La pizza que le gusta a mi señora queda en La Dehesa y yo voy para allá a comprarla. No veo el problema".

"Dejé de trabajar", dice Alberto Mayol (40), sociólogo y cascarrabias con formación intelectual. En la Usach, donde es académico, pidió permiso sin goce de sueldo por un año, pues, ha tomado la decisión de ser Presidente. Lo apoyan con fervor unos adeptos de izquierda y él no pudo negarse.

Informa que es un candidato pobre y que no tiene un equipo o asesores. Se proclama como el primer candidato que personalmente contesta el teléfono. Conduce un Charade con el pecho inflado y admite ser propietario de una casa en Ñuñoa. Eso sí, se le escapa una reflexión en torno a sus presupuestos.

—No sé cómo mierda lo voy a hacer ahora…

—¿Qué tiene en mente?

—Uf, estamos viendo con mi señora que ella se haga cargo de las cuestiones…

—¿Quedará en la ruina?

—Si tenemos una buena votación en las primarias llegará plata (alrededor de $250 por voto).

—Algunos dicen que ustedes se creen dueños de la verdad…

—No digan que cometemos un acto de arrogancia por defender lo que creemos.

Un mechón le tapa el ojo izquierdo, su chaqueta de cuero emana energía. Por algo un hombre vulnerable se le acerca: "¿Usted es cantante?". No, le decimos, él es Mayol, el candidato. Mayol le pasa una moneda y el hombre se despide con emoción del candidato pobre.

Tu voto es mi sueldo

—¿Cuáles son sus virtudes para ser Presidente?

—Soy trabajador. Bueno en construcción de equipos.

—¿Sus defectos?

—Fama de conflictivo.

—¿Está capacitado para interactuar en una cumbre de mandatarios?

—Sí.

—¿Con quiénes se llevaría bien?

—Tengo una simpatía importante por la causa palestina. Con ellos podría tener una relación potente.

—¿Qué le diría a Donald Trump?

—Les diría a él y a todos los latinoamericanos: "Hemos dejado solo a México".

Es liberal, de melena con significado, pero reconoce que en él, como en todo chileno, también habita un fragmento conservador. "A nivel familiar, por ejemplo", aclara. "Considero que la forma correcta de hacer paternidad es la del padre que impone reglas, el autoritario".

Niega, en todo caso, ser un dictador a puertas cerradas. Cree en el orden, en las cosas en su lugar. Parece, por momentos, un asistémico dentro del sistema. Trabajó dos años en el BancoEstado, en ocasiones se puso corbata. Una vez postergó una reunión con Pablo Piñera porque debía ir a hablar con unos estudiantes movilizados. Piñera le dijo "adelantemos la reunión y después te mando un auto para que te lleve a la movilización".

—Jajaja —ríe al recordar.

Visita con resignación el Parque Arauco. A veces se toma un café en Vitacura y acata, sin ira, que lo enfrenten con sarcasmos. Cuenta que una vez Nicolás Vergara le dijo "qué linda se ve la desigualdad desde aquí". Mayol lo ignoró. "Si tengo ganas de ir a esos lugares, iré no más. La pizza que le gusta a mi señora queda en La Dehesa y yo voy para allá a comprarla. No veo el problema. Vivo en esta ciudad, voy a todos lados".

—¿Tiene claro que, como candidato, muchos le buscarán algo malo?

—Lo sé.

—¿No tiene nada incorrecto que confesar?

—Casi no tengo vicios.

Jamás ha consumido alucinógenos. Una sola vez se emborrachó. No recuerda haber dado un puñetazo. Hace cinco años que no se compra ropa. Sólo parece un hombre normal con un montón de sueños ideológicos.

—Bueno —admite de pronto, con un sutil temblor en la voz—, he ido a topless.

—¿Cómo dice?

—Pero no consumí el producto… y fui con unas amigas.

Aquí ocurre algo inaudito: el hombre que en TV popularizó el ceño fruncido, suelta una risa. El candidato tiene ráfagas de ironía. Y también de gravedad.

—¿Su papá (Manfredo Mayol, un periodista que trabajó para Pinochet) lo avergüenza?

—Somos rivales políticos, nada más que eso.

—¿Nunca le afectó?

—Quizás cuando era chico. Había profesores que me tenían mala y yo no sabía por qué. Otros me tenían buena y yo no sabía por qué.

—A su juicio, ¿su padre fue ejemplar?

—No. Mi padre censuró. Distrajo a la población con elementos como el cometa Halley o las visiones de Miguel Ángel en Villa Alemana. Pero yo he aprendido a no renegar de lo que a uno le tocó. Jamás voy a renegar de mi padre.

—¿Se cortará el pelo si es Presidente?

—No me lo cortaría. Pero sí me preocuparía más porque el rol implica tener cierta presencia ante el país.

—¿Está disfrutando ser candidato?

—Me siento contento. Siento que se puede modificar un escenario.

Entonces Mayol, con parcial gesto de Mandatario, comunica que se tiene que ir. Y el candidato pobre, dado que está con un periodista pobre, extiende la tarjeta y, algo desencajado, paga la cuenta.

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