Saco la mamadera y le doy papa. La gente me sonríe, me saluda y dice cosas como ‘qué chiquitita, qué tierno".

Entiendo a la diputada Camila Vallejo y me arrepiento de haberla criticado por llevar a su hija al hemiciclo".

Me la pusieron en los brazos y me preguntaron qué nombre le quería poner. Era una niña, una guagua indefensa, recién nacida, y entera vestida de rosado… "Cathy", dije. "Se llamará Cathy en honor a la alcaldesa de Maipú". Además del nombre, en su certificado de nacimiento consta su peso (3,1 kilogramos), su medida (51 centímetros) y mi nombre completo bajo el título de "papá".

A mis 35 años, y en mi calidad de periodista (y hombre soltero, sin hijos), acepté el desafío de cuidar durante 24 horas a uno de los bebés robot que utilizaron en Las Condes como plan piloto: cada estudiante de 2do medio del colegio San Francisco del Alba se hizo cargo de una guagua por un día completo. La idea es que experimenten en carne propia las dificultades de ser padres y así prevenir el embarazo adolescente. Y es que los robots están programados para que lloren cada vez que tienen hambre, sueño, maña… o si se hicieron caca. También hay que sacarles los flatitos después de que toman mamadera.

El alcalde Joaquín Lavín —quien importó esta idea desde Estados Unidos— cuenta que "la principal conclusión a la que llegan los chiquillos es que ‘cada cosa a su tiempo', que los hijos deben llegar más adelante, que es incompatible ser padres mientras uno está estudiando". El piloto fue tan bien evaluado, que ya se decidió implementar el modelo en todos los colegios municipales de la comuna a partir del 2018.

De acuerdo al Registro Civil, el año pasado nacieron 22.349 niños de madres adolescentes y de ellas 678 tenían menos de 14 años. Una cifra que, si bien ha ido disminuyendo, todavía es preocupante.

Llanto real

Voy en el Uber de regreso a mi casa. No han pasado ni 15 minutos desde que adopté a Cathy, y ya se pone a llorar. Y lo hace como si fuera real: es una grabación del llanto de una guagua de verdad. Aunque no tiene sollozos.

Mi hija robot tiene hambre y yo le doy la mamadera. El conductor del auto, al ver que se trata de una muñeca, me mira extrañado. No se atreve a hacer preguntas. Ya en casa, le canto canciones de cuna, y tras 25 minutos de arrumacos consigo hacerla dormir.

Realityworks es la empresa dueña de estos modernos simuladores. Cada uno vale US$ 1.500 (casi un millón de pesos) y posee la tecnología necesaria para que, después de 24 horas al cuidado de un humano, elabore un detallado informe sobre la manera en que fue tratado por su padre o madre adoptivo. Armando Arteaga, director del programa "Aprendiendo a vivir", explica que la intervención que se hace en los colegios dura un mes completo, tiempo en que "se les enseña a los jóvenes la parte teórica, a diseñar un proyecto de vida, además de todas las opciones que existen para prevenir embarazos y asumir una paternidad responsable (…) El bebé robot es sólo la guinda de la torta, la parte práctica y entretenida de esta intervención que está a cargo de profesionales".

Cathy se despierta de su siesta porque, según constato, había "manchado" el pañal. Tengo pocos minutos para mudarla y salir rumbo a mi trabajo en radio Infinita. La tapo con el "tuto" para que nadie se de cuenta de que es un muñeco, y salgo a la calle con algo de temor. Mi conserje me mira sorprendido, me felicita… y apenas entro al vagón del Metro, una mujer se pone de pie para darme el asiento. Cruzo los dedos para que Cathy no se largue a llorar y me deje en evidencia. A las 17:35 horas —y mientras camino con ella en brazos por calle Suecia— comienza a reclamar, y yo transpiro, medio desesperado. Saco del bolso la mamadera y sigo caminando mientras le doy papa. La gente, a mi paso, me sonríe, me saluda y dice cosas como "qué chiquitita", "qué tierno" y "cosita linda".

