Crédito IMG

"Cuando muera quiero que mis cenizas las esparzan por las montañas del Parque Andino Juncal. En esa ceremonia muchos despedirán a la bruja, esa que ha puesto las reglas, que ha controlado los accesos y que ha batallado para que no tiren basura", dice entre risas Catherine Kenrick (73), a la entrada de este parque de catorce mil hectáreas, ubicado a dos horas y media de Santiago y a treinta minutos de Portillo.

Catherine nos acompaña a fotografiar esta propiedad abierta al público que ella y su familia (la comunidad Kenrick Lyon) heredó de su abuelo, el empresario naviero británico Sir George Kenrick, radicado en Valparaíso, quien la compró en 1911. El lugar está custodiado por dos jóvenes guardaparques, quienes enseñan educación ambiental a quienes visitan estos terrenos con montañas sobre cinco mil metros de altura sobre el nivel del mar. Allí destaca el emblemático cerro Nevado Juncal (5.925 metros de altura) que ascendió en 1938 la pareja suiza Marmillod, quienes murieron de hipotermia cuarenta años después escalando la montaña Dentd´Herens (en los Alpes Peninos, en la frontera entre Suiza e Italia).

"Tenemos más de veinte glaciares de nieve y roca, empinados cerros, muchos esteros, vertientes y cinco humedales", comenta Catherine, mientras nos cuenta que estas tierras fueron reconocidas como sitio Ramsar (2010), pues sus humedales son de importancia internacional. El parque, además, es destino frecuente para el montañismo de élite. Hasta aquí han llegado desde el chileno Rodrigo Jordán hasta el reconocido montañista inglés sir Chris Bonington, leyenda del montañismo e himalayismo mundial.

Catherine también destaca las 68 especies de flora nativa que hay allí, como la Alstroemeria Párvula (Lirio del campo).

Pero cuenta que está molesta. "Hace unos días pasé un mal rato cuando un helicóptero sorpresivamente sobrevoló el parque. ¡Imagínate el daño que el ruido le provoca a la fauna silvestre! Le hice señas para que aterrizara, y me dijeron que buscaban una empresa minera; les aclaré de inmediato que ésta es un área protegida privada y que no tenían nada que hacer acá".

Ella se hizo cargo en 2003 del lugar y está allí regularmente; a veces incluso aloja compartiendo el refugio con los guardaparques. "Soy cercana a los visitantes que me llaman, mi número aparece en Internet, siempre me pueden consultar", afirma con una sonrisa permanente.

"Cata", como le dicen sus cercanos, nació en Valparaíso y pasó su infancia junto a sus cuatro hermanos en una "hermosa quinta en el cerro San Roque". Desde chica —dice— amó la naturaleza y la "gozó" en los fundos de la familia en Casablanca y en el lago Panguipulli. En Viña del Mar asistió al St. Margaret's y a los once años se fue interna al Santiago College (egresó en 1961). "Salí de los cánones de la época; crecer profesionalmente siempre fue una meta", comenta Catherine, socióloga de la Universidad Católica y que en Inglaterra realizó un posgrado en sociología de la educación en la Universidad de Londres.

En Inglaterra, donde vivió 20 años, ocupó cargos en proyectos de investigación en ciencias sociales, trabajó en el Voluntary Service Overseas (Servicios Voluntarios de Ultramar VSO), también en Unicef Colombia y fue responsable de programas en Asia del Sur. "Un día, visitando voluntarios ingleses en Nepal, reflexioné que podría estar haciendo eso mismo en la cordillera de los Andes", recuerda.

A su regreso, en 1997, trabajó tres años en la Conama (Comisión Nacional del Medio Ambiente).

"Seguiré acá hasta que las fuerzas me den"

En su casa siempre se habló de Juncal, hasta que fue a conocerlo. Cuarenta años después de su primera visita, volvió a la zona para hacerse cargo de estas tierras. "Me quedé con la boca abierta ante la majestuosidad de las montañas; me sentí minúscula ante tanta inmensidad; mi primer instinto fue decir "hay que protegerla".

Al principio —dice— sacó toneladas de basura con sus manos, y hasta hoy sigue recogiendo la microbasura que queda. Los terrenos habían sido usados para la explotación minera (que se terminó hace 40 años), para veranadas (llevar a pastar el ganado en verano) y para maniobras militares. "Hemos enfrentado cazadores furtivos, mineros, ganaderos y empresas hidroeléctricas. Lo importante es que las personas están entendiendo que este es un lugar protegido".

—¿Cómo se realiza conservación en Chile con poco apoyo?

—Partí sola y he ido aprendiendo de conservación en el camino, lo que ha sido un largo proceso. No soy ninguna heroína, simplemente me enamoré de las montañas, de sus paisajes, su flora y fauna. En este país conservar tierras privadas es un desafío enorme, porque prácticamente no existe legislación que nos ayude. Ninguna entidad estatal te da nada para este fin. Pero he contado con el apoyo de muchas grandes personas. Actualmente mi gran colaborador, partner y sobrino, Tomás Dinges (39), periodista, se vino desde Washington DC para asumir las operaciones del parque.

—En una propiedad de montaña, que constituye un sistema hídrico con glaciares, ríos, vertientes y vegas, ¿cómo se enfrenta el tema hidroeléctrico y minero?

—Ha sido una amenaza constante; es una batalla dura proteger este lugar. Todo el mundo quiere hacer proyectos aquí porque hay agua, y aunque son pocas y malas las vetas mineras que hay, nunca falta el pirquinero. Además, hay quienes tratan de apropiarse de estas tierras y otros que reclaman que son del Estado. Estamos abordando estos temas creando alianzas con propietarios vecinos y empresas para que juntos protejamos la cuenca del río Juncal.

—Douglas Tompkins también enfrentó muchas presiones…

—Todo lo que él realizó fue muy inspirador para mí. Así como Tompkins, estas tierras no las conservamos en beneficio propio. Muchos no le creyeron, y seguramente muchos no creen que también lo hago desinteresadamente. Aunque no tengo hijos, esto lo hago por las generaciones futuras de mi familia y de Chile. La naturaleza entrega tanto, que eso me lleva a querer compartirla con los demás; seguiré aquí hasta que las fuerzas me den.

LEER MÁS