"La tesis de Lipset se nos presenta hoy como una ruda repetición de un argumento con todas las apariencias a su favor".
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La primera vuelta de la elección presidencial francesa puso en el foco de la actualidad una tesis que, en los 60, ejerció una considerable influencia en la sociología anglosajona. En 1960, S. M. Lipset publicaba su afamado libro "El hombre político", cuyo capítulo IV sobre el autoritarismo de la clase obrera, se encontró en el origen de una de las mejores polémicas entre sociólogos. En ese texto, Lipset argumentaba acerca de un autoritarismo político, social y cultural, especialmente del grupo obrero, movilizando datos de encuesta y el testimonio de un anónimo trabajador manual, "Len", publicado en la revista de izquierda New Statesman: "Usted sabe, estoy con los fascistas cuando ellos están en contra de los negros", aunque "el fascismo es realmente para la gente rica". Una orientación de este tipo, también asociada en aquel entonces al voto comunista, se originaba en "la manera de vivir de la clase baja", cuyas condiciones de existencia producían rudeza, radicalidad política e intolerancia. Eso es lo que explica que Lipset haya podido hacer gala de un desprecio sociológico por el grupo obrero hoy en día inconfesable: "La aceptación de las normas de la democracia exige un alto nivel de refinamiento y de seguridad del yo", es decir disposiciones de las que el hombre común y obrero carecería.

La elección francesa llevó a segunda vuelta a la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen, cuyo electorado en proporciones considerables es de origen obrero y popular. Ya sabíamos que el padre de la candidata, Jean-Marie, quien en 2002 pasó a la segunda ronda, había recibido el apoyo de antiguos electores comunistas de origen obrero (los que representaban cerca de un tercio de su votación). ¿Cómo explicarlo? Para algunos, sigue siendo cierta la idea de que las condiciones de existencia moldean de tal forma los estilos de vida y las conductas de los obreros (un grupo que, no lo olvidemos, se encuentra en franco declive demográfico) que no debe ser motivo de sorpresa constatar que voten por ofertas autoritarias, puesto que sus actitudes también lo son. Esta forma de razonar fue severamente criticada por Bourdieu en los 70, quien veía en ella una expresión de racismo de clase.

Para quienes nos formamos en Francia en el universo intelectual de Bourdieu, la tesis de Lipset se nos presenta hoy como una ruda repetición de un argumento con todas las apariencias a su favor. Se podrá decir que entre la determinación de la posición de clase y la expresión electoral hay también experiencias vitales: desde la desaparición de oficios completos debido a la automatización de las tareas manuales hasta la incidencia de la debacle comunista, pero también socialdemócrata. Pero, ¿existe un rol autónomo de las ideas en la orientación autoritaria de grupos e individuos en quienes queremos ver virtud, democracia y emancipación? ¿O definitivamente hay una "propensión" (Lipset) al autoritarismo que se desprende de la posición de clase? Preguntas inquietantes.

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El llamado de Rosa María Payá

Una vez más, el socialismo del siglo XXI fue noticia por las atrocidades cometidas contra opositores a la dictadura de Nicolás Maduro. Muerte, represión y hambre. La misma semana, hemos recibido a una de las principales opositoras de las dictaduras socialistas contemporáneas: Rosa María Payá. Con un mensaje de paz, democracia y libertad, ha hecho un llamado para que cuidemos nuestra institucionalidad, que ellos tanto han luchado por recuperar. En el clima polarizado de hoy, resulta fundamental hacer eco del mensaje que viene difundiendo Payá en los últimos años.

En Chile, hablar de democracia o libertad no parece relevante, porque son valores que damos por hecho. Los entendemos presentes, como anclados en lo profundo de nuestra alma republicana. Siempre nos hemos jactado de aquello. Ha sido de tal magnitud dicho acostumbramiento, que nos olvidamos de abogar de forma permanente por su respeto.

