Armada con sus tijeras de podar, puede pasar horas batallando contra la vegetación agreste de su parcela en Tunquén, rodeada de sus cuatro perros "raza quilterrier". Ese simple panorama es hoy para ella la felicidad.

Vivianne Blanlot (62), ex ministra de Defensa del primer gobierno de Michelle Bachelet, hoy directora de CMPC, Antofagasta Minerals y Colbún, y miembro del Consejo para la Transparencia, de Icare y del equipo de líderes de la iniciativa de paridad de género del World Economic Forum, ha cambiado sus prioridades.

Pero para llegar ahí, el camino ha sido largo.

Debe ser una de las chilenas que ha estado en más directorios de empresas, tanto estatales como privadas, en un país donde sólo un 8% de los directores son mujeres. Desde niña tuvo conciencia de las desigualdades que imponía el ser mujer. Hija de un oficial de Ejército y una dueña de casa, siempre supo que no seguiría el camino de su mamá. "Yo percibía la tensión entre quien aportaba económicamente y quien no. Siempre me ha parecido vital que las mujeres se incorporen al mundo económico, que incluye lo laboral, pero es mucho más. Implica tomar decisiones sobre los propios bienes, poder ahorrar e invertir, tener libertad".

Esa noción se combina con su conciencia social y su precoz filiación política, en la que tuvo mucha influencia su padre. "Él se retiró del Ejército como capitán, en 1960. Era ingeniero y entró a ENAP. Vivimos cinco años en Punta Arenas y cinco en Cerro Sombrero, en un campamento, donde convivía gente muy diversa, de manera muy integrada. Yo llamaba ‘tío' a un obrero o a un administrador; no había las diferencias sociales que percibía fuera de allí. Mi papá, un tipo con gran inquietud intelectual y social, militante de la decé, fue presidente del sindicato que unió en uno solo al de obreros y al de profesionales. Esa fue su lucha. Tenía gran conciencia democrática", dice, evidenciando la Electra que vive en ella. "Tengo recuerdos de cuando vivimos en Batuco y era capitán en los polvorines del Ejército. Me decía: ‘Vamos de ronda, conscripto Blanlot', y recorríamos el destacamento. Yo debo haber tenido 4 años, pero conversábamos. Siempre lo hicimos". Ahí se explica quizás su interés por los temas energéticos, le comentamos. "Quizás. Me gustan las industrias duras. Él me llevaba a las operaciones en terreno, a ver cómo perforaban para sacar petróleo. Yo encontraba todo de una épica increíble", dice, entusiasmada. Tanto, como cuando habla del paisaje magallánico. "La estepa escandinava, la zona norte de Europa, así como los desiertos, son lo mío, porque me recuerdan el escenario en que me crié".

Amiga de decés destacados de la zona, como "el pingüino" Mladinic, Carlos Mladinic y mujer, Flor Draguicevic, era lectora precoz de Jacques Maritain. Antes de cumplir 15, se inscribió en la DC.

Ahora vas a refichar por el PPD.

—He estado muy alejada los últimos años del PPD. Con el Golpe, se acabó mi militancia DC. Ya estudiaba Economía en la Católica, me casé, tuve una hija y nos fuimos a Estados Unidos. Cuando volví a Chile, ya iniciado el gobierno de Patricio Aylwin, alguien me pidió que me definiera y dije que estaba a la derecha del PS y a la izquierda de la DC. Así me fui acercando a un grupo grande de militantes del PPD con las cuales tenía mucha afinidad. Jorge Marshall, Daniel Fernández, Eduardo Bitran. En 1994 me inscribí. Y por ahí por el 2007 empecé a alejarme. Paulatinamente, pero cada vez más, porque sentí que todos los que habíamos trabajado para la Concertación y habíamos sido parte de ese gran proyecto, estábamos siendo relegados, poco considerados. Que la profundidad de las ideas ya no tenía ninguna importancia en el PPD.

—¿Por qué te refichas ahora?

—El problema hoy es de tal envergadura, que si no salvamos a los partidos, no tendremos democracia. Esta es como una especie de última oportunidad que le doy al PPD. También me mueve que Ricardo Lagos sea el candidato del partido. Esto no quiere decir que mire en menos a Carolina Goic, quien es una gran promesa. Le tengo respeto. Me parece inteligente, admiro su valentía y me gusta su determinación. Tiene eso que yo llamo espíritu magallánico.

—¿Guillier no te convence?

—No. Para gobernar se requiere haber dirigido organizaciones, tener carrete y trayectoria política, más en el mundo en que vivimos. El Estado es un tremendo aparato, muy difícil de administrar, y para hacerlo es necesaria experiencia y equipo. Lagos tiene eso; Guillier, no. Pero como estamos en la sociedad del espectáculo, de lo rápido, de la frase superficial que pega, uno prende y el primero no.

—¿Te convence este segundo gobierno de la presidenta Bachelet?

