El mejor modo de llegar a Olmué es hacerlo vía Cuesta de La Dormida, tras separarse de la Ruta 5 Norte en Til Til. Desde ahí, un buen camino por entre parronales, olivos y tunales llevará hasta las primeras estribaciones del Cordón de La Dormida y, en pocos minutos, a su cumbre (1.461 m). Desde esa altura, y tal como dijera Charles Darwin desde el cerro de La Campana, "Chile, limitado por los Andes y el océano Pacífico se ve como en un mapa". La verdad es que esa visión también es posible desde cualquier punto cercano, puesto que se está en el corazón más alto de la cordillera de la Costa. Sin exigirle tanto a las piernas, o a la vista, lo que se observa hacia abajo es el nacimiento del Valle de Limache, y los caseríos más próximos que se ven entre las quebradas son El Venado, la Quebrada de Alvarado, Las Palmas, Olmué y Cai Cai.

Se hace obligatorio, antes de bajar la Cuesta, contemplar esta inmensidad tan humanizada en medio de una exuberante flora de tebos, colliguayes, litres, peumos… La magnitud de tal asociación demuestra que no es imposible la convivencia de los seres humanos y el bosque nativo. Los caseríos que se ven están dispersos, sin un elemento urbano visible que los aglutine; sólo se reconocen desde la altura, los techos y sus huertas. Luego se aprende que la rectoría de las fiestas religiosas anuales —la del Niño Dios de los Pies de Trigo, y la de Lourdes de Cai Cai— es lo que dos veces al año les hace juntarse en sus respectivas capillas, pues, más bien, son una comunidad de almas. Así, el principio que urbaniza estas montañas es la creencia.

No faltarán los cantores a lo divino, poetas populares, pololeos, "chinos" danzantes...

Al caminar en medio de estos poblados aparecen sorpresas como la ingeniosa constructividad en pendientes. Así, zócalos, terraplenes para cultivos, muros de contención y volúmenes sobre palafitos… hacen un repertorio variado de soluciones para construir en la montaña. Y, también se ven incomprensibles carteles que anuncian "se vende tierra de hoja", en lugares que la necesitan tanto para sobrevivir. Con todo, mediando algunos plantíos de limones, uno que otro palto, almendros y olivos, en ambas laderas de la gran quebrada se esparcen casas de veraneo junto a las de mineros y campesinos que allí están desde tiempos coloniales.

Poblado clásico

Al pie de la Cuesta de La Dormida y, anidando entre más montañas y árboles, se halla Olmué. Más que un poblado clásico, su trama se ordena en torno de dos plazas desde donde nacen y convergen unas ocho calles principales y vericuetos que se pierden hacia la ruralidad próxima. Muy bien equipada, en su planta se reparten restaurantes de comida criolla, algunas hosterías, cafés y, sobre todo, sus almacenes ofrecen mermeladas, miel, conservas a base de la horticultura y frutas locales. Es renombrada la chicha que desde antiguas cepas producen pequeños viñateros de Quebrada de Alvarado, Pelumpen y Granizo. En la venta de hierbas medicinales, semillas y la de plantas y árboles decorativos, se expresa una antigua cultura popular.

Donación para mis indios

En 1604, la viuda doña Mariana de Osorio compró "...la quebrada i valle de gulmué" a Diego Godoy, como se precisa en el Archivo de Escribanos, de Santiago. Allí llega a vivir junto a los ocho aborígenes que tiene encomendados. No lo hace por mucho tiempo, pues en 1612, en su testamento, expresa una inédita y generosa decisión. Se lee: "...mando que se les entregue la estancia de Olmué (…) de la cual les hago gracia y donación para mis indios, para ellos y sus mujeres, hijos y descendientes...". Doña Mariana muere en 1620 y no es fácil para los indios tomar posesión de las tierras, puesto que son reencomendados a otro español y, mientras tanto, la hacienda se debate en el abandono, mala administración de algún albacea, arriendos engorrosos, infinitos pleitos... Sólo en el siglo XVIII, los aborígenes hacen valer su derecho sobre Olmué y toman posesión. La unidad que les da el haber luchado casi 50 años por las tierras, más el fervor por tener lo propio y el mestizaje… harán aparecer la noción de ser una comunidad, condición que se mantiene hasta hoy.

Hacia 1980 Olmué dejó de ser un exclusivo balneario de montaña para porteños o viñamarinos. Su clima, fácil acceso y variada oferta gastronómica lo hacen un lugar más visitado.

En lo alto, un planeador blanco, sin motor ni piloto automático, vuela como una garza por el cielo. De lado a lado del valle, sin ruidos, sin humos, y sólo con viento, pareciera ser la metáfora perfecta de lo que se necesita para un viaje a Olmué: una alianza generosa con la naturaleza.

No sólo hasta la cumbre

Caminatas por sus cerros

Mucho más convocante que su Festival del Huaso es, durante todo el año, el Parque Nacional La Campana.

Es irresistible llegar hasta su bosque nativo, sus senderos habilitados; sombras, arroyos, lugares para pícnic y la vista excepcional de todos los valles y ciudades costeras, para los que suben a su cumbre. La escalada y el excursionismo también tienen lugar en cerros como el Penitente (1.360 m), el Duraznillo (1.722 m), las Vizcachas ( 2.043 m); alturas amables, de mediana dificultad y cuyas cimas no necesariamente deben ser la meta pues desde sus bases y quebradas iniciales ya hay lugares en donde acampar y contratar una cabalgata.

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