Mi padre era marxista y decía que mi pintura era decimonónica y burguesa"... "Mi abuelo me sacó las trancas".

Yo tengo una mano suelta y cierta pericia técnica que odio. Me pasa lo mismo que a Samuel Beckett".
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Casada con el escritor y traductor inglés Neil Davidson, madre de dos hijos, escritora ("cuando tengo algo que decir"), alumna de Adolfo Couve quien la expulsó de Cartagena por andar sin sostén, ex ayudante de Gonzalo Díaz, descendiente de croatas y catalanes, culta, con una sólida formación clásica, pero con cierto desparpajo propio de los artistas autodidactas y callejeros de los años 80, Natalia Babarovic Torrens (1966) declara sin dramatismo que alcanzó un punto en que se puede morir tranquila.

"No sé lo que voy a hacer, pero sé lo que hice. Encuentro que me podría morir sin tanta frustración. Lo que no quita que esté absolutamente desesperada por vivir y seguir trabajando", aclara.

"Vengo todos los días religiosamente al taller", cuenta en su estudio ubicado en la calle José Manuel Infante, a pasos del conocido boliche Rapa Nui en la comuna de Providencia.

Flaca, con aspecto juvenil, sin una gota de maquillaje, chaqueta de cuero negra, bototos verdes Dr. Martens, la "Tala" nos da la bienvenida mientras se despide de dos jóvenes artistas que pasaron a saludarla.

"Yo no soy amiga de los altos mandos. Soy íntima de los juniors y los alumnos. Creo que me muevo en los círculos correctos", aclara con risa socarrona para explicar el bajo sobrevuelo social que lleva; un periplo que transcurre entre su casona ñuñoína conocida como "Little England", el taller y la Universidad Andrés Bello donde enseña arte.

Caminamos por el lugar y nos detenemos para seguir con la mirada unas manchas de color rosado que quedaron diseminadas por el piso. Más tarde, nos enteramos de que el autor fue su compañero de taller (el pintor Christian Yovane) quien estuvo la noche pasada experimentando con spray fucsia.

Contaminado por la constante circulación de artistas, las paredes del taller están manchadas y todas las obras parecen a medio a hacer. Todo esto, por supuesto, es deliberado. Babarovic no tolera la "virginidad" de los espacios en blanco.

En la mesa de centro del living, entre ceniceros, tazas de café, lijas y cachureos, asoman los diarios de Tolstoi. Hallazgo comprensible dado que la pintora guarda un diario con entradas que escribe desde el año 79.

Detrás del sillón principal, se ve un pizarrón con diversas anotaciones. Algunas domésticas, otras de orden artístico. Sobre el suelo se apilan varias muestras de "Cahuín", una serie de pinturas hechas en cajas de cartón, su nuevo descubrimiento pictórico. De la pared cuelga un retrato de Thom Yorke, el vocalista de la banda de rock inglesa Radiohead, que pertenece a la exposición que hizo en el MAVI el 2013: "Como desaparecer completamente", su trabajo más logrado según confiesa.

El playlist de su computador indica que ha estado escuchando música sugerida por PJ Harvey, una de sus cantantes favoritas. Como tiene una "historiona feroz" en la cabeza evita vestirse de pintora y fuma como una condenada a muerte.

Sacarse los maestros de la cabeza

Para entrar en calor, suele corregir manchas y pintar descuidadamente. "Fumo, pongo música y me olvido que entré al taller. Esa banda sonora mental permite que me haga la lesa y sin darme cuenta me encuentro pintando. Por eso no me pongo delantal. No me gusta esa cortada de cinta. Todavía me sigue costando comenzar aunque he acortado el proceso. Ahora empiezo una obra y puedo pintar con alguien a mi lado, pero igual pienso que la pintura debería sicoanalizarse, porque para trabajar uno tiene que disolver el superyó. Es súper importante sacarse los maestros de la cabeza".

