(Con Insulza) éramos la pareja ideal. Nos paseábamos de la mano, andábamos en las nubes".

El 19 de octubre de 1973, a las 6 PM quedó oficialmente viuda. Tenía 27 años, un hijo de 11 meses, y la convicción de que su marido, el periodista Carlos Berger, sería liberado al día siguiente, tal como le habían asegurado los militares. Desde entonces, la historia de la joven abogada y hoy reconocida en la defensa de los derechos humanos Carmen Hertz Cádiz (71) fue otra. Así entendemos el título de sus memorias, que serán presentadas el 21 de este mes: "La historia fue otra". Pero ella aclara que no se trata de eso.

"Lo mío no es personal. Me habría dedicado a esto, aunque Carlos no hubiese sido una de las víctimas", dice sobre su trabajo en la Vicaría de la Solidaridad.

—¿Pero jamás pensaste alejarte con tu hijo de esas experiencias tremendas?

—Para nada. No he vivido mi vida como una suerte de karma, sino como un privilegio. Mi vida ha sido ésta, tal como si hubiera vivido la ocupación nazi en Europa: me habría incorporado a la resistencia. Para mí, la vida debe tener un sentido. Además, hacer esto no es algo que me hiciera sufrir. Habría sufrido mucho más si hubiera sido abogada de la Contraloría.

Cuando le hacemos notar la forma de argumentar por su experiencia de litigante, suelta una carcajada y pregunta: "¿Encuentras que hablo como la Mónica Madariaga?". Luego se explaya: "Ella me ayudó mucho para construir el alegato de que estos delitos no eran amnistiables. Era inteligente y divertida. Y bien polola", comenta, con sus ojos vivos, su pelo teñido rojo, su piel lisa y blanca, que le celebramos y que ella adjudica a una de sus frivolidades: "He gastado fortunas en cremas". También se confiesa trapera. Y la ropa le luce, porque se mantiene delgada, gracias al trote diario, que ahora acomete en una trotadora eléctrica. Vive en un departamento muy sesentero en Providencia, con Aurelio, un perro chico y avispado que le advierte cuando suena el citófono.

—Cuando tenía 30 años, tu hijo Germán, cineasta, estrenó el documental "Mi vida con Carlos". Ahí te recrimina muchas cosas de su infancia.

—Yo era una mamá llena de normas estrictísimas, derivadas de mi madre, las que a la larga le ayudaron, porque eran formas de contención, más cuando cambias tanto de casa, de país. Él tenía su pieza y su tele; yo, mi pieza y mi tele. Y el perro, su sitio. Cosas así establecía yo. Él tiene un humor negro exquisito. Siempre dice que falsifiqué su certificado de nacimiento para ponerlo cuanto antes en la sala cuna.

—Lo que más te reclama es haberle ocultado información sobre su padre, algo llamativo en ti que has luchado por la verdad.

—Son cosas distintas. Fue una manera de protegerlo. Muy pequeño me preguntó qué había pasado con su padre. Estábamos en el exilio, en Buenos Aires. Yo siempre tenía la foto de Carlos, junto con la de Gardel, porque era muy tanguera. Germán no sabía si su papá era Carlos Gardel o Carlos Berger. Te lo digo en serio, estaba confundido.

Cuenta que le dio una respuesta con mucha carga ideológica. "Lo mataron por defender a los pobres". Y la cosa quedó ahí. "Cuando volvimos a Chile, mi manera de protegerlo fue no involucrarlo en lo que yo hacía en la Vicaría. Y mis suegros tampoco hablaban de Carlos, pese a que con Dora, mi suegra, trabajábamos juntas en la Vicaría. Esa actitud, Germán la describe muy bien en su documental. Dice: ‘El silencio en mi familia fue una frágil capa para tapar el dolor'. Efectivamente, había mucho dolor. A mí me costaba hablar y él, como por un acuerdo tácito, no me preguntaba mucho. Pero se daba cuenta de las cosas mucho más de lo que yo creía".

Eso lo descubrió cuando grabó el documental. "El silencio con que tapábamos el dolor se ve incluso en el caso del suicidio de mi suegro, Julio Berger. Germán tenía 10 y yo le dije que su abuelo había muerto de un infarto, lo que en alguna medida era verdad, porque tuvo un ataque cardíaco muy grave, pero Julio se escapó de la clínica donde convalecía, se fue a su casa y se pegó un tiro. Eso él lo supo de grande, al leer las memorias de Volodia Teitelboim. Supe por ni nuera, Elsa Casademont, cómo se había enterado del tema. ¿Te fijas que son como protecciones mutuas?

—¿Tuvieron asistencia psicológica?

