La comida procesada genera tamaña calentura por comer que si no comes te agarra un síndrome de abstinencia".

—¿Ud. atendió personalmente a la ex Presidenta de Brasil Dilma Rousseff para bajar de peso?

—Sí claro, en la clínica de Brasilia, yo iba cada tanto a verla a ella. Estuve con ella cenando, una mujer macanuda, muy inteligente y culta. Ella había sido flaca y atlética de joven, tenía memoria de eso, y como era una mujer pública, no le gustaba estar disimulando (su gordura) con una ropa más tirada a masculina y quería tener un estilo más femenino, y bajó como 20 kilos y los mantiene. A Maradona también lo tratamos, él se hizo dos bypass, nosotros le pedimos que no lo hiciera. Su abogado se había tratado conmigo y había bajado 50 kilos y le dijo que viniera a verme. Al final vino cuando había engordado casi 20 kilos de los 30 que había bajado con el primer bypass. Le fue fantástico con nosotros, pero después se fue yendo y empezó a engordar, se volvió a operar y sigue con sobrepeso. También Susana Jiménez que siempre se regula con nosotros, bajó la primera vez mucho, entre 12 y 15 kilos".

Así relata el médico argentino Máximo Ravenna su experiencia ayudando a bajar de peso a personalidades del mundo actual. Asegura que por su método han pasado 100 mil pacientes y algunos de ellos han logrado bajar más de 100 kilos. Estuvo en Chile unos días para inaugurar la franquicia número 17 de su clínica.

"Me di cuenta de que la comida enloquecía, por algo hoy se piensa que la comida procesada genera tamaña calentura por comer que si no comes te agarra un síndrome de abstinencia. Y empecé a trabajar en la línea de lo parecido que era la comida en la persona que se descontrolaba con respecto al tabaco, la droga, el alcohol, el juego", sostiene.

—¿Se pasa hambre con su fórmula para adelgazar?

—No, la gente no tiene hambre, porque el hambre se mata con menos comida y se agranda con más comida. Y se mata quitando comida de palatabilidad alta, se da comida de baja palatabilidad que no sea exquisita. De hecho la industria alimentaria lo que hizo hoy es aumentar toda la exquisitez para que compres y compres y así comas más. La gente compra más, engorda más. Hambre no hay, si alguien tiene hambre es señal de que está haciendo mal la dieta.

—¿Cómo es su método?

—Se llamó método porque comenzó a sumar un montón de datos que fueron encadenándose para armar algo que no puede ser ni una dieta, ni sólo un médico clínico, ni sólo un endocrinólogo, ni sólo un nutricionista, es la interacción entre todos y con un fin, que no es contener al paciente, sino que hacerlo avanzar, poner límites, generar resiliencia, generar un poco más de energía, porque es un paciente malcriado, muy aburguesado, muy achanchado en general o muy resignado.

—¿Cuál es la efectividad?

—Han pasado 100 mil pacientes. Rebote no hay, porque lo que rebota es la enfermedad porque si la sueltas se escapa. Y fíjate dónde terminó la medicina: pastillas para adelgazar que si las sueltas rebotan y cirugía bariátrica que te rebota el cerebro hasta el cielo porque te quedas en una situación totalmente anormal que a la larga termina no demasiado bien, te salvas por el momento y después las cosas se complican porque las conductas y la actitud hacia la comida no te cambió, al revés sientes que te castraron, por eso no mandamos a operar a nadie.

—En Chile tenemos una alta tasa de sobrepeso.

—Igual que en Argentina, 65%. Una de cada tres mujeres tiene obesidad y 6 de cada 10 mujeres tienen sobrepeso y obesidad.

—¿Qué hacemos con los niños?

—A los chicos hay que educarlos. Cómo educamos en una sociedad maleducada es muy difícil, el padre es el primer maleducado, la madre la segunda maleducada, el colegio está muy maleducado, los quioscos de los colegios también. Hay un medio contaminante muy grave, un entorno tóxico y hay un interno cada vez más débil, porque cada vez estamos más estresados, con menos tiempo, más conectados a los aparatos, cada vez dormimos menos, todo es adictivo.

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Nos expresamos sobre la comida de forma negativa: lo que no debemos comer, de lo que nos arrepentiremos después, lo que es malo, peligrosamente tentador y no saludable.

Los efectos de esa actitud son más traicioneros de lo que podría causarnos cualquier cantidad excesiva de "mala comida". Al preocuparnos por la comida, convertimos momentos de comodidad y dicha en fuentes de miedo y ansiedad. Además, cuando evitamos ciertos alimentos, solemos consumir más de otros para compensar.

Todo esto sucede bajo el disfraz de la ciencia. Sin embargo, una mirada más profunda a la investigación detrás de nuestros miedos alimentarios nos devela que muchos de los alimentos más satanizados, de hecho, no nos hacen daño. Si nos vamos a los extremos, por supuesto, nuestras decisiones nutricionales sí pueden dañarnos; sin embargo, esta lógica es aplicable en ambas direcciones.

Tomemos como ejemplo la sal. Es verdad que si la gente con alta presión arterial consume mucha sal, puede sufrir problemas cardiovasculares, como infartos. También es verdad que la sal se usa en exceso en los alimentos procesados. Consumir muy poca sal podría ser tan peligroso como ingerir mucha. Lo cual es cierto para la mayoría que no sufre de presión arterial alta. No obstante, los expertos continúan recomendando un bajo consumo.

Sin embargo, nos hemos vuelto cada vez más propensos a aceptar las razones para evitar ciertos alimentos. Cuando el pánico del día se disuelve, encontramos otro donde enfocar nuestros miedos. Satanizamos las grasas. Después el colesterol. Finalmente, la carne.

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