El decía que no se podía ser pintor y escritor; yo pienso que él lo logró".
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Obras y fotografías desconocidas del pintor y escritor Adolfo Couve componen el último trabajo de la historiadora del arte Claudia Campaña, académica de la Facultad de Artes de la Universidad Católica. Alumna suya en la Universidad de Chile y posteriormente amiga, la autora de "Adolfo Couve: una lección de pintura" (2002) acaba de publicar el libro "Adolfo Couve: imágenes inéditas" (2017) por el sello Orjikh a propósito de la exposición que se desarrolla en la Corporación Cultural Las Condes, hasta fin de mes.

El nuevo volumen analiza once dibujos, dos óleos y una acuarela. "Todas las obras de la exposición están en colecciones privadas, por lo que ésta es una oportunidad única. Incluí dibujos de 1959 hasta su última pintura de enero del 98. Y fotos inéditas del autor".

—Couve es un mito en Chile. ¿Es reconocido internacionalmente?

—Su trabajo escritural ya tiene reconocimiento en América Latina; ciertamente, en Argentina. Pero pienso que su obra todavía está en proceso de internacionalización. Meses antes de su muerte me comentaba que deseaba que sus novelas se tradujeran al inglés y al francés; ello aún no ocurre. Y recién el 2002 publiqué el primer libro sobre su obra visual; en la medida en que se conoce mejor comienza valorarse. Traspasará las fronteras, es cosa de tiempo.

—Gonzalo Díaz dijo que Couve quemó unos cuadros durante la época de Allende. ¿Qué sabes al respecto?

—En sus clases de Renacimiento, él gozaba contando que en 1497 el monje Savonarola instó a sus seguidores florentinos a encender una hoguera para quemar objetos pecaminosos. Efectivamente, a principios de los 70, Couve hizo una quema. El mismo me contó que encendió una pira cerca de su casa de calle Guardia Vieja y quemó todos los óleos que, según su opinión, no estaban bien solucionados. Se reía porque pidió a varias personas que tenían pinturas suyas que se las prestaran por un rato, para nunca más devolvérselas. Sobrevivieron muy pocos óleos fechados entre 1970 y 1974, año en que dejó de pintar.

—¿Cómo se complementan su obra literaria y su pintura?

—Hoy sus pinturas ayudan a leer sus novelas, y viceversa. El decía que no se podía ser pintor y escritor; yo pienso que él lo logró. Y se convirtió en un maestro de lo breve, sin derrochar los pigmentos en su pintura, y utilizando las palabras justas.

Claudia afirma que "hoy las pinturas de Couve son mucho más apreciadas que hace cuarenta años".

¿Era un romántico del siglo XIX nacido en el XX? ¿Era un anacrónico?

—Ese mote se lo pusieron en los 70. Estaba de moda el Arte Conceptual y se suponía que con las nuevas tecnologías de reproducción la pintura llegaba a su fin. El deseaba tener éxito, pero no a costa de seguir las tendencias del momento.

—¿Por qué Couve dejó de pintar?

—Tuvo un conflicto vocacional que concluyó el 73 cuando se convenció de que la fotografía y el cine le habían restado protagonismo a la pintura de caballete y que ésta estaba en una crisis que él no era capaz de resolver. Decidió entonces que su camino iba por la literatura. En sus novelas abordó una y otra vez el problema de la pintura a fines del siglo XX... Repetía que un artista no podía tener más compromiso que con su arte. Por eso afirmaba que éstos fracasaban en sus relaciones de pareja; que el camino era difícil, pero que una obra medianamente bien hecha valía la pena toda renuncia.

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Lo que Alberto Mayol primero recuerda en su memoria musical es lo que sonaba en la radio de su casa en La Cisterna. Lo mismo que se escuchaba en las casas y los boliches cercanos: Raphael, Dyango, José Luis Perales, Manzanero. Era el soundtrack del barrio, en el paradero 18 de la Gran Avenida, a dos cuadras del Callejón Lo Ovalle. En esos años, se iba al patio, se tendía bajo un guindo y sintonizaba en una radio a pilas esas canciones románticas.

Mayol (41 años, sociólogo) habla de música en un estado de ánimo distendido. Con sonrisa frecuente. Distinto de lo beligerante que uno lo ve en los programas de TV o lo deslenguado que es en sus disparos políticos. En esta cafetería de Nuñoa, cerca de su casa, es pura calma. Cuenta que a los 7 años un vecino le enseñó a tocar guitarra. Partió con la trova latinoamericana. Hasta que un día descubrió "Entre dos aguas", de Paco de Lucía. Se hizo fan del guitarrista español.

Su padre, Manfredo Mayol, era director de Ercilla, y a su hijo le llegaban los cassettes de ópera que distribuía la revista. A los 8 años, conoció a Beethoven, a Haynd, a Mozart, a Tchaikovsky. "Me gustó sobre todo Mozart. Tenía que ver con que es más juguetón, más lúdico, su música está al borde de la sátira todo el rato".

—¿Mozart fue desplazado?

—Hay una competencia histórica que es natural entre Mozart y Beethoven. A mí me gusta Rimski-Kórsakov, Shostakóvich y muchos otros; pero hay que reconocer que el debate está entre Beethoven y Mozart, son como Tom y Jerry. Entonces me empecé a abrir a Beethoven.

