Desde fuera parecen todos iguales; pero al acercarse, surgen las singularidades. "Los colegios católicos tradicionales se volvieron más abiertos al divorcio, mientras que los «neocatólicos» son muy exigentes en cuanto a la «familia tradicional»", dice la académica de la Universidad Diego Portales Mónica Peña. Junto al profesor Nicolás Schongut emprendió este año una investigación para descubrir cómo funcionan los colegios de élite chilenos.

El tema cobró relevancia luego de que se conociera el caso de un estudiante de la Alianza Francesa que fue sancionado por portar marihuana. La conducta del establecimiento (llamó a Carabineros) hoy es objeto de una indagatoria de la Superintendencia de Educación.

El estudio de Peña es uno de los pocos que indagan en esa fracción del sistema educativo: ahondó en 20 establecimientos privados, principalmente de Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea y que preparan a menos del 10% de los escolares. Sus alumnos, posiblemente, a mitad de siglo, sean parte del 40% de los gerentes de las principales empresas (ver recuadro).

Hasta ahora, el campo de esta psicóloga de la PUCV y doctora en Educación de la UC se centraba sólo en el aprendizaje infantil. Y fue desde esa área donde surgió el imput para auscultar los colegios de élite. "En mi trabajo con niños y niñas vulnerables encontré algo muy naturalizado, la idealización de la clase alta. Es decir, que los niños de esa clase social son más inteligentes, sus profesores son mejores y sus familias están súper comprometidas con la educación de sus hijos. Que son más felices en general", dice Peña.

Su investigación la define como de «bordes», debido a que —explica— es complejo penetrar estos círculos. Explica que estudiar lo que dicen miembros de esas comunidades en sus discursos, currícula, agendas y revistas. "También es difícil por la intensidad del trabajo escolar. No tienen tiempo para nada. Además, existe mucha desconfianza hacia cualquier elemento externo, persona, cultura u objeto. Entrar a estos colegios es una tarea casi imposible que hay que sortear", explica.

Añade que se trata de establecimientos que suelen ser "celosos de quienes entran" y en los que rara vez sus conflictos se hacen públicos.

Por ejemplo, en los tribunales sólo figuran dos recursos en tres años. Uno en un colegio en Lo Barnechea y otro en Vitacura. En ambos casos, porque a un niño le impidieron matricularse en kínder pese que ya estaba en el preescolar del mismo establecimiento.

Aunque la investigación aún no ha concluido, Peña tiene algunas conclusiones. Para empezar, dice que no todos estos colegios de élite son iguales, y defiende un clivaje religioso y otro idiomático.

Para ella, un colegio de élite tiene un alto costo mensual, está ubicado en las zonas más caras de Santiago y exhibe altos puntajes en la PSU, lo que lleva a sus egresados a carreras de "alto impacto político o económico". Aquí hace el alcance que las universidades privadas que están en esos mismos barrios aún no han logrado destronar a la PUC o la U. de Chile como las principales para seguir la enseñanza. "La evidencia histórica indica, además, que los colegios de élite mutaron a ser colegios privados y de ser exclusivamente de Santiago. El SS.CC. de Viña del Mar, por ejemplo, apareció en un trabajo de Seth Zimmerman en 2013, pero hoy difícilmente cumple con cosas como puntajes PSU o la competencia de los «neocatólicos»", explica.

«Neocatólicos»

Peña explica que "la educación de la élite chilena parece homogénea, pero tiene diferencias importantes", y detalla qué pasa con los colegios católicos. "Por un lado están los tradicionales, el San Ignacio El Bosque y el Saint George, caracterizados por una cierta vocación político social y el reconocimiento de que educan a una élite, aunque han dejado de ser lo que eran. Y por otro lado, tenemos a los colegios «neocatólicos», con una vocación clausurada sobre sí misma, del Opus Dei o los Legionarios de Cristo".

