Siempre las minorías son utilizadas como arreglos florales del sistema neoliberal".

Las casi nulas copias que circulan en el mercado chileno de la novela "Yo, yegua", del chileno Francisco Casas, es un hecho que asombra a su autor. "Extrañamente no hay ejemplares", dice desde Lima, donde reside y continúa ejerciendo una vida ligada al arte, tal como lo hizo en Chile junto a Pedro Lemebel y Las Yeguas del Apocalipsis, el histórico colectivo artístico under de los 80.

—¿Extrañamente?

Está llena de claves y de guiños a la política de entonces, que sigue siendo la misma de ahora. Personajes que no querían ser mencionados. Es una novela que puede ser autobiográfica y no. Que traza el recorrido desde que nos conocimos con Pedro hasta la desaparición de Las Yeguas. Toca siempre la vida política, con una censura siempre presente. La Concertación siempre funcionó así, invisibilizando al sujeto homosexual. Una censura política que venía desde políticos, militares, funcionarios de alto rango y poca monta.

En septiembre, y por Pequeño Dios Editores, el autor de "Sodoma mía" reeditará el emblemático libro. Será un lanzamiento doble: en la galería Patricia Ready, en Chile, y en el programa de Escritura Creativa liderado por Diamela Eltit en la Universidad de Nueva York.

— ¿La reedición es para entrar en el canon?

— No sé si alguien compre uno o dos libros. Me importa más el lugar académico. Cuando publiqué "Partitura", sólo fui reseñado por Camilo Marks y, más allá de las banalidades de si es bueno o malo, sigo no existiendo como escritor. Tampoco como artista visual. No estoy considerado por los pares.

— ¿Por qué no vuelves a Chile?

— Chile es un lugar que nunca me ha querido mucho, salvo los pocos amigos que tengo. Y es un país al que yo no quiero. Ha sido un país dañino. Conseguir un trabajo con el peso de una vida rupturista, con el adjetivo de Las Yeguas, es difícil. Uno vuelve a ver los mismos rostros, más viejos, pero igual de corruptos; y uno tiene que enrostrarles las cosas que les ha dicho siempre. No es un país grato. Yo sufrí toda la discriminación homosexual. Fui uno de los primeros en decir: "Sí, ¿y qué?".

— Pero existe la Ley Zamudio, el acuerdo de unión civil…

— Fíjate que no me importan las leyes. Desconfío de un pacto de unión civil hecho por la derecha a la medida de gays de derecha; desconfío profundamente si no hay un cambio de educación desde la escuela, un cambio de mentalidad. Esto es una ornamentación para el mercado europeo, para decir que Chile es confiable.

— ¿Desconfías de Fundación Iguales?

— Que algo se llame "iguales" o "igualados" ya me produce sospecha, jaja.

— ¿Adherirías al Movilh?

— El Movilh ha hecho un trabajo histórico. Rolando Jiménez, desde que lo conozco, ha trabajado por la causa. Él era discriminado por ser chico y feo, por presencia. Entonces aparecen estos niños rubitos, de apellido, de buena familia y es un blanqueamiento. Con una ley totalmente sospechosa. ¿Un pacto de qué? La derecha necesitaba equilibrar esta balanza, pero más tiradito a la derecha, con estos sujetos nuevos que aparecen. En los 90, no había un lector para los "Cuentos incontables" de Pedro. Nadie se atrevía a que su mamá se encontrara con ese libro en el velador.

¿Pasa lo mismo con Pablo Simonetti?

—Es preferible para una señora encontrar un libro de Simonetti que "Adiós, Mariquita linda". ¿Qué hicieron movimientos como el Movilh? Pusieron a la gente a leer. Las librerías estuvieron obligadas por la demanda a poner las obras en sus vitrinas. Quien inventa un lector homosexual proletario es Lemebel. En todas las casas de mis amigos pitucos estaba el libro de Simonetti. Y las señoras lo pasaban regio leyéndolo en Cachagua. Madre mía que te fuiste a la chucha…

— ¿Discutías con Pedro Lemebel sobre la polarización "Movilh/Iguales"?

—El Movilh o la CUT siempre estuvieron ligadas a un pensamiento de izquierda, con la clase trabajadora homosexual, los cesantes homosexuales, los discapacitados homosexuales. En vez de pedir matrimonio, deberían pedir leyes laborales con las mismas condiciones. Que no te despidan porque se te quema el arroz.

