Sí he tenido costos personales. No sé si he ocupado el trabajo como excusa para no dedicarme a mi vida personal".

Javier Rebolledo (41) pide interrumpir dos veces la conversación: la primera para comprar cigarros, la segunda para pedir fuego. Reconoce que está un poco ansioso. Es martes, y hace unos minutos se acaba de sentar en el café Las Lanzas de la plaza Ñuñoa. Con esta suma su tercera entrevista del día.

Su último libro, "Camaleón", lleva 12 días en las librerías, y ya promete ser un éxito. Por lo menos hay un par de indicativos: ha sido la obra más vendida de la editorial Planeta por estas horas, y ya está siendo pirateada en San Diego (como cuenta con humor y un poco de rabia el propio autor). Se trata de una investigación sobre la vida de Mariano Jara Leopold, empresario con una doble vida: dueño del cabaret más importante de los años 70 (el "Flamingo"), amigo de agentes de la DINE y la CNI, pero también parte del aparato militar del Partido Comunista, labor que incluía el ocultamiento de armas.

Es el cuarto libro de Rebolledo, periodista de investigación con una trayectoria de largos años en medios como La Nación Domingo. Los otros tres —"La danza de los cuervos" (2012), "El despertar de los cuervos" (2013) y "A la sombra de los cuervos" (2015)— no sólo han tenido repercusión mediática y de ventas, sino que han introducido a su autor en los años de plomo de la dictadura. Muertes, desapariciones, torturas, crueldad y cuarteles secretos de exterminio.

En rigor, Rebolledo ha sido un cronista del horror. Y está agotado.

—¿No estás cansado de trabajar estos temas?

—Sí, la verdad es que sí, y eso desde bastante tiempo. Estos temas tratan del horror, lo condenes o no, y eso es un hecho de la causa. Eso fue horadando una parte importante de mi estado emocional, y ya en el 2013, cuando saqué mi segundo libro, yo ya venía con la bencina justa. Me di cuenta de eso porque lo podía palpar en varios aspectos: mi vida personal no andaba. Pensaba que no le dedicaba el suficiente tiempo, porque estaba muy ensimismado y absorbido por este trabajo. En ese tiempo estaba con una pareja, con Luciana, y la cosa no andaba bien. La historia de Mariano llegó justo en esa época, y para mí fue como ¡wow, fantástico, una historia que no es del horror!, pero con el paso del tiempo también se fue transformando en una historia terrible, aunque por otras razones.

—¿Terrible por qué?

—En lo personal, mi historia se fue complicando. Al parecer no era el trabajo lo que me tenía tan dubitativo en mi vida de pareja y además se fue volviendo horrorosa porque para mí fue muy difícil creerle a Mariano. Había muchas cosas que me llamaban la atención, en especial cuando se ponía alegre, cuando me hablaba de esos años y me decía: ‘de alguna forma yo quise a esa gente'. Para una persona con mi estructura, eso era muy difícil de comprender. Eso me causaba horror porque no podía lograr encontrar su identidad. Yo le decía ‘pero cuando usted interpretaba a este personaje, ¿dónde estaba su yo real?'.

—Al principio de tu libro te tomas una libertad personal y escribes sobre una relación de pareja: "demasiadas renuncias, falta de atención, espacios grises, sin una postura clara de mi parte hacia ella". ¿Tu labor ha tenido costos?

—Sí, ha tenido costos personales. No sé si he ocupado el trabajo como excusa para no dedicarme a mi vida personal. No creo que sea así. No es por victimizarme, pero te puedo decir que en general las cosas valiosas tienen un costo, todo tiene un costo en la vida, y estas cosas que he hecho han sido para mí muy valiosas, pero metiéndome en terrenos muy complicados de la existencia humana, y eso se ha visto reflejado en mí, porque yo me involucro, trato de hacer un acto empático con los personajes, sea quien sea: sea Jorgelino Vergara, que es del lado de los victimarios; sea Olga Letelier o Ana Becerra, quienes fueron violadas; sea el mismo Mariano. Mi propia identidad se va moviendo y va estando muy en contacto con la de otras personas que han vivido cosas complejas, y eso me ha dejado una huella. Me siento más maduro, me siento más humilde de lo que era, siento que tengo una comprensión más acabada de las cosas, pero también me siento más cansado y más viejo.

