Cuando me embaracé de mis mellizos, los caballos se acercaban a mi guatita y le daban besitos".

La pasión por los caballos es evidente. Elizabeth Kassis Sabag llega a la entrevista con botas vaqueras —tiene una colección de ellas— y una herradura como colgante.

Es hija del empresario Alberto Kassis y de Ana María Sabag y directora del Haras Santa Ana; 270 hectáreas en Melipilla donde se crían más de 100 ejemplares, entre chilenos y árabes, para exposición.

Además de ser reconocida criadora, acaba de estrenar su primera película como coproductora. Se trata de "Artax", dirigida por el argentino Diego Corsini y protagonizada por Gonzalo Valenzuela, que cuenta cómo un caballo de carreras logra conectarse con un joven con síndrome de Asperger a través de la hipoterapia. Su madre, interpretada por Celeste Cid, debe además lidiar con una crisis económica.

La historia se basa en la vida de la guionista, Claudia Pérez, quien hace dos años contactó a Kassis. "Enganché de inmediato. Además, mi gran papel fue preocuparme de la interacción de los caballos con las 80 personas de producción. Les enseñé cómo acercarse. El caballo siente temor de las personas. El es una presa, como todos los animales que tienen los ojos a los lados. Los que tienen ojos al frente, como nosotros, son predadores, y ellos los saben".

Elizabeth estudió administración de empresas, y siempre ha trabajado en los negocios familiares, siendo los caballos la pasión de su vida desde que en 1979 su padre compró el campo en Melipilla para formar el haras. "A los tres años me subí por primera vez a un caballo y no me bajé más. Lo mío era casi demente. Galopaba sola a esa edad sin casco ni nada".

—Una cosa es disfrutarlos y otra criarlos.

—Evidente. En algún momento fui a una exposición de caballos árabes, y me terminé de enamorar de ellos. Ahí me interesó la cría. El 2011 me dediqué de manera profesional. Ese año viajé con Jaime Valdés (criador de caballos árabes) a Scottsdale. Vi desfilar más de 10 mil ejemplares. Compramos cuatro yeguas y un potro. Trajimos sangre nueva y empecé a criar.

—Entiendo que la crianza tiene para ti un vínculo casi maternal.

—Absolutamente. Yo pensaba que nunca tendría hijos, porque no podía, pero al final tuve dos mellizos (Augusto y Octavio), que hoy tienen 5 años. No es que me haya realizado como madre criando caballos, pero sí se produce algo especial en el proceso antes de cruzarlos. Tienes que estudiar muchos aspectos: la línea de sangre materna, paterna, sus componentes estéticos e imaginar qué puede salir de eso. Es un proceso que te va ilusionando y que puede demorar al menos un año y medio. La ansiedad es muy grande y la emoción también cuando llega el potrillo.

—Ahí viene un proceso en el que involucras a tus hijos.

—Exacto. Es clave que esas primeras 24 horas el potrillo te vea como parte de la manada. Eso se llama impronta, y mis hijos lo hacen desde que tenían un año y medio. Le pedí permiso a la yegua para entrar con ellos. Yo le transmito energía mentalmente y le hablo. El potrillo se dejó tocar y acariciar. Mis hijos lo trataron como caballito de juguete, y a él le encantó. La idea de esto es tener caballos seguros, que se acerquen solos. Yo vendo también, y no es lindo entrar a un potrero y que todos arranquen.

—No es fácil sintonizar con animales que bordean los 500 kilos.

—Claro. Fíjate que cuando me embaracé de mis mellizos, los caballos se acercaban a mi guatita y le daban besitos. Ellos sienten la energía y la vibración de esa vida que está ahí dentro. Meses antes, estaban preñadas tres yeguas. Todas teníamos fecha para parir a mediados de marzo, pero el 10 de febrero me avisan que había parido una de las yeguas. Yo le dije a mi marido que entonces yo también iba a parir. Imposible, te quedan dos meses, me dijo.

—¿Por qué pensaste eso?

—Porque estábamos las cuatro conectadas. Los caballos no se adelantan. Me dijeron que estaba loca; ni mi ginecólogo me creía. El 11 de febrero nacieron mis hijos, y en los dos días siguientes parieron las otras dos yeguas.

—¿Me recuerda a la película The Horse Whisperer, de Robert Redford?

—Y eso no es todo. Cuando fui a EE.UU., en 2011, a comprar un potro, de las pesebreras apareció un ‘monstruo' negro, se me acerca y nos abrazamos espontáneamente, sin conocernos. Me puse a llorar. Con Abrakadabra, mi caballo, nos conocimos en otra vida y nos reencontramos. Sentí que algo mío había vuelto. Solo a mí me deja montarlo, al resto los lanza lejos. Cambia su comportamiento cuando sabe que estoy ingresando al campo, a un km de las pesebreras.

—Pareces muy convencida de que lo conociste en una vida pasada.

—Me he hecho regresiones para entender mi conexión con él y porque me da pavor cuando se levanta polvo, también con el humo falso de los eventos y hasta con el vapor. Me ahogo. En una de estas regresiones me vi en medio de una tormenta de arena, en otro tiempo, y estaba montando a Abrakadabra. Fue una experiencia traumática. Vi solo esa escena, pero ahí supe que él es una extensión de mí.

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