El ferrocarril fue la "primera piedra" en la que se congregaron los llaillaínos. En su estación se hizo la fiesta que en 1863 inauguró el F.C. de Santiago a Valparaíso (Presidente José Joaquín Pérez, incluido). Allí estaba la medianía de la distancia entre las dos ciudades; además, el campamento, actual Meiggs, en el que vivieron los contratistas y obreros de los dos colosales túneles: Los Loros y Los Maquis; y el gran viaducto sobre la quebrada del mismo nombre. Aún sobrecoge cuando se desciende por aquél desfiladero y se tiene, de pronto, la primera visión de Llay Llay, en la ribera sur del río Aconcagua.

Como en el fondo de un nido térmico, reposa Llay Llay. Sus derredores están hechos por las alturas más bellas de la cordillera de la Costa: hacia el norte el cerro Culuquén (1.862 m.); hacia el oeste las sierras de La Sombra y El Romeral, con el cerro El Caqui como vigía; al sur la visión azulina de La Campana (1.910 m.), El Roble (2.222 m.) y El Colorado Chico (1.577 m.), las mejores montañas costinas para la escalada básica y el trekking.

"Viento viento"

En el kilómetro 88 de la Ruta 5 Norte, sólo hay que desviarse un kilómetro (a la derecha) para entrar a ese remanso cordillerano que es Llay Llay. La ciudad está instalada dentro de una "medialuna" hecha por una serranía de cerritos que parecen abrazarla: Bandurria, Carbón de la Parra, Horno de Panquehue. A primera vista, eso sería un horno, sin embargo, como si se viviese dentro de un encantamiento, aquí, Llay Llay hace real lo que significa su nombre: "viento viento". Y es verdad que se prodiga generoso, casi gélido en su plaza, aun cuando en pleno valle hagan 35 ºC a la sombra.

Seguramente su posición estratégica, más el viento, hicieron que sobre la hijuela de Ucúquer, don Agustín Edwards, que allí tenía sus viñas y un molino, hacia 1860 comenzara a vender sitios. Así nacieron la calle Comercio, la Nueva, la de Los Hornos, la de los Clonquis. En 1875, cuando se la nombra villa, allí habían doce casas de tejas, quince con techo de zinc, tres de madera y 80 ranchos de paja y barro. En la estación sembraron un pimiento y un seibo. Ahí están todavía. Gigantes, protectores, un prodigio de sombra que por más de cien años recibieron a los llegados por el tren Andino o el de Valparaíso a Santiago. Son ellos los que dan medida y fortaleza al tiempo ciudadano; hasta podría pensarse que es en sus follajes donde nace el viento para repartirse por todas las calles.

Sus aguas

Si en Llay Llay el viento es casi un don misterioso, sus aguas, cuando hay años "normales", son su atributo más generoso. Toda la ciudad, en su barrio norte, está recorrida por anchos canales y un estero natural, el de Los Loros. Los canales, que de abajo hacia arriba se llaman Valdesano, Comunero y Lorino, son los típicos que construyeron los hacendados de fines del siglo XIX. Todos nacidos del río Aconcagua, conducidas sus aguas desde Catemu y otro, nacido en el Estero Lo Campo. Sorprenden cuando, al contrario del estero de Los Loros, sus vigorosas aguas corren hacia el este, siendo otra sorpresa llaillaína.

Mitos y leyendas

Aparte de la presencia casi mágica del viento, el mundo sensible de Llay Llay también tiene vertientes creadoras muy candorosas que por recientes aún no son mitos ni leyendas. Una es la cuesta de Las Chilcas o Barranca de Los Loros. Llamada así pues en tiempos pasados, según Benjamín Vicuña Mackenna, iban allí a nidificar cientos de loros, los llamados tricahues o barranqueros. Hacia la fecha de su nidificación, los campesinos por medio de lazos, escalaban los roqueríos en busca de nidos con huevos o polluelos. En la misma cuesta habitó otro personaje casi legendario. Se trata de Juanito, un ermitaño que la recorría incansablemente. Miles de chilenos lo vieron en su tranquila locura y cientos son las versiones que se cuentan de por qué llegó a ese estado de eterno caminante. El día de su muerte, todo el pueblo se congregó en una despedida que caminó compungida a los sones de una banda.

Brindar o despedirse en el Toro Frut o en Los Hornitos (restaurantes a la orilla de la carretera) es una decisión feliz: una cocina criolla y consecuente con esos sabrosos ingredientes que le dieron fama a Llay Llay, sus ajos y cebollas.

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