Toda una ironía que con tanto conocimiento teórico que tienen Javiera Blanco y tú sobre seguridad ciudadana, los hayan asaltado este domingo al llegar a la casa que comparten en Providencia

—Es primera vez en mi vida que sufro un hecho tan violento. Cuando era estudiante y estaba en cuarto medio, me asaltaron en la calle y me quitaron una cadena de oro. Otra vez intentaron robar mi casa en Antofagasta, pero no alcanzaron; llegamos justo a tiempo y los ladrones arrancaron. Nunca había sido amenazado con un arma de fuego. El chico, de unos 17 años, que me obligó a bajarme del jeep, me apuntaba con una pistola. Fue todo muy repentino, yo estaba cambiando la radio, mientras la Javiera se había bajado a acomodar su auto para que yo pudiera meter el mío al garage. Ahí sentí, aunque suene a cliché, pasar toda mi vida delante de mis ojos. Pensé en mis niñitas, la Magdalena y la Monse, en mi mamá y mis hermanos. Además, no veía dónde estaba la Javiera. La calle es arbolada y oscura, hay poca luz, así es que la perdí de vista. Luego la vi forcejeando con otro de los 6 cabros. No soltó nunca la cartera, aunque la amenazaban con un punzón.

—Bien loca, ella. Muy arriesgada.

—Sí, no hubo caso que soltara la cartera— dice, con algo de chochera y admiración.

Es evidente cuán orgulloso está el abogado y senador independiente por Antofagasta Pedro Araya (43), de que la ex ministra Javiera Blanco sea su mujer.

Nos citó a una reunión con lo más granado de Antofagasta, en el Museo de la Masonería —en calle Marcoleta, en el centro de Santiago— donde lanzaban la biografía de un viejo y pudiente parlamentario radical. En ese escenario como de novela de Dan Brown, habló de violencia y de su amor por la ex ministra.

La defiende como haría un caballero andante con su Dulcinea, cuando le comentamos las acusaciones que ha recibido por "responsabilidad inexcusable" en el tema Sename mientras dirigió Justicia, y por el cargo casi vitalicio y con sueldo millonario con el que fue para algunos "premiada" por la Presidenta Bachelet en el CDE. "Javiera es atractiva, simpática, humana, competente. Yo siento que todos esos comentarios y juicios son muy malintencionados. Es desconocer su carrera, su currículum, su experiencia profesional y académica, su conocimiento en materia de Reforma Procesal Penal, que son méritos objetivos. La Javiera sacó promedio 7 en Derecho en la Católica, ¿quién hace eso? Yo siempre la molesto con su condición de matea".

—¿Es verdad que la llaman "la Gertrudis" por eso mismo?

—Me lo ha negado, pero sé que le decían así. Ella estudia siempre más de lo que necesita. Ha hecho clases, ha formado fiscales, tiene un magíster del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, sin ser matemática, lo que da cuenta de su capacidad intelectual.

—¿Qué vio ella en ti? ¿Cómo lograste conquistarla?

—Eso es lo que siempre le he preguntado. Yo creo que terminó sucumbiendo a tantas conversaciones que tuvimos. Con todo lo que hablamos, nos fuimos dando cuenta de que mirábamos la vida de manera muy parecida, que tenemos muchas más cosas en común que diferencias. Yo me siento afortunado: es una gran mujer, muy inteligente, de gran carisma.

Llevan dos años juntos, dice el senador, y ya han superado el qué dirán, aunque "Montes y Lagos Weber nos molestan hasta el día de hoy". Ella tiene dos matrimonios fracasados: uno con el publicista que es el padre de sus hijas, Ignacia y Antonia, ambas futuras abogadas; y otro con Eugenio Ortega Frei, al que conoció en una cita concertada por una amiga de ambos, que pensó que podría haber afinidad. La afinidad terminó antes de su salida del gabinete de Bachelet.

Pedro Araya, por su parte, estuvo casado durante una década y tiene dos hijas de esa unión: Magdalena, de 16, y Monserrat, de 12, que viven con su madre en Antofagasta, y son sus "niñitas" adoradas. Hoy se declara "legalmente soltero".