—¿No has pensado tomarte un tiempo de estos temas?

—Sí me lo he planteado varias veces. Ahora, hay una parte en la vida en que uno toma decisiones y hay otra en que las cosas van encajando de cierta manera, y en mi caso las cosas se han ido encajando y poniéndome en cierto lugar. Seguiré trabajando este tema en otro libro, pero desde otra perspectiva, menos horrorosa y más reflexiva.

—Tus libros hablan de resistencia, de gente que está constantemente alerta, que trata de no dejar huellas, que tiene miedo, que siempre toma precauciones. ¿No te has vuelto un poco paranoico?

—Puede que sí, quizás no me doy cuenta. Lo he pensado. Por ejemplo, cuando estaba publicando el libro ‘El despertar de los cuervos' y me empecé a meter con gente como Rosauro Martínez y Cristián Labbé (ambos procesados), terminaba durmiendo con la puerta de mi casa cerrada con dos cadenas, además de la puerta de mi pieza trancada con una silla, por si acaso. Creía que algo me podía pasar. Además, hubo algunos eventos: se metieron a robar a la editorial Ceibo (que publicó el libro) justo el día en que yo estaba dando una entrevista en el ‘El Informante' (TVN), pero dejaron unos billetes tirados en el piso dando el mensaje de que no se habían metido por la plata. En esa época justifiqué mis preocupaciones. Trabajé con mucho cuidado ese libro, sin hablar mucho por teléfono, desconectando el internet del computador, haciendo resguardo de material en varios lugares.

La memoria y el olvido

—Hace poco estuvo en Chile David Rieff, periodista y ensayista (hijo de Susan Sontag), presentando su último libro, ‘Elogio del Olvido', y decía que "hemos moralizado la memoria en el sentido de que recordar es un acto moral y olvidar es un acto inmoral". En ese contexto, ¿tiene límites la memoria?

—Lo he pensado bastante, le he dado bastantes vueltas. Evidentemente, está el tema de la justicia asociado, y el olvidar, sin justicia, asegura que de alguna manera se repitan estos hechos con mayor frecuencia. Ahora, aunque exista memoria, también está esa posibilidad. Hay que ir hacia adelante, pero sí creo que olvidar, cuando hay un daño e impunidad, es un acto inmoral.

—Es interesante lo que dices sobre que estos hechos se vuelvan a repetir. De hecho, Rieff apunta a que el "‘Nunca Más' es una frase muy noble, pero la historia demuestra que su aplicación ha sido muy poco común".

—Es un eslogan el "nunca más" (…) El "nunca más" lo decimos, pero sabemos que no es cierto, queremos enseñarlo como un valor, como el "no matarás", pero sabiendo que igual se mata.

—¿La memoria no está un poco sobrevalorada?

—Creo que no. Cuando la vemos como "la memoria" respecto a los hechos históricos, simplemente se puede volver un poco manoseada. Pero vinculada a la forma en cómo nosotros construimos nuestra historia, un relato colectivo e individual, no. Entonces nos podríamos preguntar: ¿estas historias son necesarias? Para mí sí, porque nos determinan, nos dan una guía.

—¿Crees que quedan cosas por contar sobre la dictadura?

—Por supuesto. Hoy, por ejemplo, estoy trabajando en otro libro sobre un comunista que fue expulsado del PC en los 50 por ‘ultroso'. Él es una de las víctimas del cuartel Simón Bolívar de la DINA. Imagínate el misterio: ¿cómo cayó en un centro de la DINA, junto a la alta dirección del Partido Comunista, alguien que fue expulsado del partido años antes? Este personaje es de los muchos, en la época, que están en las sombras, que no existen.

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