En ese tiempo, a los 14, Mayol tocaba un poco de guitarra clásica. De manera autodidacta. "Leyendo tablaturas y no partituras". No le gustaban los Beatles ni Soda Stereo. Un poco los Rolling Stones. A Los Prisioneros los descubrió tarde. "A mí me interesa lo popular, pero no en la proporción habitual. No tengo prejuicios. ‘Despacito', de Luis Fonsi, es una gran canción, y el complemento con Daddy Yankee es súper bueno. La voz de Dyango ya se la quisieran varios cantantes".

—¿Qué música escuchas por gusto?

—Hoy estoy en clásica. Se la hago escuchar a mi hijo. Cosas más sencillas, como Liszt o Chopin. Hubo una época en que escuché blues. El que más me gustaba era Latimore. Había uno de la Koko Taylor y esa canción icónica, "Mother nature".

—¿Algún placer culpable?

—No son culpables, porque yo no tengo ninguna culpa, pero de esa música de los 80 me quedó Dyango y Sandro. Yo le digo Sandro a mi hijo.

—Que no se llama Sandro.

—No, se llama Alessandro.

Cristo milagroso y chapucero

El más nuevo escalón en este romance entre Mayol y la música es la ópera. No sólo oírla. Él dio un paso más audaz: se lanzó a escribir libretos de ópera.

"En 2010, gracias a un trabajo en un banco que me daba dinero, me aboné al Municipal. Compraba el programa con los libretitos. Me daba risa cómo se escribían. Me dije: algún día escribiré uno".

Ese día se lo debe a su partner en esto, el compositor Miguel Farías. Fue quien hace un par de años le comentó que tenía ganas de una ópera relacionada con la política. Mayol recogió el guante. En 2015 presentaron en la feria Ch.ACO una ópera de 10 minutos. Se llamó "La seducción de Angela" y la protagonista era la canciller alemana. Luego vino una de casi dos horas: "Maquiavelo encadenado", donde se pasean desde Sebastián Dávalos hasta Enrique Correa. Se iba a presentar en el GAM y luego en el Teatro Oriente, pero ambos intentos fracasaron. Ahora terminaron una tercera ópera, "El Cristo del Elqui". Se presentará en junio, como parte del programa 2018 del Teatro Municipal.

—El Cristo del Elqui fue un tipo mesiánico que predicaba en el norte, en los años 40. Protagonista del libro "El arte de la resurrección", de Rivera Letelier, quien colaboró en el libreto.

—Sí, es un libreto interesante, basado en personajes y algunas citas textuales de libros de Rivera Letelier, como "La reina Isabel cantaba rancheras". Así que conversamos con él. Aquí hay dos temas. Uno es la historia operática: una historia de amor y resurrección de la reina y la aparición de este Cristo milagroso pero un poco chapucero. Lo otro es el conflicto filosófico de qué hace la Iglesia cuando aparece Cristo. La obra parte con una escena de un cardenal y dos obispos hablando de este Cristo como un impostor. Y empiezan una operación para desacreditarlo.

—En la historia real de ese Cristo, los hechos deben haber sido similares.

—La historia real del Cristo del Elqui es que él en un momento, por alguna clase de milagro, se hace muy famoso y llega a Santiago. Lo van a esperar miles de personas a la estación de trenes. Lo toman detenido. Hay una carta a los fieles que manda el cardenal José María Caro, diciéndoles que hay un impostor.

Mayol terminó el libreto hace un año. Farías finalizó la partitura en julio. Ahora todo está en manos del director de la ópera, Jorge Lavelli, respetado regisseur argentino radicado en París. El tendrá que tomar decisiones claves, desde los vestuarios a la iluminación. Desde allá se coordina con Chile, bajo la mirada atenta de Frederic Chambert, el director del Municipal.

—¿Cómo ha sido el trabajo con Chambert?

—Cuando le empezamos a mostrar el libreto, dijo: "quiero la mitad de texto". Nos dio consejos extraordinarios. Que eliminara los adjetivos, que los conserváramos para la puesta en escena: el adjetivo lo puede dar la luz, la música, los trajes. Él quiere que esta ópera sea sin intermedios, una hora y media de corrido. Ese trabajo de depuración fue lento, de envíos de ida y vuelta, de reuniones. Hasta que él dijo: "está perfecto". Son 14 personajes, una orquesta con 40 instrumentos.

—¿Cuánto tiempo tardaste en tener listo el libreto?

—Tú diseñas un prelibreto, donde está el nudo central de la obra. El prólogo no estaba ahí por ejemplo. Se empieza a dibujar la estructura y eso se lo paso a Miguel, quien comienza con la composición, los ritmos. El libreto va y viene. Primero trabajé muy fuertemente los dos textos centrales: "El arte de la resurrección" y "La reina Isabel…"; pero después me leí todo Rivera, buscando tonalidades, una frase, algún modismo que tuviera que ver con esta interpretación del norte. Hecho eso, vino desarmar a Rivera…

—¿Ya te imaginas tu ópera?

—Hay partes que veo claritas. El prólogo del cardenal y los obispos, la parte del funeral de la reina Isabel. Y la llegada del tren me la imagino apoteósica.

—¿Seguirás escribiendo óperas?

—De todas maneras. Me gustaría una de "La invención de Morel", la novela de Bioy Casares. Y otra con personajes fascinantes como Juan Pablo II o Fidel.

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