Enemiga de las promesas del arte conceptual, asegura que el auge de las vanguardias le ha impuesto a la pintura una originalidad que no le corresponde.

"Nosotros somos pintores. Sabemos que no somos originales. Si miras la historia de la pintura te darás cuenta de que todos los artistas pintan parecido. No hay tantas maneras de poner manchas en un cuadro. Lo que los diferencia es la personalidad".

—¿Cuál sería tu personalidad como pintora?

—Yo tengo una mano suelta y cierta pericia técnica que odio. Me pasa lo mismo que a Samuel Beckett. Me gustaría perder el estilo. Necesito sentir que estoy haciendo cosas nuevas.

Dice que resulta fundamental seguir sorprendiéndose. "Me parece que el aumento del estilo no va junto con la sorpresa. Yo siento que descubrí temprano una manera para pintar. Todo fue muy rápido y se dio fácilmente. Esa cuestión hace que me ponga en guardia".

Autocrítica, tiende a desconfiar cuando las cosas van sobre ruedas. "A veces trato de incorporar dificultades técnicas en mi trabajo. Por ejemplo, trabajo con fotografías de mala calidad para obligarme a interpretar lo que sucede".

Suele trabajar con situaciones incómodas y desafiantes. "Me pongo ese pie forzado para que exista una gran distancia entre la imagen y la pintura. Necesito que se produzca algún tipo de dificultad para que la obra no sea una copia de la foto".

ADN

Dificultades no le han faltado, sobre todo debido a su ADN artístico.

Su padre, Ivo Babarovic, fue un ingeniero y pintor constructivista que propició el arte en su casa, pero era un tipo duro. "Yo aprendí a pintar antes de entrar a la universidad. De chica dibujaba de una manera muy parecida a José Balmes. De hecho, creo que me podría ganar la vida como falsificadora de arte. Miro un grabado de George Grosz y sé cómo imitarlo a la perfección".

Lo jodido fue conciliar las diferencias artísticas con su padre. "Él era marxista y decía que mi pintura era decimonónica y burguesa".

Sin embargo, fue su abuelo quien la salvó involuntariamente. "Me sacó las trancas". Bosko Babarovic llegó de Yugoslavia a Chile en la década del veinte luego de haber peleado en la Primera Guerra Mundial para el "bando equivocado".

Acaso por esa misma razón, dice que su abuelo era un tipo ensimismado, que no se comunicaba mucho, atormentado por el pasado. "Él trataba de ver algo europeo en este lugar extraño".

Cuando murió, descubrió que había dejado un archivo con dos cajas gigantes con fotos que había tomado como fotógrafo aficionado.

"Me di cuenta que tenía una forma súper original para tomar fotos. Su punto focal eran una especie de vacío mental. Yo creo que eso debía a que siempre estaba mirando al horizonte, abismado, porque quería volver a su país".

Pantallazos

Babarovic cree que la composición de sus cuadros le debe mucho al encuadre errático de su abuelo. "En muchas de mis obras, el tema está retirado del centro. Entonces uno se imagina que siempre hay algo que está fuera del cuadro".

Los personajes de la pintura de Babarovic suelen tener la mirada perdida en búsqueda de algo que no se sabe que es, abandonados a una suerte de trance. "Yo creo que esa fue una influencia clave de mi abuelo, aunque ahora utilizo mucho los pantallazos de YouTube para buscar ese efecto".

Natalia escribió el 2014 junto a Bruno Cuneo el libro "Lucinda, La pista que falta+ Paisajes y pantallazos", donde recoge sus pesquisas en YouTube. De alguna forma, los pantallazos son una nueva forma de capturar el encuadre desajustado de su abuelo.

"Me interesa pintar lo que no está, al igual que las fotos de mi abuelo. Quiero registrar la tensión atmosférica. En mis cuadros pareciera que todos los personajes fueron abducidos. Es como si les hubieran secuestrado el alma".

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