—¿Colegios como San Ignacio o Saint George dejaron de ser lo que eran?

—La vocación existe, pero de un modo que mantiene la diferencia y la segregación. La vocación de reconocimiento del otro era más inclusiva hace unos años, mientras hoy se limita a ‘visitas' que los jóvenes de esos colegios hacen para ‘conocer la pobreza'. Eso se llama ‘turismo de clase'. Hay mucho material testimonial, escrito y gráfico de estas visitas, que más que cambiar la vida de quienes viven en la pobreza parecen generar un cambio en quienes las hacen.

—¿Qué significa que los «neocatólicos» tengan una vocación ‘clausurada sobre sí misma'?

—El primer colegio del SEDUC, el Tabancura, es de 1969, mientras que los jesuitas tienen varios cientos de años en Chile. Son congregaciones y colegios que se cierran sobre sí mismos, porque tienen ritos muy particulares, propios; como juntarse con otros colegios de sus mismas congregaciones. Y en cosas como el trabajo son conservadores, especialmente en materias de género. Eso hace que no sean tan aceptados por gente que no es de esa misma congregación o que ellos valoren al resto que es «más liberal».

Internacionales

La segunda distinción es el idioma. "Tenemos colegios que algunos llaman «de colonia», que incluyen colegios de vocación ‘internacionalista', como The Grange, Santiago College, Andreé English School, la Alianza Francesa, La Girouette, que parecen ser más abiertos, porque educan a una élite que no se identifica religiosamente", dice, y añade que "algo que no hemos visto con igual fuerza en Chile es que en otros lados estos colegios tienen la misión de colocar a sus estudiantes en universidades internacionales. La élite chilena parece ser más local".

—Hace poco, en una entrevista, el dueño de la UAI, Pedro Ibáñez, dijo que a los "ejecutivos chilenos les falta mundo". ¿Tendrá que ver con lo mismo?

—Hay dos factores. Uno, la élite chilena es localista. Busca reconocimiento interno y lo obtiene fácilmente, dado que es una clase que funciona en base a privilegios y el capital social. Y, segundo, más complejo de analizar, las universidades de alto prestigio buscan a jóvenes alrededor del mundo, y ahí, Chile y posiblemente Latinoamérica, no son ‘mercados' apetecibles como Europa o China.

—¿Hay investigaciones sobre colegios de élite en el exterior que hablen de las exigencias y la disciplina?

—Uno de 2014, que habla cómo ante problemas graves, como el suicidio de estudiantes, los colegios ‘responsabilizan' a los problemas de salud mental de sus alumnos y generan planes orientados a trabajar con los individuos y les cuesta mirar a las instituciones como un todo con responsabilidades sobre los sujetos que allí se educan. Son casos muy similares a los vistos en las últimas semanas con el de la Alianza Francesa.

Según dice, los colegios de colonia medraron desde mediados del siglo XX ante el conservadurismo católico, y "la misma exclusividad de los colegios católicos, que no aceptó a los grupos coloniales, que vienen a ser a ser grupos más advenedizos para la aristocracia chilena. No bastaba con ser blanco. Era necesario también una historia, una identidad y un reconocimiento para ser parte. Estos colegios tienen espacio para integrar elementos de sus colonias de origen".

—¿Qué pasa con colegios como el Verbo Divino, los SS.CC. de Manquehue o el Villa María?

—El Verbo Divino es aún un colegio de élite. El SS.CC. abre sus puertas a un grupo social más advenedizo y pierde su lugar de exclusividad. Un elemento importante es la coeducación. Mi hipótesis es que esto desbanca de la valoración de la élite más tradicional. Los colegios exclusivos de mujeres tienen un lugar aún relevante, pero ninguno tenía una vocación dirigida a colocación de sus estudiantes en lugares de poder. Desde el 90 eso cambia y aparecen con fuerza los «neocatólicos», que mantienen esa mirada mucho más tradicional sobre el rol de la mujer.

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