Es el hijo mayor de Pedro Araya Ortiz, obrero, dirigente sindical y político democratacristiano que fue regidor, diputado y alcalde de Antofagasta, cargo que ostentaba al morir en 2003. Su mujer, que lo sobrevive, es Juana Guerrero Yáñez, "profesora de Estado de biología y química, hoy jubilada y en permanente reclamo contra el sistema de aefepés, que la tiene recibiendo una pensión miserable de 125 mil pesos mensuales después de toda una vida de trabajo", precisa su hijo. Ella y su marido se conocieron haciendo campaña política. Compartían la militancia decé, aunque la familia de ella era de raigambre radical y vivían en Pueblo Hundido, hoy Diego de Almagro. "Mi papá tenía 13 años más que ella y pudieron no haberse topado nunca, pero gracias a la política se encontraron. Provenían de mundos opuestos".

—Parecido a lo que pasa contigo y Javiera. ¿Cómo se conocieron?

—La conozco de la época en que era Subsecretaria de Carabineros. Ahí nos topamos. Luego, cuando se fue a trabajar a Paz Ciudadana, yo leía todos sus papers. Ambos, como abogados y ella como autoridad y yo como parlamentario, siempre hemos estado metidos en el tema de la seguridad ciudadana.

—¿Te proyectas con ella en el largo plazo?

—Sí, claro.

—¿Como para tener hijos juntos?

—Ese es un capítulo que no está definido. Me gustaría, pero nunca se sabe. Yo digo medio en broma que me encantaría pero cuando me quedo cuidando a mi sobrino Cristóbal, hijo de mi hermano Jaime, se me pasan todas las ganas. Los niños son agotadores.

Ella, Gertrudis; él, Diógenes

Con 45 años, la ex ministra es levemente mayor que el senador, cuestión con que él la embroma, según cuenta, risueño. Ella, por su lado, lo acusa de tener "síndrome de Diógenes". "Yo soy súper cachurero. Me encanta juntar todo tipo de cosas y ella es muy ordenada. Aunque me abruma que Santiago no tenga mar, lo que me gusta de acá es ir a caminar por el barrio Franklin y cachurear. Caminamos mucho juntos ese barrio; nos encanta ese panorama. Y cuando estamos en Antofagasta, recorremos a pie la costanera completa".

Cuando establecieron su relación sentimental, definieron que había temas de los que no hablarían. "Levantamos una muralla china en aquellos donde podíamos tener conflicto de intereses. Hay muchos asuntos en materia de derecho y persecución del delito en que tenemos miradas distintas. Yo soy un poco más garantista de la cuenta. Creo que la cárcel debe ser el último recurso. Sólo para delitos graves. Pienso que hay una muy mala estructura de penas en Chile".

Aunque no puede dar detalles de en qué va la investigación policial, cuenta que a partir de la traumática experiencia vivida se le hizo evidente "la enorme inequidad en temas de seguridad que existe en el país. Después del asalto, llamamos a los números de emergencia, sin identificarnos, y en menos de dos minutos llegó Seguridad Ciudadana de la Municipalidad de Providencia y en 4, Carabineros. Dependiendo de la zona geográfica en que vivas, la desigualdad es abismante. Los tiempos de respuesta no son los mismos. Lo sé porque conozco qué pasa en Antofagasta, donde no hay asistencia policial 7 por 24".

—¿Cómo se combate contra eso?

—Con más Estado, más comunidad, más colaboración de los privados. Sabemos lo que era La Chimba en Antofagasta y hemos visto cómo la llegada del jesuita Felipe Berríos cambió ese campamento, que era territorio dominado por el narco. Mi padre era obrero de la construcción. Era hijo de una lavandera y no conoció a su padre, que murió cuando él era muy chico. Llegó sólo a sexto básico, porque eran muy pobres. Tuvo que dejar la escuela y ponerse a trabajar. Terminó cuarto medio siendo adulto, cuando era alcalde de Antofagasta. Por su historia de pobreza, perfectamente pudo haber sido un cabro como los que nos hicieron el ‘portonazo' el domingo pasado, pero su inteligencia lo salvó de ese destino.

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