En diciembre de 1971, Catalina cumplía los 11 años. En 2013, cuando termina el relato de la novela "Acerca de las Cosas Perdidas" (lanzada el 30 de agosto, editorial Cuarto Propio), superaba los 50 años. A través de esos 42 años, la escritora Ana Ugarte retrata la vida de una mujer que crece y llega a adulta sin saber lo que pasaba en el país, viviendo en una "burbuja" construida en la zona oriente de Santiago, en casas y familias donde no se hablaba de asesinatos ni desaparecidos, veraneando en Concón, rodeados de otros iguales a ellos, yendo a campus universitarios en los que atisbaban algunos fragmentos de la realidad. "Lo que está pasando en Chile es siniestro, Catalina, no sé si algún día tú lo puedas ver. Parece que no", le plantea Hugo, su pololo, en la historia.

"Se trata de la pregunta que se hace una mujer 40 años después: ¿Dónde estuve en esos momentos?", dice Ugarte sobre su segunda novela, en la que retoma esa década que abordó en su primer libro, Casa Colorada (2014), a través del relato de una familia frente a la reforma agraria. Esta vez la historia —si bien se desarrolla principalmente en los primeros años de la dictadura— avanza hasta mostrar a la protagonista enfrentada al despertar de la conciencia años después. Un proceso que la misma escritora vivió en 2003, cuando preparando la que será su tercera novela —aún sin nombre, pero también ambientada en esa época— "me fui a la Vicaría de la Solidaridad y empecé a mirar los expedientes: ahí me cayó la teja, ahí vi".

—¿Por qué te atraen tanto los 70?

—Porque fue un período muy doloroso, quizás el más doloroso en el siglo XX. Me da la sensación que desde el año 65 o 67 y tal vez hasta finales de los 90 fue una especie de guerra civil.

—Tu primer libro es sobre la reforma agraria, en cambio este es sobre lo que pasaba y no viste.

—Siempre he pensado que uno tiene que escribir desde dónde está y yo en ese momento vivía en el Cantagallo, iba al Campus Oriente de la UC. Por eso la pregunta de la Catalina es "¿dónde estuve?". Y se la hace después de 40 años, que es lo que me pasó a mí, ella es un alter ego.

—¿Y esta historia te ayuda a saber dónde estuviste?

—Esta es como una novela de formación porque, de alguna manera, esa formación se alcanza mucho después. Porque en ese "dónde estuve", que es tan importante para la formación de una persona, yo no estaba en ninguna parte, estaba dentro de una burbuja.

—Los demás personajes, como los padres, ¿son reales?

—No, no puse a mis padres reales, porque para hacer una novela necesitas conflicto. Ahí me inventé un padrastro y una madre que iban a producir conflicto.

—Eduardo, el padrastro, es un hombre superficial, interesado en la plata, muy lejano a lo intelectual. ¿A quién le pasaste la cuenta con ese personaje?

—Al hombre nuevo, el padrastro es el hombre nuevo, el hombre que no adquiere libros, que los vende, que quiere vender la casa, esta casa vieja, que quiere comprar una empresa y la señora le dice "vas a ser parte de los pirañas". Que tiene poca profundidad, que dice "para qué quieres libro, si los libros secan los sesos".

—¿Es alguien que conoces?

—Un jefe. Es de esa generación que, como a él, le gustaban los Chicago Boys.

—¿Y por qué le pasas la cuenta a esa generación?

—Es que es el reemplazo del padre; el padre es el humanismo, en cambio este hombre nuevo, que hace cosas, que produce, lo único que le interesa es la plata.

—¿Y el episodio cuando Pinochet y Lucía Hiriart van a ver la casa de Catalina para comprarla, también es ficción?

—No. Es verdad. La mujer y la hija de Pinochet vinieron a mi casa, él iba a venir, pero en el último momento no pudo. Mi mamá les dijo que la casa no se vendía.

La casa de la que habla Ugarte, que es su propia casa, quedaba cerca del Mapocho, en un terreno muy amplio, con un gran jardín y piscina y "con finas terminaciones", como describe el personaje de Eduardo cuando la pone a la venta. En la realidad, Lucía Hiriart la fue a ver para comprársela a una de sus hijas.

"Es lo que hubo"

—Mencionas guerra civil, vivías en Las Condes, en tu casa no se hablaba del tema. ¿En términos políticos hablas desde la derecha?

—No escribo desde lo político; escribo una Catalina a la que le van pasando cosas, pololea; el pololo es estudiante de Filosofía de la Chile, él tiene libros, ella ve cosas porque él la empieza a convidar, o sea, por pequeños indicios ella va captando lo que está pasando en Chile.

—Si no escribes desde lo político, ¿desde dónde lo haces?

—Desde donde me tocó vivir: desde esa casa frente al Cantagallo donde no se hablaba de política. Chile era una olla de grillos y yo andaba en la luna, y eso es muy doloroso mirado desde la madurez.

—¿Y la respuesta, hoy, es benevolente contigo o culposa?

—Es con una cierta melancolía. Por eso la frase del diario de vida del padre —que el padrastro vende junto a otros libros— y que siempre se repite: "Para reaccionar se necesita ver". Al escribir uno cuenta lo que le pasa. Ahora, la consecuencia, que sea bien o mal visto, me tiene un poquito sin cuidado. "Es lo que hay", dicen hoy los cabros, y eso es lo que hubo.

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