Existen lugares casi desconocidos contiguos a una gran ciudad. Es misteriosa la razón y el modo en el que pudieron permanecer ignorados sin ocultarse de una gran carretera que las orilla. Y algunos tienen la misma edad del primer camino que pasó junto a ellos, sin que nadie imaginara ni les trazara un desvío o un caserío. A lo mucho, hoy, los señala un cartel y no por ello se hacen públicos ni destino de una curiosidad que los haga conocidos. Además, no estamos hablando de Los Azules ni del Portezuelo de las Lágrimas, lugares que sí están lejos y escondido. Viajando a Valparaiso (Ruta 68), tras 5 Kms. del Santuario de Lo Vásquez, a la izquierda, se desprende un anodino desvío que está señalado como "Melosilla".

A poco recorrer, una sorpresiva casa esquina de adobes y sobrecimientos de piedra, más un letrero artesanal, indican que nuevamente hay que tomar a la izquierda y entrar a un desconocido territorio de matorral nativo y onduladas colinas. La palabra Melosilla es delicada y, si se sabe su significado, también es dulce: anuncia una pequeña planta de flores amarillas, melosa en sus tallos y de unos 70 centímetros de alto. Los botánicos la llaman Madi sativa.

Y si en mapudungun madi es "lo pegajoso", en latín melosilla significa miel. Todo coincide; al fin es yerba silvestre y alguna vez fue cultivada para obtener un aceite que, según el cronista Alonso González de Nájera (del s. XVI), es "tan aparente como el mejor de oliva". El cartel del desvío, anota: "Melosilla, Los Colihues, El Romeral". Entonces, esta será una excursión hacia algunos nombres y la sugerencia implícita de descubrirlos en el paisaje. Al comienzo se suceden algunas casas de lugareños y veraneo, alejadas del camino y posadas sobre las laderas verdes de pequeños cerritos con maitenes y quillayes. La primera plantita que se asomó esta temporada fue la "flor de mayo" (Oxalis mallobolba) que mancha de amarillo los prados. El "Diccionario Jeográfico" de Luis Riso-Patrón (1924) anota que por el Norte tiene al Lago Peñuelas y al fundo Las Tablas que en esa época tenía 10 hectáreas de riego y 1700 de bosques. Hacia el mar, los fundos Batro y San Juan, el caserío de LLampaiquillo y la rada de Quintay. Hacia el Sur, los fundos Pitama, El Porvenir, LLampaico y el Estero de Casablanca que desemboca en el humedal de Tunquén. Aunque ya no todos son fundos, sus nombres se quedaron para señalar alturas, senderos, embalses o alguna pequeña aldea como Las Dichas, San José o Llampaico que fue un "antiguo asiento de lavaderos de oro", según el mismo libro.

Desde los senderos que recorren Melosilla, se divisan añosas señales de que alguna vez hubo más población. A ratos, por entre la tupida vegetación nativa, se ven hornos para fabricar carbón o un añoso membrillar. Más visibles son los manzanos, rebosantes de frutos dorados e invitando a tordos, tencas y loicas que los comen con fruición. También, al fondo de las quebradas, afloran algunas napas que acumulan aguas y en el invierno semejan lagunas. Pero, sobre todo, son los senderos que arrancan hacia las alturas los que incitan y permitirían un inédito trekking por estos cerros costinos. Casi todos son huellas de carboneros o vaqueros que traficaban hacia la Costa. Este es uno de los desafíos: excursionar, bajando hacia el mar por el cauce del Estero de Casablanca hasta Tunquén. Mayor exigencia sería la de llegar al mar cruzando la serranía costera, hasta las caletas de El Barco, Caracoles Chico o al Bajo de los Negros… pasando por las colinas de La Sepultura. Una gran aventura para redescubrir el mar desde lo alto y tras una ardua caminata. De premio, estas cimas y sus quebradas ofrecen variados hábitats; hay zonas húmedas, con vegetación tupida y, otras más asoleadas y con flora espinosa rala. Los árboles que se pueden ver en las quebradas son el chequén, petrillo, canelos, peumos (en esta época con frutos), molles y boldos. En las colinas y riscos más secos, se alzan maitenes, huingan, quillayes, quiscos, bromelias... y gran cantidad de aves. Melosilla, el lugar desconocido a la vera de una de las carreteras más importantes de Chile, hace su primera y tímida invitación. Es la mirada la que se amplía, buscando ávida la lógica cardinal de estos senderos inéditos que, a ratos, parecieran perderse o que no llevan a ninguna parte. Pero no, Melosilla tiene la movilidad juguetona de uno de sus habitantes, la yaquita costera, ese pequeño marsupial que se enconde… para después reaparecer sorpresivamente.

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