"Es el único ‘rostro' de televisión que se compra la ropa en el Líder". El periodista, productor y camarógrafo Juan Bustamante describe así a su amigo de Canal 13 Emilio Sutherland Soto (57), el "tío Emilio", que vuelve con una séptima temporada de "En su propia trampa".

Otro amigo, compañero en sus inicios en La Tercera, donde cubría espectáculos, el editor de 24 Horas Sergio Pizarro, remarca: "Emilio es impermeable a la banalidad propia del ‘rostrismo'. Aunque es afable cuando la gente se le acerca y le pide un autógrafo, le molesta la fama. No le gusta ser conocido, tampoco a su familia".

Por años tuvo un destartalado Nissan V16; algunos dicen que su color granate envejeció mal y se volvió morado. Luego, un modelo más moderno. Hace un par de años compró "una camioneta grande de esas caras", la que le robaron en febrero pasado, cuando —según contó La Cuarta— "cuatro cumas de lo más brígido se metieron a su casa, en La Florida".

En la revista Sábado del 31 de diciembre de 2016 confesó que le envenenaron a sus cuatro perros, que uno de ellos murió y que ha sido amenazado de muerte. El reciente asalto a su parcela, el sábado 26 de febrero, en "la cota mil de Lo Cañas" —donde se han juntado hasta 22 compañeros del Liceo de Aplicación con los que mantiene intacta la amistad— duró 5 horas. Esa noche lo amarraron a él, a su mujer, a su hija Titi y al menor de sus tres hijos varones. No fue una vendetta; le tocó. Una cercana a la familia cuenta que los jóvenes delincuentes lo reconocieron como "el tío Emilio de la tele" y que, dentro de todo, los trataron bien. Pero los Sutherland Abad no lograron sobreponerse. Su mujer e hijos estuvieron con psicólogo y la parcela familiar fue puesta en venta y reemplazada por un departamento en Providencia. Ahora respiran tranquilos.

"Es obsesivo"

Sutherland nació un 28 de diciembre, pero no tiene nada de inocente. Lo suyo es hacer caer a los malos, con cámaras ocultas y trucos discutibles. En 2001, al debutar "En su propia trampa", contó a The Clinic: "Me da gusto descubrir cosas. Sigo siendo el mismo cabro chico que expulsaban de la sala de clases por leer bajo el escritorio libros de Sherlock Holmes".

Cuando entró a Periodismo a la Universidad de Chile con puntaje nacional, "muchas niñas esperaban que, con ese apellido inglés, fuera un rubio de dos metros", cuenta un condiscípulo. "Él mismo se reía de la decepción que provocó, aunque no le iba mal con las chicas". Entonces era "el lolo Sutherland"; el único de la escuela que llegaba en moto.

Su amigo, el productor ejecutivo de Deportes 13 Marco Antonio "Toño" Cumsille, cuenta: "En clases leímos un manual de un viejo periodista que daba el siguiente tip: ‘Un periodista nunca debe perjudicar a sus amigos'. Emilio le dijo al profe, discípulo del autor, que ese tipo era un corrupto. El profe se indignó y Emilio se le encachó, cuestión bien audaz en 1978. Desde entonces yo le digo ‘El corrupto', y él me responde igual. ‘Hola, corrupto, ¿cómo estái?'. ‘Bien, corrupto, ¿y tú?'".

Muy joven, en una conferencia de prensa, en años en que los periodistas reporteaban en manada, le hizo una pregunta sobre el trato del régimen militar a la oposición al intendente de Santiago Sergio Badiola, que al general le pareció insolente y lo acusó de "poco viril". Sutherland agarró su grabadora y se fue. Todos los reporteros solidarizaron con él. Fortín Mapocho tituló: "Intendente insultó a periodista y quedó hablando solo".

En 1991, cuando Megavisión llevaba un año al aire, fue reclutado como reportero policial. Los camarógrafos y choferes no lo querían. Los hacía quedarse sin colación, no conocía límites de horarios. En eso no ha cambiado. Bustamante afirma: "Es obsesivo, tiene pasión por el reporteo. Le gusta investigar en terreno".

Un ex conductor de noticieros recuerda sus frases típicas. "Usaba en sus guiones la expresión ‘ni cortos ni perezosos', aplicada a los patos malos y ‘ciudad sin Dios ni ley' por Rancagua, en la época de las revisiones técnicas fraudulentas, que él destapó y derivaron en el caso MOP-Gate". También cuando contó que había entrevistado al conserje de un edificio en Providencia donde había aparecido el cadáver de una mujer en el shaft de basura: dijo que le llamó la atención que el hombre tenía los brazos todos rasguñados. "Alentamos a Emilio para que volviera a encarar al tipo con la policía. Así se descubrió que el conserje era el asesino".

A quienes minimizan sus denuncias, porque involucran a truhanes de poca monta, sus amigos les tapan la boca. Bustamante recuerda que fueron los únicos chilenos presentes en la detención de Pablo Escobar. Menciona el caso del ex senador Jorge Lavandero, al que denunció como abusador de menores; la revelación de las fiestas de Spiniak; la "trampa" al ex diplomático coreano acusado de pederastia que había sido condenado en su país.

Sergio Pizarro, por su parte, dice: "En Mega lo pusieron de editor, pero él mismo lo dejó. No está para ser jefe detrás de un escritorio. Él ama la acción".

Por eso juega pichangas con los amigos; es fanático de la Chile; tiene que ser rescatado por su amigo, el general director de Carabineros, Bruno Villalobos, cuando está entre dos fuegos de bandas rivales de narcos en una población; y cuando va a almorzar a una picada a La Vega, los patos malos que merodean por ahí le rehúyen la mirada y se hacen humo.

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