—Sí, ambos tuvimos. En la Vicaría había psicólogos que trabajaban con los familiares de las víctimas y con los funcionarios. Creo que su mejor terapia fue hacer su documental y el funeral simbólico de Carlos, que hicimos en abril de 2014, cuando se encontraron algunos restos. Eso fue muy emotivo. Lo vi en su cara.

Votaría por Insulza

Antes de casarse con Carlos Berger, cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Chile, Carmen fue polola de José Miguel Insulza. "Éramos la pareja ideal. Nos paseábamos de la mano, andábamos en las nubes en una relación que contemplaba el conocimiento mutuo de las respectivas familias", escribe ella. Y en persona nos responde que en esa época él ya sorbía por la nariz. "Tenía una rinitis alérgica salvaje; yo creo que ya no la padece, pero conserva el tic. Se echaba gotas en la nariz y todos nos reíamos de eso".

Carmen fue reina de belleza de su facultad, "lo que no tiene mucho mérito, porque éramos como 4 mujeres en total y todas horrendas. Carlos, que también estudiaba con nosotros y era amigo de José Miguel, me molestaba diciendo que como Insulza era presidente del Centro de Alumnos, había arreglado la votación para que yo ganara".

La relación con Insulza terminó en 1965. Carmen se fue alejando cada vez más de él ideológicamente y en las elecciones para presidente del Centro de Alumnos de Derecho, donde Insulza volvió a presentarse, ella votó por el candidato de la izquierda, que ganó… por un voto. A Insulza le dijo que se había abstenido. "Eso hacíamos las chicas revolucionarias en los 60, una cuestión que no se hace", dice, muerta de la risa. Y aunque se niega a comentar las condiciones y posibilidades como presidenciable de su ex pololo, dice que de llegar a competir, como compensación a esa traición de juventud, tendría que votar por él.

—¿Que te enamoró de Carlos?

—Enamorarnos fue un proceso. Vivimos juntos siendo estudiantes, pero como roommates, no como pareja. Carlos, para darle seguridad a mi mamá, le propuso que nos mandara a su empleada todos los días. Era una espía estupenda. Con Carlos conversábamos, nos reíamos, teníamos una gran camaradería. Yo entonces era muy esnob. Y discutía con tópicos y lugares comunes; él, que era un estudioso, se reía a carcajadas de mí. Teníamos convivencia e interacción, amigos e intereses comunes, era tan fuerte nuestro vínculo. Cuando se fue a Moscú en 1970, lo eché mucho de menos y sus cartas eran mis directrices. Me orientaba en mi trabajo como abogada de la Reforma Agraria.

—¿Te imaginas cómo sería hoy?

—A veces me imagino cuáles podrían ser hoy sus anhelos. Siempre me lo imaginé como padre junto a mi hijo. Lo importante que habría sido que estuviera con él, en su crecimiento y desarrollo.

La parte más emocionante de las memorias de Carmen es cuando escribe sobre lo que siempre le "ha arrugado el corazón": ver crecer a su hijo sin padre y sentir que Germán era "el reflejo patente de la ausencia de Carlos", al que pondera por "serio, enfocado y vivible. Resultaba tan fácil convivir con él, a diferencia de lo que pasa conmigo, que se me nota tanto que soy hija única".

Carmen ha tenido dos parejas importantes después de Carlos: Eugenio Ahumada, su compañero en tiempos de la Vicaría y con quien intentó vivir; y Manuel Riesco. En el caso de Eugenio, ella "tenía 33 años. Podría haber sido, pero tengo limitaciones para convivir. Disfruto mucho de mi espacio privado".

—Tu hijo te pregunta en su película por qué te negaste a hacer otra familia.

—No me interesó tener más hijos que él, no quería que él pudiera sentirse en una situación marginal.

—Tus memorias incluyen una foto con el economista Manuel Riesco, al que llamas "mi marido". ¿Cómo es tu relación con él?

—Vivimos en casas separadas. Somos como la Simone de Beauvoir y Sartre, pero de Nuñoa o de Conchalí, no de París —responde, soltando una carcajada y aclarando que Riesco es infinitamente superior a Sartre, que "era una bestia como pareja, machista y un abusador psicológico". Y añade: "Con Riesco nos separamos y volvemos. Nuestra relación tiene ya 26 años y no somos unos niños".

Una niña era cuando quedó viuda de un hombre que la conquistó por su bondad, el atributo que más valora. "Carlos tenía algo melancólico en la mirada. Era muy buenmozo. Un hombre muy bueno y conciliador. Me imagino que no se habría puesto guatón con el tiempo y que habría encanecido bonito".

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