Francófila hasta la médula, la artista Antonia Daiber (34) pasó las Fiestas Patrias junto a su esposo, el pintor Pablo Ferrer, recorriendo museos en París. "Para mí son fundamentales estos viajes. Aunque suene siútico, cuando ves los cuadros originales, te das cuenta de cómo la obra adquiere vida. Las piezas del rococó francés son de una materialidad exquisita".

La semana pasada —paralelamente a Ch.ACO— participó en una venta de arte del taller del Cabo Valdés, con sus pinturas de pastel sobre lija. "Gracias a Pablo descubrí un papel francés áspero que me llevó finalmente a trabajar con lija", dice.

La obra de esta licenciada en Artes Plásticas y magíster en Artes Visuales por la Universidad de Chile, es cercana al impresionismo. A contrapelo del arte contemporáneo, dice haber sido formateada por la educación europea inferida por su paso por la Alianza Francesa, pero sobre todo, en su familia. "Mi abuelo paterno, Alberto Daiber, era un médico y pintor y para mí fue importante la experiencia de recorrer su taller cuando era una niña. Mi papá, Iván Daiber, arquitecto y escultor, también tenía un taller y una oficina en la casa. A su vez, mi mamá, Jacqueline Vuillemin, estudió guitarra clásica en la Chile. Y mi abuelo materno fue un francés (Marcel Vuillemin) que tocaba acordeón y tenía un grupo, "El cuarteto Paris". Los almuerzos familiares siempre fueron muy regados, con canturreo y acordeón, y toda la parentela vivía en la misma cuadra", recuerda.

—¿Lograste una sublimación artística de tu vida familiar?— le pregunto en su coqueto departamento ñuñoíno, provisto de una completísima biblioteca de arte, donde vive con su esposo y su hija Amalia, y en el cual hace clases.

—Me parece que sí. Todas las cosas deberían estar ligadas estéticamente. No puedo separar la pintura de otros quehaceres cotidianos como la cocina o la ropa que elijo para vestirme. Son parte de una misma búsqueda estética y del sistema de vida que llevo.

—¿Dónde nace esa búsqueda?

—En mi casa siempre hubo una exigencia estética y culinaria muy fuerte. El cuidado por el detalle ha sido una cuestión importantísima en mi historia. La cocina y el arte se parecen mucho.

—Pareciera que no haces ningún esfuerzo por ser actual ni moderna.

—Me parece inútil esforzarme en ser algo distinto a lo que soy. El arte es puro derroche, así que para mí no tiene ningún sentido dedicarme a trabajar en algo que no me provoca placer.

Su amor por el siglo 19 es proverbial y dice que "las posibilidades del impresionismo aún son infinitas. La investigación que esos artistas hicieron del color fue ilimitada y creo nos queda un largo camino por seguir trabajando en esa dirección".

Está convencida de la importancia del adiestramiento del ojo a través del estudio de la historia del arte. "A ningún artista se le ha ocurrido algo porque estaba inspirado. Al observar las grandes obras de arte te das cuenta de que los grandes pintores aprendieron mirando y retuvieron en la retina todo lo que aprendieron".

—¿Tu rutina es como la de un escritor que mantiene un diario literario?

—Sí, hay harto de eso, casi todos los días trabajo en libretitas dibujando. Cuando nació mi hija tuve que hacer reposo por un tiempo y dibujaba la ventana de mi pieza. Uno trabaja con lo que tiene a mano. Y yo tengo una relación placentera con la pintura. El arte está muy incorporado a mi vida doméstica.

Para ella, teorizar es una pérdida de tiempo. "Sobre todo cuando estás en la maternidad y tienes pocas horas de trabajo. Creo en la experiencia y en el hacer".

La contingencia no es parte de sus intereses y dice vivir en una frecuencia de baja ansiedad autoral. Cocinando, pintando, jugando con su hija y yendo a comprar materiales con su esposo. "Desde el colegio me decían abuela" (ríe). "No tengo la menor idea de lo que pasa a mi alrededor. Llevo una vida bastante paralela. En Francia vi las exposiciones de la Edad Media y esas son las cosas que realmente me interesan, los tapices medievales".

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El Teatro del Lago lanza hoy su Temporada Artística Educativa 2018 en Santiago. Será la segunda de Carmen Gloria Larenas, su directora artística y la que más la representa e identifica a la visión del teatro. Entre las sorpresas, está el Ballet del Teatro Colón de Buenos Aires que dirige la estrella argentina Paloma Herrera, quien desarrollará una master class para estudiantes y bailarines profesionales. Además, una producción propia en torno al libro de Elizabeth Subercaseaux "La Música para Clara", la novela que cuenta la relación entre Clara Wieck, la pianista europea más importante de su época, y Robert Schumann. Serán texto y música, con partituras de Schumann. Intervendrá la actriz María Olga Matte y la adaptación será de Claudio Aravena, de Fundación La Fuente.

Leyenda de la danza argentina

Cuando anunció su retiro en 2015, Paloma Herrera provocó una auténtica conmoción en el mundo de la danza. Terminaba una carrera que partió a los 7 años en el Colón y que se coronó doce años después cuando fue nombrada bailarina solista del American Ballet Theatre. Era la más joven en lograrlo. De hecho, su visa para entrar a EE.UU. tenía la denominación de "Extranjero de Extraordinario Talento".

Ahora, alejada de los escenarios y a cargo del ballet del Colón, sacó su autobiografía ("Una intensa vida") y un perfume con su nombre. "Retirarme a los 40 años era el cierre perfecto. Quise dejar mi carrera en su máximo momento y que el público se quedara con esas imágenes en la retina".

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