamente documentada. Cuando le confesé la forma con que habíamos neutralizado la amenaza de esas fichas, mi amigo no pudo contener la emoción y me dijo: -“O sea que, además te debo la vida”. Exageraba, pero no tanto después de todo.

Años después se casó con la dama de la inolvidable comida en “La Fonda del Sol” de Nueva York. Llegamos a ser buenos amigos y seguramente que ahora, que es su viuda, acaricia ese recuerdo tanto como yo.

EL ESPEJO DE VUSKOVIC

Entre los marxistas que rodeaban al Presidente Allende había muchos revolucionarios de bravatas y micrófonos, pero había solo dos verdaderamente peligrosos: Miguel Henríquez y Pedro Vuskovic. Con el primero conversé privadamente solo dos veces, pero me bastó eso para calarlo, respetarlo y temerlo.

En la última de esas conversaciones, en mi casa de Presidente Riesco, me impresionó mucho cuando, tras explicarme por qué era necesario destruir a la empresa privada para construir el Chile que quería, agregó: “Me va a doler el día en que tengamos que eliminarte. Pero eres demasiado peligroso”.

Con Pedro Vuskovic, en cambio, fueron muchos los encuentros personales y no recuerdo ninguno amable. Era un personaje formidable y creo que, antes que el estallido de la crisis económica precipitara su caída, era el hombre más poderoso del gobierno, incluso del propio Allende. Venía de la CEPAL y de la cátedra universitaria y su fama como economista y profesor lo precedía sin excepciones. A eso se sumaba una fuerte personalidad, un dogmatismo sin concesiones y una total carencia de escrúpulos. Lo conocí en esas invitaciones de Allende a dirigentes empresariales, cuando todavía no lo ratificaba el Congreso Nacional, para tranquilizarlos con una estudiada “piel de oveja”. Pero si uno observaba lo que decían los ojos de gato del que sería su todopoderoso ministro de Economía mientras él permanecía callado y distante, salía de la reunión más asustado que antes.

Mi siguiente encuentro con Vuskovic marcó el tono de lo que serían nuestras relaciones. A poco de asumir, el Presidente Allende, todavía en su “operación Valium”, nominó un ente llamado Consejo Nacional de Desarrollo, que supuestamente sería el rector del proceso de cambios estructurales de la economía chilena que había comprometido en su campaña presidencial. El famoso consejo, que presidía él mismo, estaría conformado por una docena de funcionarios gubernamentales (todos los ministros del sector económico, el jefe de la CORFO, el del Banco Central, etc.) y por seis representantes del sector privado (el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio y los presidentes de la Sociedad Nacional de Agricultura, de la Cámara Central de Comercio, de la Cámara Chilena de la Construcción, de la Sociedad Nacional de Minería y de la Sociedad de Fomento Fabril). La principal tarea del flamante Consejo sería la de definir las empresas destinadas a conformar el Área Social de la Economía que, según el decir del nuevo Mandatario, serían menos de cien y el criterio de selección estaría dado por su valor estratégico en el proceso productivo del país.

Para los que no vivieron ese periodo, conviene aclararles que la definición de esas empresas nunca llegó a efectuarse y menos se presentó al Congreso un proyecto de ley que posibilitara su expropiación, como era lo prometido. En lugar de eso, el gobierno de Allende usurpó más de 800 empresas utilizando los llamados “resquicios legales” y que, por ese procedimiento de facto, el régimen llegó a controlar la mayor parte de las actividades que generaban el producto nacional bruto. No es en absoluto exagerado decir que esa usurpación masiva de empresas, de todos los tamaños y sectores, fue el problema central que condujo a la caída del régimen marxista de Allende.

El Consejo Nacional de Desarrollo tuvo un par de reuniones antes de que yo fuera elegido presidente de la SOFOFA y en la última de esas sesiones se acordó que, en la siguiente, sería el turno de la industria para exponer el Estado y las perspectivas del sector. De ese modo, cuando ocupé el cargo, estaba a unos cuantos días de debutar como miembro de ese cuerpo colegiado, y además tendría a mi cargo la conducción de la orden del día. Ni qué decir tiene que todo el aparato técnico de la SOFOFA se dio a la tarea de preparar mi presentación y de prepararme a mí para efectuarla con la solidez y solvencia adecuadas a mi alto cargo.

Pero, faltando dos o tres días para esa trascendental sesión, el gobierno se apoderó repentinamente de todas las principales empresas del sector pesquero, utilizando para ello diversos pretextos, sobre todo el de estar desabasteciendo mañosamente al mercado nacional. Aunque el Instituto Pesquero, que las agrupaba, no pertenecía a la SOFOFA, (tal como el Instituto Textil, había renunciado a ella por antiguas querellas directivas), el artero y feroz asalto me decidió a cambiar de planes y di la orden de suspender la preparación del informe sobre el estado de la industria.

Y así fue como, cuando Salvador Allende abrió la sesión y le ofreció la palabra al “nuevo y joven presidente de la Sociedad de Fomento Fabril”, yo abrí la boca para decir que era absurdo referirse a las proyecciones y estado de mi sector cuando estaba siendo objeto de una ataque artero, ilegal y mentiroso con el obvio propósito de destruirlo. Y no dando tiempo a las airadas reacciones, puse sobre la mesa copia del decreto con que se había intervenido Eperva, acusándola de desabastecer al mercado nacional con la intención aviesa de crear descontento en la población. –“Ocurre, Sr. Presidente, que Eperva, y desde siempre, solo produce para la exportación, sus cuotas se han cumplido en todo momento y jamás ha participado en el mercado interno”.

