Desde hace 10 meses Angela Popó (44, Cali) vive con su esposo y su hijo en La Pampa, una toma de 2.500 personas colgadas de la luz y que usan agua del camión aljibe que pasa tres veces por semana. Angela vierte esa poca agua en dos tazas de café para las visitas. Y dice que si le hubieran avisado, además tendría arepas.

Aquí, al final de avenida Las Américas, se acaba Alto Hospicio. Más al sur hay basurales ilegales y tierra inerte.

A la toma, que heredó el nombre de una ocupación previa, se entra por una calle en forma de L. En el recodo está el pasaje de Angela. Su casa tiene un breve antejardín con pasto sintético y puerta exterior de cerrajería, con dos tubos bien hundidos en el suelo. Adentro, en el living comedor, hay una alfombra que sacó de un basural y desinfectó y, en espera de un clavo, un mapa enmarcado de Colombia apoyado entre el suelo y la pared.

En La Pampa saben que, cuando se anunció que el Papa visitará Chile, la zona fue elegida para dar un mensaje a los migrantes. Aunque menos asociada con el tema que Antofagasta, 22.403 extranjeros en la última década obtuvieron residencia definitiva en Iquique y Alto Hospicio. Eso equivale al 7,6% de la población proyectada de ambas comunas. De hacer el mismo ejercicio con Antofagasta, las permanencias definitivas serían el 5,6% del total.

La presencia de migrantes es histórica. Hasta 1879 Iquique perteneció eclesiásticamente a la Diócesis de Arequipa y su catedral, como muchos templos del norte chileno y sur peruano, tiene el techo de su nave central pintado de azul.

Abundan peruanos y bolivianos. El Señor de los Milagros —la mayor fiesta peruana— es la tercera en Tarapacá detrás de La Tirana y San Lorenzo. Los bolivianos hacen su carnaval en Juan Martínez con Esmeralda, conocido como el Barrio Boliviano.

Ahora también está el Barrio Colombiano, en Thompson con Arturo Fernández, donde Angela Popó nunca ha podido vivir: fue a dar a una toma después que los arriendos subieron tras el terremoto de 2014.

En Iquique, por una pieza individual un migrante paga $50 mil. Las mujeres suelen traer a sus hijos después de un tiempo y ahí ven que no pueden pagar los al menos $100 mil de arriendo que significan dos personas. Entonces se van a Laguna Verde, zona estigmatizada en Iquique, o a una toma en Alto Hospicio.

"Pese a todo, no me arrepiento de haber venido", dice Angela, quien en Colombia era enfermera. Hoy estudia para parvularia y en la noche hace aseo.

No quiere vivir por siempre en una toma. Cuenta que con sus vecinos se organizaron y fueron a hablar con el seremi de Bienes Nacionales para comprar un terreno por $460 millones. "Aunque ya ahorramos $9 millones en un comité, dijeron que no nos lo iban a vender", dice.

Y añade: "No creo que el viaje del Papa solucione los problemas. El obispo nunca ha venido acá".

800 mil pesos al mes

Las expectativas no son altas."El mejor alcalde de Bogotá fue el Papa Pablo VI, porque cuando visitó la ciudad, en 1968, se hicieron plazas, parques y avenidas... no creo que eso pase en Iquique. Lo máximo es que la visita ponga el tema de la migración", dice el sacerdote Franklin Luza (67, Pica) en la sede de la Pastoral Migrante en Iquique.

Mientras habla, afuera, en la sala común, una veintena de mujeres esperan si llega una oferta para trabajar de asesora doméstica o camarera.

La pastoral se ubica donde se acaba Iquique, en la población Nueva Victoria. Ahí parte la cuesta a Alto Hospicio. El día está nublado y apenas se ven los rascacielos de la parte sur, en Playa Brava, uno de los lugares que corría con ventaja para el acto del Papa hasta que fue elegida Playa Lobito. En la calle esperan unos 20 hombres por si vienen de alguna construcción a buscar mano de obra.

"Pero no siempre las cosas van tan mal", dice Lorena Zambrano (33, Quito). A ella la trajo a Chile su mamá hace casi diez años y hoy lidera una de las organizaciones migrantes.

Allí hacen bolsas de trabajo y algunas dominicanas, ecuatorianas y colombianas pueden llegar a ganar $800 mil mensuales en el boom iquiqueño de la construcción, haciendo «aseo fino».

En Quito Lorena trabajaba en un restaurante y cuando hay fiesta en La Tirana vende en el mercado persa que surge en torno a la celebración. Tan auspiciosa es la feria que un puesto puede valer $2 millones por los días que dura la celebración.

Lorena llegó con su marido y dos hijos. Acá tuvo un tercero, "porque en el consultorio no me quisieron dar los anticonceptivos", dice medio en broma medio en serio.

"Nunca volví a salir de Chile. Antes de venirme, se murió mi primer hijo, un 24 de diciembre, de un año y medio. Sufría una enfermedad que, ahora sé, era osteogénesis imperfecta. Tenía 5 meses de embarazo de la que hoy es mi hija mayor y no volví al cementerio. Van mis parientes en Quito", dice.

Empresario de La Tirana

Con un sombrero para capear el sol, Geovanny Pereira (40, Machala) camina por La Tirana como si siempre hubiese vivido allí. Lo saludan los inspectores municipales y los viajeros que se quedan en alguna de las 18 piezas que tiene el hostal que arrienda a los bailarines de La Tirana. "¿Ustedes van a la farmacia de Pozo? Esa es la del Geovanny", dice el conductor de un colectivo amarillo Iquique – La Tirana.

Con estudios de químico farmacéutico, llegó a quedarse. Se nacionalizó, es hincha de Colo Colo y sus tres hijas nacidas aquí lo presionan a alentar a la Roja. Prosperó. Tiene varias casas y maneja un Hyundai 4x4. Quiere hacer un edificio de cinco pisos, el más alto de Pozo Almonte, que calcula costará $700 millones. En su farmacia («Jerusalén. Donde la medicina hace bien») tiene ventas mensuales por $21 millones.

Digno de guión es cómo conoció a Alexandra, su esposa. "Un verano fui a Machala y se me pegó una nigua, un ácaro. La comezón partió en el dedo chico del pie derecho en Iquique y acá nadie sabía qué era. Pero resulta que una amiga le dijo a la química de una farmacia homeopática lo que me pasaba y ella, como era ecuatoriana como yo, sabía qué era y cómo remediarlo". Así, quedaron de volver a verse.

En agradecimiento, él le llevó flores y cuando conversaron supieron que habían vivido en el mismo barrio en Machala y estudiado en la misma universidad, aunque cuando él iba en primero ella había egresado. Se casaron en Ecuador, en la parroquia del barrio.

Con los años, Geovanny se ha mimetizado con el país. Recuerda que una vez en Bolivia no le vendieron bencina por tener patente chilena.

"El migrante tiene la mente abierta, no es desconfiado, pero al mismo tiempo piensa las cosas dos veces, porque si se equivoca no tiene padre, madre ni hermano en quién apoyarse", dice.

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