Habrá algunos evangélicos que están trastornados, como también católicos que llevan su religión a un extremo poco saludable".

Este chileno de 47 años se hallaba en Nueva York cuando sufrió el domingo una abrupta decepción espiritual. Patricio Navia Lucero, analista político, radicado a medias en dos países, y más profundamente, el hijo del pastor Bernardo —aquel referente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día—, reaccionó con molestia ante el incidente en el Tedeum Evangélico. "No me parece convertir una ceremonia religiosa en un evento político", dice desde Estados Unidos.

Patricio es un ex devoto que amó a Dios. De su infancia religiosa recuerda a "la iglesia. Yo pasaba mucho en la iglesia".

—¿Qué hacía allí?

—Me portaba como cualquier niño.

Es un profesor de la Universidad de Nueva York que fue educado con el evangelio. Iba a la iglesia los sábados, los domingos, los miércoles. Los Navia siempre oraban en familia (padres y cuatro hijos hombres), cantaban todas las noches y bendecían el alimento antes de masticar una receta. "Dios era una presencia permanente", admite. Y, literalmente, Dios estaba pegado a los Navia: entre 1979 y 1981, Patricio vivió en el tercer piso de la Iglesia Adventista de Concepción.

—¿Cómo era el Dios de su niñez?

—Dios era una presencia positiva, amable, cariñosa, protectora. Y perfectamente natural.

—¿Pero cuál era su relación personal con Él?

—Yo sentía que era un Abuelo Protector— revela—. Y su voz indica que, en estos momentos, en pleno Manhattan, Patricio tuvo un genuino flashback cristiano.

Yo recuerdo

Patricio recuerda que en su casa nadie fumaba, no era bien visto escuchar música en inglés o bailar locamente. Era bien visto el conocimiento, leer en grupo el "Tesoro de la Juventud". Los domingos escuchaban en familia el programa radial "La voz de la esperanza", y allí, grupos de baladistas cristianos vaticinaban el fin del mundo. Recuerda, también, que viajaba por pueblos del sur acompañando a su padre a difundir la Biblia, por uno o dos días, premunidos sólo de cristianismo, y allí veía pobreza y marginalidad.

A los diez años, un señor le dijo "canuto", y a él le gustó. "¡Yo soy canuto! ¡Y a mucha honra!", desafió con su respuesta.

No fue al cine hasta los 17 años, pero eso, confiesa, "en verdad, no me importó". Lo que más le importó es que jamás vio a su padre gritando, o a su madre sollozando a causa de una irritación conyugal. Que sus dos padres, el pastor y la señora María, jamás se iban de fiesta, nunca los vio borrachos, les destinaban tiempo a los cuatro hijos. Recuerda que el tiempo que les concedían lo hizo feliz.

Presente

Creció y se tornó más racional. Ha suavizado su vida evangélica, y hoy es un ex protestante que, eso sí, siempre protesta.

—¿Cree que los católicos menosprecian a los evangélicos?

—En general, el mundo católico y el mundo no creyente tienden a reírse de los evangélicos. Es una burla injusta. Los medios se ríen de los evangélicos, pero no se ríen de la Iglesia Católica, no se ríen del hecho de que los curas no se casan, pero pontifican del matrimonio. Me parece que o te ríes de todos o no te ríes de nadie.

—¿Usted cree que los evangélicos están trastornados?

—Efectivamente habrá algunos evangélicos que están trastornados, como también habrá católicos que llevan su religión a un extremo poco saludable.

Y aunque es menos evangélico, de todos modos se casó con una evangélica, Macarena Donoso, y ya tienen dos hijos y un credo en común.

—¿Y cuál es su relación actual con Dios?

Un silencio tenso.

—Discúlpame, pero no te voy a contestar esa pregunta.

—¿Qué pasó?

—Es un asunto demasiado personal.

Dos toses incómodas.

—¿Sus hijos serán evangélicos?

—Mi esposa los llevará a la iglesia hasta que ellos decidan que no quieren ir o que quieren seguir yendo.

—¿Van a escuchar música en inglés?

—Bueno, mi señora escucha música en inglés y baila y hace todas esas cosas. El mundo evangélico es muy diverso —y el hijo del pastor termina de hablar. Tose, suspira, y se dirige a dar una clase con más política que mística allá en Nueva York.

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