Aires esotéricos y creadores circulan por entre jardines y campos limachinos. Algo intangible hace que allí viva y no deje de llegar gente en pos de conocimientos más sensibles que prácticos. Por esto, la poesía, las artes adivinatorias, la filosofía o alguna medicina alternativa, en Limache hallan aires propicios.

Quizá esto sea un atributo territorial cuya explicación esté en el cerro de La Campana; la más visible altura desde la ciudad. Su cima es un gran peñasco o lli (en mapudungun), que alguna vez relució de oro.

Codiciado por los incas, el machi del lugar burló a los forasteros haciendo caer sobre su cumbre una espesa capa de granito, ocultando sus tesoros. De ahí el nombre Lli-machi o Peñasco del Brujo, según Vicuña Mackenna. Esa altura benéfica, más el poder de su guardián, todavía encantan e irradian dones sobre sus habitantes y los recién llegados.

El color de lo urbano

En un extremo de la ciudad, y conformado como si fuese el atrio de la estación de trenes, está el "centro". Destino final del metro que viene de Valparaíso, está coordinado con pequeños buses que reparten a los pasajeros a lo largo de la ciudad; "al otro pueblo", como llaman a Limache Viejo; o a las localidades vecinas de Limachito, Lo Chaparro, Pelumpen, La Vega, Lo Narváez y muchas otras que hacen su multifacético territorio.

Por supuesto que este "centro" bulle de actividad y de colores. La música salida de fuentes de soda y restaurantes, llama. Del metro ha bajado un centenar de personas que avanzan, sonríen y conversan al entrar a los buses o escabullirse por las calles cercanas. Otras cien personas esperan subir. Cada quince minutos el tren que llega y sale a Valparaíso y las estaciones intermedias —Villa Alemana, el Belloto, Quilpué, Viña del Mar— va renovando de vida la estación y habla de la movilidad eterna de los limachinos. La mayoría son estudiantes universitarios que no paran de reírse.

Desde siempre Limache tuvo una vocación festiva. Tanto, que cuando se la diseñó en 1856 se tomó en cuenta que sería una ciudad balneario y cada manzana contendría sitios para casas de veraneo. De las cuarenta manzanas que el ingeniero Caruana trazó, de inmediato se vendieron 63 sitios a personajes de la alta sociedad viñamarina o de Valparaíso, que aquí llegaron a hacer fiestas y encuentros sociales.

Es una ciudad de quintas, villas, mansiones… cuyos ecos alegres traspasaron un siglo de vida, y muchos de los hitos o actitudes actuales recuerdan ese esplendor. La ciudad, que no creció mucho más allá de la planta fundacional, conserva hermosas casas de aquella época. Mirando hacia lo alto se ven macizos de ciprés, cedros, magnolios, palmas chilenas… señales de donde aún queda un parque o su casa. Notable es también la avenida Urmeneta, flanqueada por acequias y arbolada por gigantescos plátanos orientales. Esta gran calle nace a las puertas de la Estación y se extiende por unos dos kilómetros hacia el este, lugar del Limache Viejo, y continúa por el camino hacia el Parque La Campana y los pueblos que la rodean.

A escasos minutos del centro, el mundo rural también está habilitado para el disfrute del viajero. Las granjas ofrecen mermeladas, miel, frutas, pasteles, piscinas y, ya en Olmué o Granizo, hay hosterías y restaurantes. Algunas invitan a cabalgatas, trekkings guiados y canchas de tenis. El regreso a Santiago, desde aquí mismo, puede ser vía cuesta de La Dormida, Tiltil y Ruta 5 Norte.

Un nacimiento festivo

El valle de Limache se aparece como una gran comunidad cuya vocación es la hospitalidad. Nacida desde una estancia jesuítica, la Hacienda de Limache evolucionó en poder de unas tres o cuatro familias: Dueñas, De La Cerda, Urmeneta, Eastman... Fue Ramón de La Cerda quien le dio el mayor auge productivo con la construcción del canal Waddington (1856), cuyas aguas permitieron ampliar los cultivos de trigo, cebada y las viñas, y seguir regando hasta hoy.

Ese mismo año corrió la noticia de la construcción del ferrocarril de Valparaíso a Santiago y cuya ruta pasaría por el medio de la hacienda.

La obra contemplaba una estación para servir al antiguo pueblo de Villa Alegre (Limache viejo) a dos kilómetros del paso de la trocha.

Ramón de la Cerda, de inmediato, imaginó una ciudad que se alzara entre la Estación proyectada y el antiguo Limache. Donó los terrenos para construir la estación, además de otros para plaza, escuela y edificios públicos. Contrató a un ingeniero (Caruana) para que confeccionara los planos y de inmediato se comenzaron a vender los sitios. En adelante, el destino turístico de los grandes comerciantes y aristocracia de Viña del Mar y Valparaíso, cambió de la adusta Quillota a la risueña Limache.

Cervezas y tomates

En industrias —salvo la cervecera, las conservas Parma, los confites Merello y varias fábricas de escobas y textiles— Limache no abundó, aun cuando los sueños de Vicuña Mackenna la imaginaran como el "Manchester chileno". Sin embargo, casi como un símbolo, hoy se alza, arruinándose, el gran y bello edificio de lo que fue la Compañía de Cervecerías Unidas. Además de ésta, se puede ver la ejemplar población que esa empresa construyó para sus obreros y empleados. Se trata de alrededor de 300 casas pareadas, de una altura; muy bien mantenidas y de diversos colores. Son ocupadas por los descendientes de los antiguos operarios.

Por ultimo, también se conversa de lo que fue una pionera industria avícola chilena y, por supuesto, aunque sea un misterio, está la insistencia de que existió una antigua especie de tomate, que es casi un mito. A pesar de los afanes agronómicos y de que hace poco la ciudad celebró su aniversario con el "tomaticán más grande del mundo", los verduleros dicen que el que hoy se vende como limachino no es el legítimo. Insisten en que ése era mediano de porte, tenía muchas protuberancias y su sabor y aroma eran únicos.

En la industria avícola y en la agricultura mucho hicieron y decisivos fueron los inmigrantes del principio del siglo XX. Sobre todo italianos y españoles; árabes en el comercio.

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