—Creo que había que hacer reformas, pero no estoy de acuerdo con el contenido de las que se han hecho. Necesitábamos y seguimos necesitando una reforma educacional, porque la que se hizo no es la que se requería. Mi visión de la sociedad está orientada a una donde las personas tienen el derecho a tomar sus propias decisiones, pero hay una mirada nostálgico-ideológica que atribuye al Estado el rol de cuidador, de protector, que no comparto.

Hace años abandonó la ilusión de presentarse al Senado cuando sus dos hijos menores estuviesen grandes. "No habría tenido estómago para andar pidiéndole plata a las empresas y no tenía patrimonio propio", explica. Y estaban las dificultades prácticas de participar activamente en el partido. "Todo pasa por un modo muy machista, donde las decisiones se toman de noche, en grupos de hombres, de manera informal, y yo no estaba dispuesta a entrar en eso".

Saliste de algunos cargos por disparidad de criterios con tus jefes. ¿Eres conflictiva?

—Algunas personas me tildan de conflictiva. A mi papá lo acusaban de principista. Tenía una actitud tan estricta respecto de lo que era correcto e incorrecto, que algunos que lo conocían decían que era tonto. Puede que en una sociedad donde siempre se trata de sacar ventajas fáciles, él haya sido un poco excepcional. Yo me crié con eso. Mis peleas o conflictos siempre han sido por principios.

Esto puede haber pesado en su decisión de "privatizarse", como dice. "Estuve 25 años en el mundo público y, aunque fue gratificante, tiene toda esa parte desagradable de la política, que es agotadora".

—Pero sigues trabajando intensamente. Estás en muchas cosas.

—Yo tengo 62 y me dije a mí misma: "No existe la tercera edad, sino la tercera etapa, que no es la de la jubilación, sino la de la realización". Para mí jubilarme sería igual a morirme. No me imagino sin trabajar. Tengo una energía enorme y eso que estuve todo el año pasado, y aún estoy, con cáncer. La enfermedad no me ha hecho bajar mi actividad.

Muchos han comentado el uso de pelucas y turbantes de la siempre buenamoza Vivianne. Fue tema sotto voce en Icare en 2016. Ahora lleva un turbante y dice que es primera vez que se deja fotografiar así.

—¿Qué pasa con la vanidad?

—La anticipación juega a favor. Te advierten tanto sobre los efectos de la quimio y la radioterapia, que cuando finalmente los vives, no es para tanto. Además tienes cáncer, ¡qué importa que se te caiga el pelo! Aunque es bien impresionante cómo de un día para otro, en la ducha, al pasarte el cepillo, te quedas pelada. Curiosamente, lo que más me costó no fue eso, sino quedarme sin cejas ni pestañas. Me miraba al espejo y sentía que era como esas mujeres sobrevivientes de los campos de concentración. Suena feo decirlo, pero al verme así, además de pálida y demacrada, eso pensaba.

Pero no se lo contó a nadie. Siguió adelante sin bajar el ritmo: "Si me hubiera ido para la casa, me habría deprimido y eso habría sido peor, me habría enfermado más".

—¿Cuál es la reacción de las personas al verte?

—Yo tenía mucho miedo de eso, porque hay una asociación cultural entre cáncer y discapacidad. Sentí que el mercado me vería como una persona menos capaz y que me iban a querer jubilar. Esa fue la razón de no contarlo. Lo hice después de varias quimios, cuando ya se me había caído el pelo y usaba peluca. Y al hacerlo me di cuenta de que no pasaba nada. Nadie me ha tratado de jubilar y he sentido mucha solidaridad y cariño en el mundo donde me desempeño profesionalmente.

En familia, el apoyo ha sido total. Su hija, su yerno, sus hijos, su única hermana; sus sobrinas y amigas han estado a su lado. Pero Vivianne, quien se declara feliz en lo profesional, reconoce que en lo personal ha tenido dolores. "Hay cuestiones emocionales muy fuertes que quizás pueden influir en la enfermedad, pero nadie sabe por qué da cáncer". Lo que sí sabe es que ha cambiado su manera de mirar el mundo: "Decidí no aproblemarme por cuestiones que no tienen solución o que se resuelven solas. No revolcarme en los problemas y aceptar la realidad".

—Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio.

—Tal cual. Lo que pasa hay que asumirlo. Yo fui siempre una mujer impaciente, extremadamente tozuda, controladora y ahora veo que eso me ha generado mucha angustia. Es mejor vivir las cosas como vienen y disfrutar de lo simple y lo real, como el amor de mis perros, el placer de jardinear o de leer. Hasta los 30 no estuve cómoda conmigo misma. Siempre sentí que no era lo suficientemente inteligente, que tenía que esforzarme más, hasta que un día descubrí que me gustaba como era. Pero nunca al nivel de ahora, en que no sólo me gusta como soy, sino que me da lo mismo y hasta me gustan los defectos que tengo.

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