Desde las 18:00 horas, al aire por la 100.1 FM, tengo como entrevistado al actor Alvaro Rudolphy. Cathy duerme plácidamente sobre un sillón, hasta que, sin previo aviso, se pone nuevamente a llorar. Muy fuerte. Debo interrumpir la entrevista, salir del estudio y calmar al bebé. Tenía maña. Quería que la tomaran en brazos. Rudolphy no entiende nada, y se va confundido. Debo disculparme. Ahora entiendo a la diputada Camila Vallejo, y me arrepiento de haberla criticado por llevar a su hija al hemiciclo. A muchos hombres nos hace falta ser más empáticos con las madres. Llevo apenas 6 horas a cargo del robot, y ya estoy exhausto. Por cierto, Cathy no tiene botón de apagado.

"Lo peor está por venir"

¿Alguna vez han mudado a una guagua en la cuneta de una avenida? Es lo que tuve que hacer a las 19:20 horas en Eliodoro Yáñez, altura Marchant Pereira, porque Cathy volvió a orinarse. Desesperado, whatsappeo a mi mamá para que me dé algunos consejos: "Tómala en brazos, muévete despacio de lado a lado, y dile ´shhhh´ despacito, imitando el ritmo del corazón… así se va a relajar". Dicho y hecho. La voz de la experiencia no falla.

Lavín me cuenta que en el último año han tenido 7 casos de adolescentes embarazadas en colegios municipales: "Los resultados de políticas como ésta se miden en el mediano y largo plazo. En el caso de los colegios particulares pagados, las familias tienen los medios para que alguien cuide la guagua mientras la mamá va a clases o estudia. Pero en el caso de familias con menos recursos, la llegada de un hijo es casi siempre sinónimo de deserción escolar. Eso es lo que queremos evitar". Michelle Asenjo (16 años), una de las alumnas que formaron parte del plan piloto, asegura que "la experiencia fue muy linda, sería bueno que lo hicieran en otros colegios. Fue lindo tener un hijo por un día, pero entendí que ahora debo cuidarme para no ser mamá a esta edad".

Por fin el día está finalizando, aunque, según me advierten, "lo peor está por venir": la noche. Le di a Cathy su comida a las 21:30 y a las 22:15, y tras una extensa sesión de flatulencias, se durmió profundamente, con su pilucho puesto. Tenía ganas de ver alguna serie en Netflix, pero el dolor de cabeza me obliga a descansar. Mi último pensamiento antes de cerrar los ojos: ¿cómo lo hacen las madres de mellizos, trillizos, etcétera, para no volverse locas? Mi hija despertó gritando a las 00:22 y estuvo mañosa hasta pasada la 1:30 de la mañana. Luego durmió una hora, y volvió a despertar a las 3:00: mamadera, flatos, canciones, cambio de pañal, más mamadera, más flatos… volvió a dormir recién a las 4:05 am. De manera instintiva, motivado quizás por el cansancio y la alegría de verla dormir, le doy un suave beso en la frente. Mis ganas de no seguir a cargo del robot, sin embargo, no han desaparecido.

Quiero consignar como "recomendación" para los creadores de la guagua robot que en una próxima versión le incorporen algunas recompensas agradables para los buenos padres. Sería genial que el bebé se riera de vez en cuando o diga "papá", como estímulo y motivación. ¡No todo puede ser llanto!

7:29 am, y Cathy despierta con hambre. Ha llegado el día de devolverla. ¡Aleluya! Durante la mañana se portó relativamente bien. Se quedó tranquila durante los 4 minutos que destiné a mi ducha, y no lloró ni un poco en el taxi de regreso a su hogar en Las Condes. Me recibe Armando, el experto encargado de elaborar el informe que me dejará en evidencia: ¿fui un buen papá para Cathy?

El mejor puntaje lo obtuvo un hombre. Un computador enlazado al sistema operativo del bebé arroja la respuesta. Tuve 63 puntos, de un total de 100. Sobre los 50 se considera "aprobado", aunque quedé muy por debajo de los 92 puntos que registró el mejor cuidador hasta ahora… quien, para sorpresa de muchos, no fue mujer. Mi mayor debilidad, según acusó el veredicto computacional, fue el ítem "sostén de la cabeza". Para lo que sí soy muy bueno, me dijeron, es "sacando chanchitos". "Estuviste bajo el promedio de los alumnos de San Francisco del Alba", me hace ver Lavín. En mi defensa debo señalar que Cathy, sin mi consentimiento, había sido programada en un nivel de dificultad muy alto (9 de 10).

(Continúa en la página 14)

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