Yo estaba sentado justo frente a Vuskovic, que se puso pálido de furia y más todavía cuando, tras una pausa, Allende le preguntó si era verdad lo que yo decía. Y cuando el ministro contestó afirmativamente, el Presidente no le dejó dar explicaciones y le ordenó que las empresas intervenidas fueran devueltas de inmediato para volver a estudiar con seriedad su situación.

Las consecuencias de lo ocurrido fueron varias y transcendentales. Nunca más se convocó al tal Consejo Nacional de Desarrollo. Todas mis ulteriores reuniones con el ministro Vuskovic fueron secas y duras, pero Allende reaccionó bien y a los pocos días me invitó a desayunar en su residencia y se inició así ese periodo de civilizadas conversaciones (…).

Pero el mejor dividendo me llegó al día siguiente (…). Cuando todavía no terminada de leer los titulares de la prensa alusivos a lo ocurrido, me llamó a mi casa don Anacleto Angelini, al que yo todavía no conocía y me dijo que se había enterado de lo ocurrido, que me agradecía a nombre propio y de todo el personal de Eperva lo que había hecho por la empresa y agregó: “Quiero que sepa que de aquí en adelante todo mi grupo está en la mas estricta colaboración con su tarea. Puede contar conmigo para lo que sea”.

A partir de entonces, y a pesar de la diferencia de edades, desarrollamos una amistad que se extendió por muchos años y este relato se prolongaría demasiado si me diera a la tarea de relatar todo lo que don Anacleto hizo por nuestra causa, tanto en Chile como en el extranjero (…).

Nosotros los chilenos estamos acostumbrados a que el jefe del equipo económico de los gobiernos sea el ministro de Hacienda y ello puede llevar a la conclusión de que exagero la importancia de Pedro Vuskovic en el gobierno de la Unidad Popular. Es que en una economía de libre iniciativa, el gobierno dirige su política económica controlando el presupuesto y la circulación monetaria, lo que resulta en la primacía del Ministerio de Hacienda. Pero, en una economía socialista y centralmente dirigida, el timón está en la planificación y en el control directo de la actividad productiva. De hecho, al entregar a Vuskovic el Ministerio de Economía y la jefatura de todo el equipo económico se había dado la señal más clara, para los entendidos, de la declaración de guerra al sector empresarial privado.

No deja de ser paradojal que en esas condiciones la SOFOFA se opusiera públicamente a la acusación condicional planteada por el Partido Nacional en contra del ministro de Economía a fines de 1971. Yo estaba en Europa “pasando el platillo” cuando me alcanzó la noticia. Cancelé todo el resto de mi programa y volví a Santiago pidiendo una conferencia de prensa en el propio aeropuerto. En ella le quité el piso a esa acusación constitucional porque, si la propia SOFOFA la desestimaba, ¿cuándo podrían allegarse los votos necesarios para aprobarla?

Esa declaración despertó la ira de Sergio Onofre Jarpa, presidente del Partido Nacional. Nunca me la perdonó a pesar de que fui a darle una humilde explicación. –“Mire, Sergio, vea cómo este fulano ha aumentado exorbitantemente el poder adquisitivo de la población mediante emisión inorgánica y el efecto inflacionario todavía es marginal porque se ha movilizado toda la capacidad ociosa del sistema productivo. Por eso, la gente está feliz y cree en el “milagro Vuskovic”. Si lo destituye ahora lo va a convertir en el próximo Presidente. Espere unos meses y verá cómo el propio Allende lo echa sin pena ni gloria porque la crisis que ha desatado no la va a detener nadie”. No sé si me creyó o no, pero seis meses después Pedro Vuskovic era historia y terminó arrumbado en México (…). Pero, a pesar de esa incidencia de finales de 1971, la inquina del extraordinario ministro me persiguió y me alcanzó poco antes de su destitución. A esas alturas, la crisis económica rampante lo había convertido en un energúmeno que lanzaba zarpazos hacia todas partes y acusaba a todo el mundo del complot que estaba destruyendo su “milagro” y anunció un día la creación de un equipo investigador para desenmascarar a los culpables. Al día siguiente entregué una declaración que decía que la creación de ese equipo era un derroche de recursos porque bastaba con comprar un espejito para ponerlo en su escritorio y al mirarlo vería al único culpable que estaba buscando. Esa vez estalló y me metió a la cárcel con una acusación de insulto público a la autoridad. Alcancé a estar como tres horas en la antigua cárcel de General Mackenna, hasta que me sacó de allí don Miguel Schweitzer mediante un recurso de amparo. Fue la primera de mis tres visitas al venerable edificio.

Orlando Sáenz Rojas

nació en 1935, estudio Ingeniería Civil en la Universidad Católica de Chile, dónde fue dirigente de la FEUC. Empresario, director de varias empresas, presidente de la SOFOFA, Sociedad de Fomento Fabril durante el gobierno de Salvador Allende. Ha escrito varios libros sobre temas políticos y económicos de actualidad.

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