Esta indiferencia pavimenta el camino para que aquellos sectores que ideológicamente desprecian la libertad personal y la democracia liberal comiencen a ser escuchados por la ciudadanía, la que, no consciente de las consecuencias de aquello, cae de forma incauta en las redes del populismo totalitario que viene desarrollándose en el último tiempo. Y así vociferan el cambio del modelo, una nueva democracia y tantos otros ejemplos que apuntan a lo mismo, la transformación sustancial de la forma en que vivimos, sin ninguna propuesta en concreto. Peligroso e irresponsable.

Estos actores —como el Frente Amplio— han trabajado inteligentemente desde las sensibilidades ciudadanas, para estructurar un discurso que suena bonito, pero que sólo encubre un desprecio absoluto por nuestras instituciones. La promesa de un futuro esplendoroso como consecuencia de extirpar dichas instituciones es el cebo perfecto para caer en las garras del populismo. Cubanos y venezolanos pueden dar cuenta de aquello.

Más que nunca debemos retomar la defensa de valores que nos han hecho ejemplo de estabilidad, amistad cívica y consenso, que tantas veces nos han tenido en la puerta del desarrollo. Como ha dicho Payá, evocando a grandes defensores de una sociedad libre, la democracia y la libertad se pierden cuando quienes creen en ella no hacen lo suficiente por defenderla. Por el bien de Chile, debemos cuidar nuestra institucionalidad.

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"Mientras más aumenta el ardor ciudadano, los candidatos mayoritarios tienden a refugiarse en la inmovilidad y el silencio".
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Estamos en el inicio de la segunda transición. Lo que se ha hecho en Chile en los últimos treinta años ha sido importante y lo que viene es todavía mejor. La Concertación fue la gran época del acceso masivo a los servicios públicos. Desde alcantarillados, carreteras, vivienda, educación y telecomunicaciones, los gobiernos abrieron posibilidades de bienestar y consumo a niveles desconocidos en nuestra historia. Para efectos de la historia, la Concertación incluye a Piñera y Bachelet como pequeñas singularidades que no alteran la caracterización del conjunto.

Los mecanismos y los límites de esta transformación social y económica fueron variados. En el plano político, una democracia restringida que se ha ido ampliando trabajosamente. La sociedad cambió con la apertura al mundo y por un cierto destape de los conflictos laborales y sociales. La economía pudo alcanzar, al fin, los equilibrios que el pensamiento único buscaba, sin éxito, en la eliminación de las variables laborales y ambientales en la gestión de las empresas y la sociedad. Por primera vez en nuestra historia, se ha creado una masa crítica empresarial capaz de sostener un desarrollo estable.

Sin embargo, el crecimiento económico y social generado por el modelo de la Concertación se ha ido encogiendo y desde todos los sectores se reclaman rectificaciones. Ni conservadores ni renovadores tienen una memoria que les permita moverse en una situación histórica que es nueva. Estamos en un momento inédito, tanto por la relativa riqueza del país como por la configuración de la economía mundial, las revoluciones tecnológicas y las nuevas orientaciones de los movimientos sociales.

Si bien el crecimiento económico ha sido importante, estuvo limitado por la manera de financiarlo apoyándose en gravámenes a las personas y las familias. Ahorro forzoso —en beneficio de la creación de un mercado financiero— y pago de impuestos a los monopolios —vía abusos y sobreprecios— configuran un paisaje de desarrollo pagado íntegramente por sus propios beneficiarios. Carreteras financiadas por peajes que no sólo pagan su construcción y su gestión, sino que además dejan ingresos limpios al fisco. Educación financiada por endeudamiento usurero. Los mejores servicios sanitarios que los usuarios puedan pagar de su propio bolsillo.

El modelo de peajes y concesiones para financiar el desarrollo es lo que se agotó en Chile, como ocurre con el momento de confort de una representación política que iguala los problemas de la gente al populismo.

Las próximas elecciones se darán entre populistas e impopulistas. Curiosamente, mientras más aumenta el ardor ciudadano, los candidatos mayoritarios tienden a refugiarse en la inmovilidad y el silencio.

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