"No fui al funeral"

— ¿Qué sensaciones tienes sobre la muerte de Pedro Lemebel?

—No tengo ninguna. No puedo imaginar a Pedro Lemebel muerto. Punto uno: estoy lejos de Santiago. Y punto dos: porque no se me ocurre. Inauguré una obra en Metales Pesados el año pasado y estuve con Carmen Berenguer. Ella, Lemebel y yo éramos uno. Siempre fue así. Con la Carmen fui a tomarme un vino una noche, almorcé con ella también y no hablamos de Pedro. Después me di cuenta. Vimos algunas fotos colgadas en la muralla, pero nada.

—¿En negación?

— No, ni siquiera. Están los libros, la presencia. Estuve con Pedro cuatro días antes que muriera. Me reconoció, me empezó a hablar. Estaba perfecto. "Chao, Cachita", me dijo. Y yo: "Chao, Petra". Nos tomamos la última foto. Tomé el avión de regreso y no supe más. No quise saber más tampoco. No quise saber nada de eso. No fui al funeral.

— ¿Crees que aún se sentía discriminado?

— Bueno, Premio Nacional de Literatura… qué más puedo decir. Lo ganó Skármeta. "Escarmienta paciencia", le decía Pedro. A Simonetti lo llamaba el "Glorio Simonetti", jaja.

¿Dejó indicaciones post muerte?

— Pedro nunca supo que se iba a morir, no estaba en sus planes. No pidió absolutamente nada. Todavía estoy esperando la retrospectiva de Las Yeguas del Apocalipsis en el Museo de Bellas Artes. Hubo una en el museo Reina Sofía, en el MALBA, en el MALI. Es hora de una retrospectiva como corresponde en el MNBA. Y no ocurre. Entonces uno sigue sospechando…

— ¿Qué piensas del boom de los transformistas en televisión?

— El transformismo no existe, nadie se transforma. Es lisa y llanamente vestirse de mujer. Y en este caso, vestirse de una mujer que no existe, una hipermujer, banalizada, una mujer violada por la mass media. Miss Universo, Madonna, Marilyn Monroe. La palabra transformismo es bastante vulgar.

— ¿Pero la inversión de los sexos no es una protesta?

— No hay protesta. Eso lo puedes transformar en el discurso, con la teoría queer. Pero en el centro de esto hay un afán narcisista que es vestirse de mujer. Prefiero a un homosexual profesor, que enseña a niños, más que a un tipo vestido de mujer.

— Pero Las Yeguas lo hicieron…

— Con Pedro nos vestíamos de señora. Nos reíamos porque siempre fuimos señoras. Jugábamos a vestirnos como señoras de Cema Chile. De señoras burguesas, de personajes de José Donoso. Jamás usé tacones. A Pedro le gustaban, pero los usaba como bandera en una época donde la homofobia era cruda y a las travestis las mataban como a moscas. La performance sí resultaba. Íbamos a lugares donde nos echaban por ridiculizar a esas señoras.

— Pensé que viviendo en Lima tendrías una mirada más feliz de Chile.

— El sistema necesita este carnaval neoliberal. Chile necesita verse con esta aperturita frente al mundo, frente a los mercados. Necesita aparecer como un país civilizado. Finalmente, siempre las minorías son utilizadas como arreglos florales del sistema neoliberal. Me interesan más los discursos políticos. ¿Por qué los travestis no se disfrazan de haitianas? A ver cómo les va. Apelan al estereotipo de la mujer sumisa, de la mujer glam, la que no piensa, la que es tonta, frívola. ¿Años de feminismo para terminar viendo tonteras?

— ¿Las Yeguas hubiesen ido a la marcha "Ni una menos"?

— Por supuesto. De negro. Pero no glam. Siempre fuimos ordinarias. Puros trapos asquerosos. Los trapos de Pedro eran de una ordinariez sin límites. Siempre uno de los tacos estaba flojo, por eso cojeaba. Siempre fuimos dueñas de casa. Yo creo que hubiésemos ido totalmente golpeadas. Con un brazo enyesado. Hubiese sido entretenido. Bien aporreadas.

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