Tras dos semanas en Santiago, "chileneando" y con agenda copada, incluyendo la presentación en la Filsa de su primera novela, "Años de Fascinación" (Hueders, 2017), junto a las dos mejores narradoras de su generación, Camila Gutiérrez y Paulina Flores, el escritor Pascual Brodsky (1989) volvió a Nueva York para retomar su vida (cosmopolita, pero austera) trabajando en un café senegalés y como acomodador de personas en la Biblioteca Central de Brooklyn.

Hijo del escritor Roberto Brodsky y de la activista Carmen Soria, ganador de la Beca Chile 2015, investigador de las Obras Completas de José Santos González Vera (su bisabuelo), Brodsky sonríe continuamente, habla midiendo cada palabra, y cuenta que se encuentra a gusto viviendo lejos de Chile tras terminar la Maestría de Escritura en Español que cursó en dos años en la Universidad de Nueva York.

"De partida, porque estoy obligado a hablar otro idioma, pero también porque me gusta Brooklyn y me parece interesante vivir en un barrio habitado por jamaiquinos y senegaleses. En el fondo, me interesa llevar una vida desacomodada".

El protagonista de su novela es un periodista que reconstruye su historia familiar y amorosa, relatando con feroz humor negro las relaciones de sangre marcadas por la violencia que lo rodean: el asesinato de su abuelo Carmelo Soria y la crianza junto a una madre que consagra su vida a un juicio en tribunales con el objeto de encarcelar a culpables.

El relato iniciático de Brodsky está poblado de mujeres que lo quieren, cuidan y mandonean (madre, nana y polola); los hombres tienden a desaparecer y callar. Todo orquestado, como él señala, "por la banda sonora de Los 400 Golpes de Truffaut y espoloneado por la lectura de El Juguete Rabioso de Roberto Arlt".

Pascual comenzó escribiendo cuentos, "porque mi hermano mayor (Américo) me pasó un libro de Raymond Carver a los 13 años. Pero antes, en séptimo básico, escribí un relato para el colegio (Altamira) que trataba sobre el secuestro de mi mamá, pero al profesor no le gustó, porque lo encontró muy pesimista y oscuro".

—¿Y esta novela?

—Me fui a Nueva York en 2015 con la novela armada, pero a los seis meses la volví a leer, y me pareció muy plana. El primer bosquejo lo hice de manera espontánea y catártica; después lo trabajé desde una perspectiva más humorística, porque me parecía que resultaba demasiado cruel y chocante. Ahí me metí a escribir en serio, y estuve editándolo 2 años, hasta que quedé conforme. Casi toda la novela la escribí a mano en cuadernos que después pasaba al computador y corregía.

—¿Cómo trabajaste el anclaje biográfico que sustenta el libro?

—Lo primero que escribí fue el proceso judicial de mi mamá. Esa fue la principal investigación que hice y que después amplié. Muchas de las anécdotas que hay en el relato no son recuerdos míos, sino que pertenecen a recuerdos de otras personas.

—¿Pesquisaste los relatos de tu infancia?

—Sí. Hablé con mi hermana y mi abuela materna para pesquisar esos relatos que yo había olvidado, y ahí me encontré con muchas de esas historias familiares. Para el relato que transcurre en el presente, eché mano a oficios que conocía como el periodismo y la edición. El resto de la novela lo trabajé con imaginarios paralelos, como la religión y la literatura rusa, como maneras de parchar ciertas realidades que a veces me resultaban intolerables, por el nivel de violencia.

—Los personajes femeninos se roban la novela. Son mujeres articuladas, complejas e impetuosas. Al contrario de los personajes masculinos. ¿Por qué?

—Hace poco hablaba de eso con unos amigos. Cuando nosotros éramos chicos, nuestras compañeras de curso manejaban algo que nosotros desconocíamos: el cahuineo. Siempre sentí curiosidad por desentrañar ese lenguaje oculto. Además, en mi casa era muy común que yo me metiera en las conversaciones de mi vieja con sus amigas. A lo largo de mi vida he conocido a muchas mujeres fuertes, y pienso que ellas poseen un lenguaje más articulado que el de los hombres.

—¿Cómo venciste los pudores para escribir sobre tu familia?

—Me costó harto, pero también sabía que la gente que a mí me importa distinguiría claramente la ficción de la realidad. Tuve muchas aprensiones al comienzo, sobre todo cuando hablaba de mi vieja, pero al final fue ella una de las primeras que leyeron los borradores. Por el lado de mi abuela materna, la cosa fue más complicada. Hace un par de días, mientras le leía unos de los pasajes más duros del libro, ella me dijo: "Ahora voy a tener que ponerme lentes oscuros para salir a la calle".

—¿Quemaste demasiado material biográfico en tu primera novela?

—Lo hice a propósito. Quise exponer ese material biográfico para sacármelo de encima. Quizás me sobreescribí, pero eso ya tiene que ver con una lectura periodística que no me corresponde. Yo estoy en otra. Solté la novela, y ya no me interesa hablar más de mi biografía.

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