Estuve a punto de colgar los guantes, casi dejo todo… para un artista no pintar es como morirse en vida, y yo no estaba bien".
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Cuando su padre, el pintor y escultor Francisco de la Puente, murió en forma repentina en 2010 a los 56 años de edad, la vida de Nicolás dio un vuelco estrepitoso.

"He escuchado tantas cosas. Que se murió de un ataque cardíaco, de un aneurisma, que lo mataron… mil cosas. Qué sé yo", dice el también artista plástico, hoy de 36 años y con un parecido físico inquietante a su padre, una tarde calurosa, sentado en un bar.

Tres años después de aquella muerte, Nicolás desempolvó cuadros y junto a su propia obra (técnica mixta con viruta) montó la exposición "Dos de la Puente colgantes", en Casas de Lo Matta. Cerca de 200 cuadros de ambos, expuestos frente a frente. Dos obras completamente diferentes. Entre otras razones, quería que vieran que tenía su propia identidad, que no era un simple imitador de su famoso padre. Pero las cosas no se hicieron más fáciles para Nicolás de la Puente. "No me pescan mucho. Llamé a la Galería Animal, quienes conocieron mi trabajo en un momento y se habían interesado, y me respondieron que no era del perfil de la galería", dice.

Está trabajando para exponer en una sala de Isla de Maipo; no ha tenido la oportunidad de hacerlo en Santiago. No sabe bien por qué. Sí confirma que le cuesta mucho venderse a sí mismo. "Tengo que tener un art dealer o una galería que me apoye; yo no puedo negociar mi propia obra", dice.

Hubo un momento no lejano en que pensó dejar el arte. "Estuve a punto de colgar los guantes, casi dejo todo… para un artista no pintar es como morirse en vida, y yo no estaba bien".

—¿Por qué?

—Por inseguridades, angustia, el qué dirán, porque siempre me tienden a comparar con mi padre. Parece que es inevitable. Hay un antes y un después desde su muerte. Me cambió la vida totalmente.

El inicio de todo

Francisco de la Puente nunca estudió Arte, pero aun así obtuvo una beca del gobierno de Austria que lo llevó a la Akademie der bildenden Künste de Viena, donde trabajó con Rudolf Hausner. Se quedó dos años.

Su hijo dice que en ese viaje Francisco creció de manera exponencial artísticamente y que regresó como un rock star: "De vuelta en Chile, él era casi una estrella de cine, con buena pinta, encantador, la gente lo amaba, siempre estaba rodeado, era muy motivador de la gente".

Pero las cosas no siempre siguen el mismo promisorio camino. Una serie de factores fueron debilitando al Pancho de la Puente querido por todos. Su hijo cuenta que en un momento él dejó de hacer las pinturas que le gustaban a la gente y comenzó a realizar collages: "Esas obras se vendían poco". Su padre hacía clases en la Universidad Finis Terrae, pero un día les exigieron a los profesores el título de Pedagogía: "Eso lo angustió mucho. Se puso a estudiar, pero no alcanzó a recibir el diploma, se murió antes". Lo encontraron en su cama en su casa-taller en calle José Miguel Infante, cuando estaba celebrando el rescate de los 33 mineros.

Nicolás tenía 30 años en ese momento, pero sólo desde los 20 había tenido una relación con Pancho, a quien conoció cuando tenía tres años y vio de forma intermitente durante toda su niñez y adolescencia. Con su madre —Viviana Polloni— nunca se casó. Los pormenores de la relación de ambos Nicolás no los detalla. Dice que —como muchas cosas de su padre— son parte del misterio que dejó. "Mi mamá tiene muchos recuerdos, pero él jamás me habló del tema", dice.

"Creo que mi padre esperó a que yo creciera para conocerme, para acercarse, para que yo lo pudiera entender a él. Quería una relación más de adultos. Cuando chico íbamos al Teleférico, a la Pizza Nostra, a La Leona, lugares así, de vez en cuando".

Cuando Nicolás tenía 18 años la relación entre ambos empezó a consolidarse. Se juntaban, escuchaban música, conversaban hasta tarde. Pero del primer premio que se ganó a los 24, en un concurso de arte, Francisco de la Puente se enteró por El Mercurio. Entre broma y broma, su padre le dijo: "Pero cómo, si el único artista de la familia soy yo".

Francisco nunca involucró a su hijo en su intimidad. Cuando murió, su casa de calle Infante estaba llena de amigos de toda la vida, quienes no sabían que tenía un hijo. "Así de hermético era. Tenía un mundo privado muy complejo, no mezclaba a la gente". Nicolás atribuye su propia angustia a esa situación: "Todos se me acercaron para hacerle un homenaje a mi padre… y la sensación que tuve fue que me iban a estrujar y después me botarían como un pedazo de papel".

Nicolás de la Puente heredó casas, obras de arte, dinero. "Me volví un poco loco", dice. Se fue a vivir a la casa de Infante, usaba el auto de su padre, su ropa. "Y me cambió la vida. De no tener nada, de un día para otro tuve mucho. Me rayé". Con el dolor de esta relación truncada a cuestas, tenía, además, una enorme sensación de angustia pensando que ese dinero no le pertenecía, que no se lo había ganado, que no era suyo. "Estaba descompuesto. Tiraba los billetes por la ventana. Tenía rabia, pena, por su muerte. Este cambio de vida lo he ido aceptando muy de a poco".

Al mismo tiempo empezaron los cuestionamientos. "Este compadre quedó parado", cuenta que comentan de él. "Me dicen que no sé pintar, que no sé dibujar. Me he cuestionado todo. En un momento estuve muy mal. Vivir en este ambiente es complicado, todos se conocen, es pituco, elitista, el ego de los artistas es algo complicado. Tuve que agarrar pachorra. El arte es lo que me hace levantarme en las mañanas, dormir bien en la noche. Es lo que me gusta y no sé hacer otra cosa. Pero vivir a la sombra de un león no es fácil. No me dicen Nicolás; me dicen Panchito. La gente piensa que soy una extensión de él".

Las dificultades no han parado. Nicolás de la Puente está en pleno juicio con una ex pareja de su padre, que busca el 50 por ciento de lo heredado por él. "La conocí, era muy simpática, muy buena onda. Según ella estuvieron diez años juntos; la hermana de mi padre, dice que sólo fue un año. Ella asegura que perdió tres hijos de mi padre… hay todo un cuento más enredado que el miedo".

Él ganó el primer gallito; ella el segundo. Ahora van a la Corte Suprema. "Mi padre le dejó una cantidad de obras y un departamento, auto. Pero quiere más. Pero mi papá, cuando estaba vivo, decía: "Todo para Nicolás". Que sea lo que los dioses quieran. Cuando uno obra bien, será lo que tiene que ser. Han sido muchas lecciones de vida en muy corto tiempo".

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